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Entrevista:

Shirin Ebadi: La conciencia y la paz de Irán

Una joven juez llamada Shirin Ebadi apoyó en 1979 la Revolución Islámica de Irán con el fervor de quienes buscan la justicia. Pronto se desengañó del resultado y fue apartada de la judicatura. Ahora, convertida en Nobel de la Paz, cuenta ese doloroso trayecto en 'El despertar de Irán' (Aguilar).

Ángeles Espinosa

El bufete en Teherán de Shirin Ebadi (Hamedán, Irán, 1947) es tan discreto como su persona. Afuera, sólo una placa en farsi indica: "Shirin Ebadi. Asesora jurídica y abogada". Dentro, una sala de espera que dobla su uso como sala de reuniones, una habitación para sus asistentes y su despacho, una pequeña estancia forrada de estanterías con textos jurídicos, algunas fotos y diplomas, y una mesa de trabajo más bien escueta sobre la que se acumulan los casos en los que se afana este verano: la acusación de espionaje contra la académica iranoestadounidense Haleh Esfandiari, la apelación de varias mujeres encarceladas por reclamar la igualdad de derechos, la detención de varios estudiantes críticos con el Gobierno?

"En Irán, el 65% de universitarios son mujeres, pero el paro femenino triplica el de los hombres porque las empresas lo prefieren"
"La mujer siempre ha sido un instrumento. Aquí, cuando quieren expresar su cercanía a Dios nos imponen el velo"

Desde que la República Islámica la apartó de la judicatura poco después de la revolución, Ebadi ha consagrado sus esfuerzos a la promoción de los derechos humanos, en especial de las mujeres y la infancia. También se ha hecho cargo de la defensa de destacados disidentes y liberales víctimas del poder judicial, un bastión de los sectores más conservadores del régimen de Irán.

En 2003 se convirtió en la primera iraní, y la primera musulmana, en recibir un Nobel. Pero la distinción no ha alterado su disciplina de trabajo, salvo por las llamadas telefónicas del extranjero, que ahora son más frecuentes. Lo mismo sucede con las entrevistas, que Ebadi acepta más resignada que entusiasta. Se nota que no le gusta figurar y que el relato íntimo de El despertar de Irán (Aguilar) está puesto al servicio de su lucha por la justicia y la igualdad de todos ante la ley. Aunque responde con amabilidad y sin rodeos a todas las preguntas, la periodista no puede evitar la sensación de que le está robando tiempo a causas más importantes.

Enseguida deriva las preguntas personales hacia asuntos de interés general. Se enorgullece de su fe musulmana y defiende que no es el islam, sino la interpretación del mismo, la causa de la discriminación de la mujer en Irán y en el resto del mundo islámico. Sus críticos la consideran "demasiado ingenua". Pero ella desestima los cantos de sirena que llegan de Occidente e insiste en la transformación de su país desde dentro, de acuerdo con la voluntad y los valores de los iraníes. A pesar de sus tablas ante los difíciles tribunales islámicos, la Nobel trata de esconder su timidez, o su impaciencia, jugueteando con unos recortes de papel.

Su empeño en seguir viviendo, y luchando, en Irán a pesar de que su Gobierno estuvo a punto de asesinarla un día no muy lejano, la ha convertido en la conciencia de la República Islámica. "Apoyamos la revolución porque nos prometía independencia y libertad, pero 29 años después aún no somos libres", resume al repasar lo que ha cambiado su vida en este tiempo. Leyendo El despertar de Irán da la impresión de que no fue tanto su separación de la judicatura como la constatación de su pérdida de derechos como mujer lo que le abrió los ojos a esa realidad.

Inicia su libro con una cita del Corán. ¿No resulta arriesgado en los tiempos que corren?

Soy musulmana e insisto en ello para mostrar que no es sólo la religión de gente como [Osama] Bin Laden. El cristianismo no lo definen los fanáticos cristianos, y el hinduismo tampoco se reduce a sus fanáticos. Lo mismo sucede con el islam.

¿Se trata pues de una declaración de intenciones?

En efecto. Mi intención es mostrar que para todos los musulmanes hay una vía para llegar a Dios y esa vía depende de cada persona.

Rememora una infancia en la que no sufrió la desigualdad de afecto habitual hacia las niñas en la sociedad iraní. ¿Qué hizo que su familia fuera distinta? ¿Hasta qué punto ha cambiado eso en la actualidad?

Como explico en el libro, mi padre era un intelectual y nos trató muy bien tanto a mi madre como a nosotros. No recuerdo una sola ocasión en la que levantara la voz en casa. Ni siquiera cuando estaba muy nervioso. Entonces se ponía a leer algo en silencio y por eso notábamos su nerviosismo. Tampoco era un caso único. Había más familias así en Irán. Pero nuestra sociedad sigue siendo más patriarcal que la europea, y por eso aún vemos asesinatos por cuestiones de honor. Incluso sin llegar tan lejos, algunas familias a las que no les importa que sus hijos varones tengan relaciones amistosas con chicas se llevan las manos a la cabeza cuando son sus hijas las que mantienen una amistad con el otro sexo.

¿Comentaban esos temas en casa o la educación paritaria que les dieron sus padres a todos los hermanos surgía de forma natural?

(Suena el móvil. Ebadi se levanta de la silla e instintivamente se dirige hacia una esquina, junto a la ventana, donde aparentemente hay mejor cobertura. De su breve conversación se desprende que es la madre de Haleh Esfandiari, una de los cuatro ciudadanos iranoestadounidenses a los que el Gobierno iraní ha detenido bajo acusaciones de espionaje. La Nobel aceptó la petición de la señora Esfandiari para que defendiera a su hija, pero las autoridades judiciales aún no le han permitido tener acceso a ella. Hace un gesto de impotencia con su cabeza y el pañuelo le cae sobre los hombros. Alí Falahi, el traductor, tiene que volver a repetirle la pregunta).

Las dos cosas. Hablábamos de ello, pero era algo que a mis padres les salía de forma natural. Mi padre decía incluso que los estudios eran más necesarios para las mujeres que para los hombres porque en caso de que no tuvieran un buen marido deberían poder mantenerse en la sociedad. Hasta que fui a la Universidad, mi padre fijaba el horario de entradas y salidas en casa, pero una vez que aprobé la selectividad, me dio la llave y me dijo que ya era mayor y no necesitaba permiso para entrar y salir. Lo hizo conmigo igual que cinco años después lo haría con mi hermano. [Nueva llamada].

¿Cómo se le ocurrió estudiar para juez? No parece que tuviera ningún antecedente familiar y era bastante inusual?

Cada uno tenemos nuestras aficiones, y yo desde niña estaba enamorada de algo que, al crecer, comprendí que era la justicia. Ya entonces, si pasaba por la calle y veía a otros niños peleándose, intervenía para ayudar al más débil. En alguna ocasión también me castigaron por eso. Además, mi padre había estudiado Derecho, y eso me acercó a la materia. Así que cuando llegué a la Universidad no me lo pensé mucho. El día que aprobé el examen de entrada di una gran alegría a mis padres.

De su experiencia, como de otras profesionales musulmanas que he conocido, se deduce que la realización de la mujer musulmana depende de los hombres de su vida: el padre, el marido? Usted fue afortunada.

Sí, lo fui, pero eso también pasa en Europa. Si una chica nace en una familia en la que el padre es drogadicto o alcohólico, sus posibilidades sin duda serán menores. Estoy convencida de que el carácter del ser humano se consolida durante su infancia. Si uno crece viendo a sus padres estudiando y leyendo libros, resulta natural imitarlos.

(En este momento, Ebadi se ahueca el pelo y coloca el pañuelo en el brazo de la silla. No dice nada, pero está claro que la obligación de cubrirse le molesta. De hecho, acudió a recoger el Nobel sin pañuelo, lo que molestó a los prebostes de la República Islámica).

Sí, pero en esta parte del mundo todavía hay muchas familias que no dan la misma importancia a la educación de las hijas y de los hijos.

Es verdad, en Europa las leyes no están en contra de las mujeres, sino que las apoyan. Si una chica quiere seguir sus estudios y su familia no está de acuerdo, encontrará ayuda oficial para hacerlo. En Oriente en general, y en especial en el caso de Irán, las leyes no apoyan a las mujeres ni los Gobiernos hacen nada por ayudarlas. Desde el punto de vista de las leyes y el Gobierno, lo único importante de la mujer es que trae niños al mundo. La familia es más importante que las leyes que deberían apoyar a la mujer.

Usted responsabiliza al sistema patriarcal de las desigualdades y de la discriminación de las mujeres. ¿Por qué precisamente en los países musulmanes tienen más dificultades para dejar atrás ese modelo?

Hay dos factores. El primero, que todavía las mujeres no son lo bastante fuertes para poder defenderse [otra interrupción], y hasta que las mujeres no adquieren independencia económica, se encuentran en esa situación de debilidad. Le daré algunos datos. En Irán, el 65% de los estudiantes universitarios son mujeres. Sin embargo, aunque se licencian muchas más chicas que chicos, eso no se traslada al mercado de trabajo. El porcentaje de paro entre las mujeres triplica el de los hombres. Incluso en los anuncios de los periódicos se ve que las empresas prefieren hombres para cubrir sus vacantes. Las mujeres que estudian en la Universidad son conscientes de ello, pero mientras no sean independientes no podrán enfrentarse a la discriminación.

Decía que había dos factores. ¿Cuál es el segundo?

El segundo factor es el abuso de la religión, que siempre se ha interpretado a favor de los hombres.

Usted asegura que el islam defiende la igualdad, que es un problema de interpretación, pero la realidad es que sea cual sea el nivel de desarrollo alcanzado en todos los países musulmanes, de Marruecos a Indonesia, las mujeres tienen problemas con el sistema jurídico. Y cuando las leyes civiles se imponen sobre las religiosas, como en Turquía, pervive una presión social que dificulta su puesta en práctica. ¿Cuál es el problema?

El sistema patriarcal, que hace que se interprete la religión de forma que el resultado final favorezca a los hombres. Además, cuando la religión se mezcla con los asuntos de Estado, los políticos la aprovechan para sus fines.

Recuerda en su libro la sorprendente reacción del ayatolá Jomeini cuando, al regresar a Irán después de 14 años de exilio, un reportero le pregunta qué siente, y él responde que nada. ¿Qué siente usted al recordar que apoyó la Revolución Islámica e incluso subió a la azotea de su casa a gritar "Alá Akbar"?

La revolución tenía dos objetivos primordiales, la libertad y la independencia. Nos decían que en la República Islámica alcanzaríamos ambos. Libertad e independencia son lemas que atraen a la gente, en especial durante el reinado del sah, porque Irán dependía absolutamente de Estados Unidos y todo el dinero que obteníamos por el petróleo iba destinado a comprar armas estadounidenses. Recuerde que se nos conocía como "el gendarme del Golfo". Por eso, independencia y libertad nos resultaron muy atractivas. El problema es que 29 años después aún no somos libres. No tenemos libertad para vestirnos como queremos, ni libertad de culto, ni para leer o escribir el libro que deseemos. Una chica tampoco tiene libertad para coger la mano de su novio y salir a la calle.

Entonces, ¿no ha podido publicar su libro en Irán?

Lo han traducido a 20 idiomas, pero aún no se ha publicado en persa. Si cierran periódicos por publicar noticias sobre manifestaciones de mujeres, ¿cómo puede pensar que van a publicar mi libro?

"Era una mujer, y la victoria de esa revolución exigía mi derrota", escribe cuando comprende que no van a dejarla ser parte del nuevo sistema político. Enseguida eso se concreta en la imposición del velo, que usted define como "símbolo del yugo de la tradición". ¿Por qué en esta parte del mundo se usa el cuerpo de la mujer como barrera política?

Desafortunadamente, la mujer siempre ha sido un instrumento. En el mundo capitalista de una forma ?no hay más que fijarse en la publicidad, donde hasta para anunciar un dentífrico se utiliza la belleza de la mujer como reclamo? y en Oriente de otra. Aquí, cuando un grupo quiere expresar que está cerca de Dios, impone el velo a sus mujeres y a sus hijas.

Reconocerá que esa actitud y la discriminación jurídica que usted pone en evidencia en su libro (el testimonio de la mujer vale la mitad que el del hombre, las indemnizaciones en caso de accidente también son la mitad, en caso de violación necesita cuatro testigos o la acusarán de adulterio, no tiene derecho de divorcio, etcétera) contribuyen a que Occidente tenga una visión atroz del islam?

Se podría moderar ese punto de vista si Occidente conociera mejor el islam. Entre los cristianos también hay fanáticos, como los evangelistas o los mormones. Y entre los judíos. En todas las religiones hay fundamentalistas. Lo importante es separar a esos extremistas de la religión. Y también la religión de los asuntos del Estado. Entonces no tendríamos ningún problema.

Otra cita. Cuando recuerda su paso por la cárcel dice: "Como mujer, no era una persona". ¿Cree que eso va a cambiar ahora que el líder supremo, ayatolá Jamenei, ha mencionado la posibilidad de reinterpretar las leyes para hacer una lectura más favorable a las mujeres? ¿Hasta qué punto es el resultado de la campaña por la igualdad que usted lidera?

Cada avance de las mujeres en Irán es fruto de la actividad conjunta de éstas. Afortunadamente, el movimiento feminista es muy poderoso. Pero se trata de un movimiento que no tiene un líder, ni oficina, ni sucursales. Su sede está en cada familia que cree en la igualdad entre mujeres y hombres. Uno de sus aspectos más importantes, y lo que le da fortaleza, es esa ausencia de líderes. Si los tuviera, podrían ser asesinados o encarcelados. Así, el Gobierno no sabe a quién debe detener. Ahora hemos empezado una campaña para conseguir un millón de firmas de iraníes en contra de las leyes que discriminan a la mujer. El Gobierno ha llevado ante los tribunales a casi medio centenar de voluntarias y hay varias condenadas a largos años de cárcel. Yo defiendo a varias de ellas. Lo interesante es que a pesar de las detenciones, la campaña es cada día más fuerte. Por cada mujer que detienen, llegan diez a sustituirla. Por ello he escrito una carta a Louise Arbour, la comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, pidiéndole que envíe un relator a estudiar la situación de la mujer en Irán. [Ebadi se levanta para buscar una copia de la carta, pero antes de salir del despacho vuelve a colocarse el pañuelo].

¿Espera que cambie algo tras el anuncio del líder supremo?

Quieren hacer algo, pero temo que no sea suficiente porque las mujeres quieren más.

En su libro también explica cómo el abandono que los iraníes sintieron durante la guerra con Irak ha conformado su forma de ver el mundo. Eso es algo que a menudo pasa inadvertido fuera, donde se espera que el descontento con la República Islámica se traduzca en una alineación sin fisuras con Occidente?

Bueno, hay que diferenciar entre Gobiernos y naciones, entre Bush y las universidades estadounidenses. Yo no estoy de acuerdo con la política actual de Estados Unidos, que es una política de guerra, pero eso no tiene que ver con la sociedad civil de Estados Unidos. Viajo allí dos veces al año para dar conferencias en universidades y viene mucha gente. Sentimos el abandono de los Gobiernos occidentales, pero sabemos que la gente no nos dejó. Recuerdo un documental de televisión en el que se veía a Ronald Rumsfeld [ex secretario de Defensa de EE UU] saludando a Sadam Husein en Bagdad, también recuerdo su papel en el ataque contra Irak. Por eso no estoy de acuerdo con las políticas de Estados Unidos, pero eso no tiene que ver con la gente, con la sociedad civil.

También describe los avances en la libertad personal y la privacidad que alcanzaron durante el mandato de Jatamí. ¿Considera que ahora se está dando un paso atrás en ese terreno?

Sin duda. Ha aumentado mucho la censura. Han filtrado sitios de noticias [en Internet], han prohibido muchos libros y de nuevo estamos viendo a la policía moral en la calle. Yo represento a algunos estudiantes detenidos en protestas y los tienen en celdas de aislamiento. No me han permitido verles. Tampoco a sus familias.

¿Eso no pasaba con Jatamí?

Sí, también teníamos ese problema. De hecho, fue cuando me detuvieron. La única diferencia entre Jatamí y Ahmadineyad es que cuando a Jatamí le informaban de las detenciones decía "lo siento", y Ahmadineyad no dice nada.

Un día, preparando el caso de los asesinatos extrajudiciales, descubrió que usted era la siguiente en la lista. ¿Qué sintió en ese momento?

Me quedé sorprendida de que el Gobierno no diferenciara entre quienes sirven al pueblo y quienes lo traicionan. Hace mucho tiempo que trabajo como abogada de forma gratuita, igual sucedía en aquel caso, pero aun así, el entonces ministro de los Servicios Secretos había ordenado mi asesinato. Lo más grave es que tras dejar el cargo [a raíz del escándalo de los asesinatos extrajudiciales] recibió un puesto de mayor relevancia.

Uno pensaría que el Premio Nobel ha servido para protegerla de esos riesgos; sin embargo, dice que han aumentado las amenazas?

Sigo recibiendo amenazas. Además, después del premio, aún han iniciado tres expedientes judiciales contra mí con la intención de condenarme por algo y encarcelarme, pero la presión internacional no les ha permitido hacerlo.

El libro 'El despertar de Irán. Memorias de revolución y esperanza', de Shirin Ebadi, traducido por Damián Alou y publicado en España por Aguilar, está ya a la venta.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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