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Entrevista:

Simon Rattle. La batuta más envidiada del mundo

Jesús Ruiz Mantilla

Al revisar el álbum de fotos de Simon Rattle cuesta creer que un tipo tan aparentemente desenfadado, de rizo anárquico y sonrisa con karma, llegara a ser lo que es hoy: la batuta más envidiada del mundo. Es decir, el director titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín, la mejor formación musical del planeta, por cuyo trono han pasado Hans von Bullow, Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan y, antes que el inglés, Claudio Abbado. Si a ese aspecto poshippy y rebelde que él conserva le añadimos que nació en Liverpool, la cuna de los Beatles, en 1955, pues todavía se hace más difícil de imaginar. Sobre todo cuando su niñez transcurrió por las calles de un lugar más entregado a los humos de la contaminación industrial y a la espuma de las pintas de cerveza -las que corrían por aquellas tabernas donde nacía el pop y la revolución sociológica que llevaban en su germen las canciones de Lennon y McCartney-, poco recomendables para la seriedad de las salas de conciertos.

"El mejor sonido de la orquesta es el que brota del suelo. Ese gran y profundo sonido habita entre nosotros"
"Por lo menos, Chávez me hace reír, no los 'neocon'. No me hacen ninguna gracia. Han organizado un fiasco"

Pero allí, en la vieja ciudad proletaria del norte de Inglaterra, se le cruzó algo que transformó su destino. Gustav Mahler. Aquello llegó como una revelación. Mediante un ciclo de todas las sinfonías, el genio austriaco rompió los esquemas del joven Simon, entonces estudiante de piano y violín en el conservatorio. "Mahler cambió mi vida", dice hoy Rattle, que ya ostenta título de sir desde que cumplió 40 años. Lo confiesa sonriendo, sentado frente al mar, abierto a las caricias de una brisa agradable que le tuesta la cara en la terraza de su habitación de hotel en Tenerife. Allí, y también en Las Palmas, recaló esta temporada para ofrecer cuatro conciertos en el marco del Festival Internacional de Música de Canarias junto a más de cien músicos; es decir, con la Filarmónica de Berlín a toda máquina.

Fue ese compositor, contradictorio y radical -capaz de definir con su música el nuevo mundo que se avecinaba entonces en mitad de aquella Viena en estado de gracia que fue la de principios del siglo XX-, quien le ha marcado los pasos desde siempre. Espiritual y casi físicamente. De hecho, una de las piezas que trajeron Rattle y su orquesta a Canarias fue la Segunda sinfonía de Mahler, 'Resurrección', que interpretaron junto al Orfeón Donostiarra de una manera que sobrecogía y transportaba a otra dimensión sensorial, espiritual, sonora: la que se espera cuando alguien escucha a la que verdaderamente es la mejor orquesta entre las mejores.

Fue con esta obra sinfónica con la que también Rattle irrumpió muy joven en el mundo de la dirección. La interpretó cuando todavía era estudiante en la Royal Academy of Music londinense, y Martin Campbell-White, su agente musical todavía hoy, se fijó en él. Atrás habían quedado los tiempos de percusionista en alguna orquesta. De ahí pasó a asistente en la Sinfónica de Bournemouth y en la Royal Liverpool Philarmonic. Pero donde Rattle se formó y creció como gran artista fue en Birmingham: 18 años de relación más que fructífera que todavía continúa. Allí llegó en 1980 y organizó un ambicioso proyecto artístico que puso a la ciudad en el disparadero y la convirtió en referencia cultural gracias sobre todo a una verdad palpable y audible: su orquesta.

Ese nervio, ese compromiso es el que muchos fueron buscando en él cuando le eligieron para ocupar un puesto que todos los directores del mundo ansían. El titular de la Filarmónica de Berlín. Su mayor contrincante era entonces Daniel Barenboim, a quien ganó en las votaciones. Al final, los músicos se inclinaron por su juventud; por un mayor coqueteo con el riesgo, que era lo que implicaba Rattle, y por alguien que confiesa que el sonido que más le gusta en la vida es el de la palabra sí: "Cualquier cosa que empiece y acabe con un sí. Es un gran final para un libro, un final que sabes que siempre empieza", asegura. Con los primeros pasos del siglo había conciencia de que la época dorada de la mera atracción artística y musical entraría en crisis, que iba a ser necesario ponerse en mangas de camisa y captar nuevos públicos. La juventud huía de las salas de conciertos: eran necesarios más que nunca el magnetismo, el liderazgo, el carisma... Y eso es lo que tenía Rattle a raudales. Un director muy pegado a su tiempo que ha ido derribando clichés; colocando en la modernidad una institución, la de la música sinfónica, acechada como forma de espectáculo, en clara desventaja ante otras formas de expresión como la ópera, que atrae más público, o la música barroca, que despierta aficiones jóvenes con el mismo entusiasmo que el jazz o el pop.

Rattle ha desarrollado su carrera en todos esos campos. Por tanto, cuenta con la sabiduría, la imaginación y la experiencia suficientes como para buscar nuevos caminos. En ese sentido, lo mismo se compromete con el proyecto de Abreu en Venezuela que ha formado musicalmente a niños cuyo destino estaba en la cárcel, la delincuencia, la prostitución o la muerte fría en un callejón, o apuesta por programas que llaman poderosamente la atención, como quedó patente en la película documental Esto es ritmo, que se estrenó en mayo en España. Un generoso patrocinio del Deutsche Bank le permite meterse en todo sin problemas financieros mientras celebra sus cinco años al frente de una orquesta a la que también ha sabido insuflar juventud con nuevas incorporaciones. Con ellos busca el sonido más bonito del mundo: "Aquel que debemos captar siendo conscientes de lo que nos rodea", asegura. Para ello sólo es preciso andar por la vida con los ojos y los oídos abiertos: "En las profundidades del agua en las Maldivas, haciendo submarinismo, donde encontré colores y formas que afectarán a mí música durante años, o de safari en África, una actividad a la que le va de maravilla cualquier sinfonía de Bruckner", asegura.

Cinco años lleva al frente de la Filarmónica de Berlín desde que le nombraron. ¿Es como lo había soñado?

No creo que nadie sepa realmente lo que es. Éste es un grupo de gente muy especial. Es casi imposible hacerse una idea de cómo funciona desde fuera. Después de cinco años empiezo a hacerme una idea. Hay tantas cosas bañadas de misterio y tradición? Y tantas cosas enrevesadas, barrocas. No es una orquesta cualquiera. Había trabajado con ellos a menudo antes de ser titular, pero ahora es como formar parte de una familia, creces junto a ellos.

Quizá ese barroquismo sea su secreto, lo que hace tan rica a la orquesta.

Creo que lo más importante es su autogestión, que sepan que cada uno de ellos tiene algo que decir en lo que se pone en marcha. También eso lo complica, muchas veces parece que es un sistema plagado de planetas y sin sol. Tantos individuos haciendo tantas cosas sin un centro que los magnetice. Pero eso también les hace trabajar con una actitud camerística que es parte de su encanto, del secreto.

Usted siempre dijo que quería fomentar esa actitud.

Y también plantearles retos, en repertorio, estilo. Algunos más fáciles que otros, pero es que una orquesta como ésta debe ser retada constantemente, buscar más colores.

El concepto color, la riqueza del sonido, ¿es algo filosófico para los directores?

Sí, claro. No es decoración.

¿Cómo se pintan los colores de la música?

A veces, algo tan simple como el paso de la música es un color. Cada compositor, además, camina de forma diferente.

Así que también tiene que ver con el ritmo.

Con el latido del corazón... También con eso que nos recordaba Nikolaus Harnoncourt, que muchas veces no importa lo que la música dice, sino lo que quiere decir, lo que significa. No siempre cada señal lleva lo mismo en cada pieza, los intérpretes tenemos que descifrar esos significados. Es terrible tocar a Schumann como Brahms o a Mahler como Bruckner. Tiene que ver con lo que es el sonido. Ése es el cuerpo de una orquesta, y construirlo requiere el viaje de una vida.

Ese viaje, en la Filarmónica de Berlín, ¿puede resultar muy estricto?

Todo viaje de un músico es estricto. Pero también es importante que los músicos sean curiosos y abiertos.

Quizá fue más estricto en el pasado, antes de que Claudio Abbado o usted llegaran.

Cuando miras al pasado es interesantísimo. Todos los estrenos que se hicieron en la época de Furtwängler. Siempre fue una orquesta que miraba hacia adelante. En los comienzos también exploraban, con Nikisch, Von Bülow. La segunda temporada de su historia comenzó con esa bellísima pieza conocida como Tercera sinfonía de Brahms. Tocaban lo que se hacía.

Y el sonido de la orquesta, ¿es capaz de describirlo?

Hay muchos, pero el más importante es el que está al fondo, el que brota desde el suelo. No hay duda de que cambia con cada generación de músicos, y ésta de ahora es muy joven, pero deben buscar una conexión con lo que ha existido antes porque hay lugar para encontrarlo. El gran, el profundo sonido de siempre habita entre nosotros. Es curioso que cada director invitado que la dirige se vea obligado a demandarles lo mínimo, porque si les pide lo máximo se lo dan, y a veces es incontrolable. Todos llegan ya de por sí con su energía salvaje, lo que es muy excitante.

Y hay que bajarles los humos.

Sí. Algunos directores llegan, buscan el límite y ellos le acompañan. "Perfecto, al límite, vamos allá".

Qué miedo.

Y tanto. Les he escuchado conciertos en los que yo estaba muerto de miedo. Cuando puedo voy a escucharles con otro director. Es muy fascinante.

¿Empezamos a entender a Mahler ahora?

Creo que desde los años setenta. Existía el peligro de que lo tocáramos demasiado y de convertirse en una especie de Chaikovski para muchos. Como tantas cosas con las que te quedas en la superficie. Pero la verdad es que todas las orquestas del mundo lo hacen hoy. Se ha convertido en un ritual de iniciación.

Aunque quienes están llevando público joven a las salas de concierto son las orquestas que hacen barroco.

Cierto. Y cada vez se toca mejor, con más libertad, improvisando como en los conciertos de jazz. Atrae a la gente.

Eso no ocurre con la música sinfónica, que interesa menos a la gente. ¿Se está quedando vieja?

Probablemente, pero Mahler, precisamente, es una tabla de salvación. Primero, por ser precursor del futuro. El 80% de la música contemporánea, actual, es inconcebible sin Mahler. Luego está su riqueza. Hay un riesgo: hacerlo caer en lo espectacular sin pararse en los pequeños detalles, que son tan importantes como lo demás. Cabe todo un mundo en sus sinfonías, se las arregla para meterlo todo dentro. Y cada pieza es diferente de la otra: cuando crees que le conoces por una sinfonía, cambia radicalmente en la siguiente. Mucha gente, cuando planteaba movimientos lentos y largos después de otros más enérgicos, le pitaba; creían que les tomaba el pelo con esa música tan sencilla y serena. En Liverpool, es increíble, pero así fue. Cuando yo era niño se hizo el primer ciclo completo de las sinfonías de Mahler en Europa, más o menos entre 1965 y 1968. Para quienes no conocíamos aquello fue una revelación.

Y encima con Lennon y McCartney, dos chicos de Liverpool, en plena efervescencia.

Sí, sí, sí, exacto. Había cantidad de música al tiempo.

Para alguien de aquella ciudad, se puede observar la música de los siglos XX y XXI con clásicos como los Beatles y Gustav Mahler. ¿Obtiene así conclusiones más interesantes?

Son clásicos un rato. Sobre todo Lennon y McCartney. Es como si hubiesen fallecido los dos.

Para moderno, 'Tristán e Isolda', de Wagner, que, como usted ha sostenido, es el comienzo de la música contemporánea. Hay una ansiedad en esa ópera tan lúcida...

Es una pieza que no puedes hacer a menudo; tiene un efecto narcótico, peligroso. Nos lleva hasta unos límites que sólo él era capaz de entender, pero que después desembocan en Schönberg. Mahler le llega a defender cuando le pitan en el estreno de una de sus piezas, y es él quien calma al público diciendo: "Yo tampoco le entiendo, pero algo me dice que este joven puede estar en el camino correcto". Es algo muy emotivo, porque en el tiempo hay algo que une la Sinfonía de cámara de Schönberg con la Séptima de Mahler; algún día las programaré juntas. Pero entonces, en su tiempo, no era obvio. Tenían un olfato y sabían que conectaban en alguna parte, pero no dónde. Ahí se unían, en el lenguaje y en la armonía; iban en la misma dirección. Cuando escuchas la Décima, su última e incompleta obra maestra, observas, en un lado, a Alban Berg, y en otro, a Hindemith; es alucinante cómo Mahler buscaba.

Muchos directores de su generación consideran a Mahler un pastor, un profeta.

Bien, él sale en tu búsqueda. A mí me convirtió en director.

¿Sí?

Absolutamente. Dirigir una pieza suya cambió mi vida. Por eso conozco lo poderoso que puede llegar a ser.

¿Cómo se adentra una orquesta sinfónica como la de Berlín en el siglo XXI?

Todos andamos buscando cosas. Hay dos fundamentales: una orquesta que no afronta el repertorio de su tiempo muere, y muere merecidamente; otra es que si no forma parte de la comunidad a la que pertenece y evangeliza a su alrededor, tampoco tiene nada que hacer.

Esa palabra se las trae, evangelizar.

Ya, ya. Tienes que hacerlo, convertirte en evangelista. El día de los sumos sacerdotes desde el púlpito ha terminado para la música clásica. Ya no viene nadie, tenemos que salir nosotros a por ellos. No es el único tipo de música que la gente quiere escuchar. Pero sin ella, su vida es mucho menos rica. Hay algo que esta música puede dar a todo el mundo, que no encuentras en otras; pero, claro, hay que mostrarlo.

De ahí que dé tanta importancia a hacer programas fuera de las salas de concierto.

Claro, y la orquesta se compromete con ello de corazón, y no sólo con jóvenes: trabajan en prisiones, con ancianos, con minusválidos? Es importante recordar a la gente que necesita esto. Es como una especie de trabajo en el campo: plantas semillas y dan distintos frutos.

Se necesita un carisma especial en estos tiempos para dirigir una orquesta así.

Bueno, eso no es algo que yo deba decir.

Es un don que se tiene o no, pero que ayuda a evangelizar.

Eso espero, que la gente se dé cuenta. Pero también la orquesta debe tener carisma. Tomar las riendas. En la orquesta veo eso, no hay que convencerles para que vengan a trabajar.

De algo habrá que convencerles.

De mantener un repertorio grande, para que los músculos sean flexibles.

Y de eso usted sabe porque ha hecho barroco, contemporáneo, sinfónico? De todo en una época en la que se tiende a la especialización.

Ya... Existen grandes especialistas, pero hay que ser conscientes de las conexiones. Esas relaciones a lo largo de la historia... Hay que ser conscientes de que cada obra contiene aspectos de las anteriores.

Sin dogmatismos, sin obsesionarse con las raíces tampoco.

Ahora los grupos barrocos son más libres, improvisan, juegan, y no sienten que cuando tocan hay una única manera de hacerlo. Pero hemos aprendido mucho de quienes excavaron antes, de los dogmáticos. No estaríamos en esta situación de éxito de la música antigua y el barroco si no hubiera sido por ellos. De todo se aprende. Hay conciertos que son el 80% novedad y el 20% nada nuevo. Y al revés. Hay conciertos en los que aprendes de los fallos, los errores, de lo que no funciona. Así es.

Quizá un objetivo importante para una gran orquesta como la Filarmónica de Berlín es esa búsqueda para conectar distintas tradiciones.

Las tradiciones son muy importantes; también la historia no escrita, callada. Pero uno no puede obsesionarse con eso. Puede resultar mortal, una orquesta debe saber reinventarse.

Y ampliar sus expansiones por el mundo. En los últimos años se han centrado mucho en viajar por Extremo Oriente y ahora quieren tener presencia en el sur de Europa y América Latina. ¿Por qué miran hacia esa parte?

Es importante recorrer el mundo y hacernos presentes en diversos lugares. Todo cambia rápido, y debemos aprender muchas cosas. Se hace música muy interesante en varios lugares del planeta. Ha explotado la música en China, en Taiwan, en Venezuela. Es otra dieta, otra vitamina.

Venezuela es fundamental para ustedes, con el proyecto educativo de la Fundación Abreu, que saca a niños de la calle y les hace músicos.

Sí, cualquiera interesado en educación sabe que éste es uno de los proyectos más brillantes que se han llevado a cabo en el mundo. No puedo hacerme idea de cuántos cientos de vidas ha salvado; no sólo influido, salvado. La orquesta está tremendamente comprometida con ello. Hay por lo menos 15 músicos que van dos veces al año; yo, una vez cada dos años. Les llevamos a tocar al Carnegie Hall, en Nueva York. Ya tenemos un miembro de la orquesta que ha salido de allí y hay varios estudiando en Berlín. ¡Miren a Gustavo Dudamel! [el joven venezolano que ha sido nombrado, con 26 años, director de la Filarmónica de Los Ángeles]. Está dotadísimo, me encanta. Es un producto típico del sistema de Abreu. Como dicen los chavales, "ésta no es una parte importante de nuestra vida; ésta es nuestra vida".

El compromiso no es tan malo, después de todo. Uno puede encontrar cosas de éstas hasta en la Venezuela de Chávez.

Es muy listo. Y tiene suerte, además de petróleo. A pesar de lo que se diga, se preocupa por el bienestar de su gente. Ante todo es un político, y en todos los lados hay gente despreciable. Por lo menos, él me hace reír, no como los neocon. El proyecto Abreu tiene un apoyo importante de su Gobierno, pero el hombre fundamental para que salga adelante es el propio Abreu. Es bueno saber que una sola persona puede conseguir tantas cosas.

Entonces, Chávez le hace gracia... Y los 'neocon', ¿le asustan?

No me hacen ninguna gracia. Realmente han organizado todo un fiasco. Tampoco me gustan los músicos que hablan de política, pero, en fin. Hay un libro que describe lo que es el conflicto del mundo actual, de un conservador; se llama precisamente así: Fiasco. Es increíble a todos los niveles.

Qué es eso de que no le gustan los músicos que hablan de política...

En privado hablamos mucho, desde luego; pero en público es peligroso, porque a veces desconocemos lo que tratamos. Yo me metí en política en el Reino Unido por el arte y la educación. Así que creo que tenemos derecho a hablar.

Pero como ciudadanos, también. No hace falta ser artista.

No hay que ser triviales ni frívolos, así que mido mis palabras.

Ya, pues, midiendo sus palabras con cuidado, cuénteme qué opina de Tony Blair.

Estoy algo desubicado. No vivo en Inglaterra desde hace tiempo. Las ópticas cambian; lo que te parecía importantísimo cuando estabas allí se convierte en una minucia en cualquier parte. Por ejemplo, estos años he compartido mucho tiempo con Joshka Fischer, un ejemplo real de carisma. Y él pensaba que Tony Blair era el líder más dotado con el que se había topado en los últimos años. Ha sido toda una tragedia que eso se haya convertido en una decepción tan grande. Cuando le eligieron había tremendos deseos de cambio, euforia. Así que la decepción ha sido grande, aunque no hay duda de que lo que vino ha sido mucho mejor que lo que había antes y que el país ha cambiado a mejor.

Y no hay recambios claros.

No sé qué ocurre con los políticos de las nuevas generaciones. Se forman de manera muy específica para ser políticos sin estar muy formados en otras cosas. Me pregunto qué leen, por ejemplo.

Y usted, ¿qué lee?

¡Uf! De todo.

Es ecléctico.

Extremadamente ecléctico. Coges de todas partes. Ahora he leído la autobiografía de Arthur Miller, la única novela que escribió Pirandello, a Asimov, sencillamente porque me gusta pasar las páginas. No sé. De todo. La última novela de Ian McEwan.

¿Y qué música escucha con estos cascos que tiene por aquí? Cuando viaja.

Estos cascos que tengo por aquí los he sacado para escuchar nuestra nueva grabación de la Cuarta de Bruckner.

Ya, pero ¿qué es lo que usted disfruta escuchado que se diría impropio del director de la Filarmónica de Berlín?

De todo, música de cualquier cultura. Mambo, salsa, muchísimo jazz..., siempre fue una pasión. Lo que decíamos, ecléctico, pero en el sentido de variado; porque, ¿sabe?, para un alemán, por ejemplo, ser ecléctico es una de las cosas más groseras que se puede ser. Me costó acostumbrarme. Cuando los periodistas alemanes me llamaban ecléctico creí que era un elogio. ¡Ja, ja, ja! Y cuando me di cuenta de que no era así, me moría de risa. Para muchos, en la música sólo hay una línea a seguir...

¿Y significa lo mismo?

Para ellos tiene un sentido superficial. Pero lo interesante, la realidad es que cualquier compositor importante de hoy escucha todo tipo de música. Eso es lo que nos enriquece.

En la era de la globalización es preciso ser conscientes de que el eclecticismo nos abre la mente.

Para entender lo que es el mundo, una abrumadora variedad de cosas.

Pues si en Alemania le ven ecléctico en el mal sentido, ¿qué dicen cuando usted afirma que le gusta 'Harry Potter'?

Bueno, he dicho que lo había leído. Porque a mis hijos les interesaba. Lo dejé en el tercero, debo confesar. Pero lo que está claro es que es una gran historia. Y que se va sofisticando a medida que avanza. Lo que es indiscutible es que Harry Potter ha introducido a toda una generación en el mundo de la lectura, aunque no sea lo que yo suelo elegir entre mis gustos. Pero si tienes hijos, debes conocer lo que les gusta. ¡También he visto Matrix! ¿Por qué? Porque a mis hijos les fascinó. Y me sentí muy decepcionado, como todo el mundo, cuando me explicaron de qué iba.

Ah, sí. ¿De qué iba? Porque a mí tampoco me quedó muy claro.

Por supuesto. Claro, es mucho mejor cuando no te enteras. ¡Por favor, que no me lo expliquen! Pues eso.

¿Y ha visto 'The queen'?

Sí.

¿Qué le pareció? Porque yo creo que explica a las mil maravillas una clave muy importante de su país: la habilidad para el pacto entre clases en momentos de crisis.

Espero que sea verdad. El concepto de clase no es algo positivo en nuestro país. Es equivalente a la tensión racial en Estados Unidos. No es nuestra mejor cara.

Pero es su cara.

Sí, sí, desde luego; aunque ya somos una sociedad multirracial, eso es bueno. Pero The queen es una película muy emotiva porque no arremete contra nadie, sencillamente trata de comprender a las partes. A todos esos personajes encerrados en sus respectivos agujeros. Es muy británica, es cierto, y me emocionó más de lo que esperaba. Disfruté con las interpretaciones, con Helen Mirren; aprendes mucho de los grandes actores sobre concentración. Yo estaba en Argentina el día que Diana murió ,y pude observar, en efecto, cómo aquello desembocó en un país muy confundido. Fue una especie de histeria de masas.

Una confusión que persiste. ¿Hacia dónde va Inglaterra?

Huy... Pues no sabría contestar...

He ahí la prueba.

Exactamente.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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