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Reportaje:

La aldea del senador

Yolanda Monge

Ya nadie recuerda cómo se llamaba antes la cerveza. Antes de que Obama fuese algo más que un simple apellido. Antes de que la palabra Barack cobrara todo su significado: afortunado. Desde su visita, la cerveza se llama Obama, aunque mantiene su logotipo. Pero como la vida tiene estas casualidades, antes la marca y el logo eran Senator?

La cerveza no es un caso aislado. Las vacas, las gallinas, los hijos. El nombre de Obama se oye y se lee en cada destartalado rincón de Nyangoma-Kogelo (Kenia). De las 4.098 almas que pueblan la villa, más de la mitad aseguran ser familiares suyos.

Barack Obama, de 45 años. De padre "negro como el carbón" y madre "blanca como la leche", en sus propias palabras. La nueva estrella del firmamento político norteamericano tiene la piel del color del café cortado y pertenece a dos mundos: el que mamó de una madre de Kansas emigrada a Hawai y el que heredó sobre la piel de su padre africano.

De las 4.098 almas que pueblan la villa, más de la mitad aseguran ser familiares de Obama
Fortuna. Desarrollo. Dinero. En la aldea piensan que Obama será el mesías que los traerá
Todo el poblado gira en torno al senador. Los vecinos llevan camisetas y gorras con su cara

Un padre que pensó que la vida debía de ser algo más que cuidar de las cabras y al que el horizonte que veía desde su choza se le quedó pequeño. Y lo agrandó. Tanto que a principios de los años sesenta llegaba a la Universidad de Hawai para convertirse en el primer estudiante africano que becaba esa institución académica. Atrás quedó Nyangoma-Kogelo, y el aeropuerto de Nairobi. El mismo en el que años después aterrizaría su hijo en busca de sus raíces.

La carretera que lleva a la necesitada aldea sufrió cambios. Un lavado de cara para la primera visita, ya como senador de Estados Unidos, del hijo pródigo. Los habitantes arrancaron las malas hierbas, chapucearon los baches. Frente a la escuela se levantó un cartel que decía: "Barack Obama". Es la única escuela, ahora con nombre. En el poblado, todo está abandonado: por las vías hace años que no pasa el tren. Las habitaciones del hospital están abandonadas. Los niños las usan para reunirse después de la escuela. La pobreza ni siquiera tuvo que entrar por la puerta para quedarse; ya estaba, es perpetua.

Odonja Jakogelo, de 80 años, cree que Obama puede marcar un antes y un después en su pueblo: "El hijo de Obama quiere ser presidente de Estados Unidos. Está bien. Necesito dinero y comida. No necesito mucho: pescado, carne y algunos dulces para acompañar mi té del desayuno". Tal y como dice el alcalde, George Oduor, de 34 años, "la aldea necesita de todo, y el senador puede echar una mano". Hay un solo lugar en el mundo que no tiene dudas de quién debe ser el candidato demócrata para las elecciones presidenciales de 2008. Y está en Kenia. Demasiado lejos de los sondeos de opinión. Demasiado incomprensible para los gurús de la demoscopia. Demasiado inútil para el deseo de Barack Obama de convertirse en el primer presidente negro de la historia de EE UU.

Pero demasiado necesario para entender su pasado. Hasta Kenia viajó el joven político a finales de los años ochenta. Y repitió, y repitió. Primero, tras su boda en los noventa con Michelle Robinson, con la que tiene ya dos hijas, Malia y Shasa. Luego, cuando lanzó su candidatura como senador por el Estado de Illinois, en los primeros años de este nuevo siglo. Después, ya como político consagrado, haciendo lo que hacen los políticos: campaña. De su paso quedan muchas improntas en el poblado. Ninguna tan poderosa como la que representa Sarah Ogwel sujetando la fotografía que su nieto le envió por correo del día de su boda.

Miren su foto. Sarah Ogwel, o Mamá Sarah. Llegará un momento en que dejarán de contar sus arrugas curtidas por el sol inmisericorde de África. La cabeza cubierta por un pañuelo blanco. El delantal de vivo color protegiendo el vestido de flores, mientras su cansado y viejo cuerpo descansa sobre un destartalado sofá con más flores y colores. ¿Su único deseo? Que el hijo de su hijo sea el próximo presidente de EE UU. ¿Su temor? "Esa mujer blanca". Sarah puede ignorar el nombre de Hillary Clinton, pero no su existencia. Entre el deseo de la abuela y la realidad hay una larga y sinuosa carretera cargada de desafíos. No para ella. "Quien se enfrente a mi Barack, perderá. Él traerá prosperidad a los africanos y a los americanos".

La "aldea del senador" es como el resto de África: bella y pobre. Las chozas, como las del resto del continente, están hechas de paredes de adobe y techo de paja. Las viviendas que alcanzan la categoría de casa gozan de ladrillo barato y techo de uralita. La lluvia descarga igual, al caer la tarde. Luego pasan los años sin su presencia, y entonces la pobreza se vuelve miseria. Los nombres se confunden al repetirse, generación tras generación. Pero todo el mundo sabe quién es la "abuela del senador". "Al fin conozco al hijo de mi hijo", acertó a decir en luo, la lengua local, cuando tuvo por primera vez frente a sí a su nieto venido de América. Como todo el mundo sabe quién es "Wuod Sarah", el hijo de Sarah, el senador Obama.

Fortuna. Desarrollo. Dinero. En Nyangoma-Kogelo es algo que se espera como el maná. Y sólo hay un mesías que los traerá: Barack Husein Obama. Un hombre por el que Abraham Lincoln habría levantado su copa. El escaño senatorial por Illinois, el Estado donde nació el presidente que acabó con la esclavitud en Estados Unidos, lo ocupa un negro. En un país donde las diferencias raciales definen las diferencias culturales, Obama es un político que no amenaza a nadie y ofrece algo para todos. Parece poseer las cualidades necesarias para dar el salto del Capitolio a la Casa Blanca: carisma, inteligencia, coraje, principios claros? La mayoría de los políticos pasa su vida profesional trabajando para corregir defectos. Y luego están los políticos como Barack Obama. Con Estados Unidos en la razón y Kenia en el corazón, Obama dio el salto al plano nacional en 2004, cuando pronunció ante la convención demócrata en Boston su discurso programático como candidato a senador.

"Mis padres me llamaron Barack, afortunado, porque pensaban que, en una América tolerante, el nombre no es obstáculo para el éxito, y me imaginaron yendo a las mejores escuelas, aunque no eran ricos, porque en una América generosa no hay que ser rico para desarrollar lo que uno tiene dentro". Obama, el tercer senador negro de la historia de EE UU desde la reconstrucción, arrancó aquel discurso con un relato poderoso y evocador del sueño americano. "En ningún otro lugar del planeta hubiera sido posible mi historia". Y lo concluyó así, situando a la audiencia del Fleet Center al borde del paroxismo: "A los expertos les gusta repartir el país en Estados rojos y Estados azules: rojos para los republicanos, azules para los demócratas. Pero yo les digo a esos expertos que en los Estados azules rezamos a Dios, y en los Estados rojos no nos gusta que los agentes del FBI metan la nariz en las bibliotecas públicas; somos entrenadores de la liga infantil de béisbol en los Estados azules y tenemos amigos gays en los Estados rojos. Hay patriotas que se opusieron a la guerra de Irak y patriotas que la apoyaron. Somos un pueblo que juramos fidelidad a las barras y las estrellas, y todos defendemos a Estados Unidos de América".

Hombre con confianza en sí mismo. Como su padre. Hombre delgado, alto y con cara de niño. Igual que su padre. La envidiable personalidad de Obama quedó subrayada en una cena en Washington al poco de tomar posesión de su sillón en el Capitolio. Entonces, el presidente George W. Bush hizo un chiste sobre su imagen. "Senador Obama, quisiera hacer una broma sobre usted", dijo el presidente en la cena anual del club Gridiron, evento en el que políticos y periodistas se reúnen para relajarse y reírse los unos de los otros durante unas horas. "Pero hacer un chiste sobre usted es como hacerlo sobre el Papa". Las únicas bromas, hasta ahora, que permite las provocan su nombre. Aunque son de doble filo. Obama se confunde con Osama. Tal y como está la política estadounidense, la confusión es delicada. Si extraño es su primer nombre, el segundo levanta ampollas: Husein. Para algunos norteamericanos, ése es el nombre del dictador que fue ahorcado en Navidad y cuyo vídeo sale en YouTube. "Deme algo que pueda usar. Pronuncie algo mal", suplicó Bush a un sonriente Obama.

Habla un inglés americano impecablemente modulado. Con una voz profunda y clara como el cristal. "Aprenderá luo", cuenta su abuela ?aunque Sarah es su abuela adoptiva, porque la verdadera, Habiba Akumu, se marchó y Sarah se hizo cargo de la familia?, quien necesita intérprete para comunicarse en inglés. No lo necesitaba su padre, Barack Obama, quien hablaba inglés con el acento de sus antiguos colonizadores. Un hombre que emigró a EE UU en busca de la prosperidad para regresar a su país natal, pero acabó sus días entre nubes etílicas tras caer en desgracia por no comulgar con las políticas del Gobierno de Jomo Kenyatta. Aunque antes de morir, alcoholizado, en un accidente de tráfico en 1982, en Nairobi, pasó por Harvard. Se casó en Hawai con Ann Dunham, y en 1961 llegó al mundo el pequeño afortunado Barack. La pareja duró poco. Obama, padre, siguió buscando la prosperidad en el este, al contrario que hicieron los abuelos americanos del hoy senador, que buscaron el sueño americano en el oeste: primero en California, alejándose de Kansas, y después un poco más allá, en Hawai, donde se establecieron definitivamente.

Harvard ofrecía pagar la manutención sólo a Obama, padre, por lo que la joven madre (18, ella; 23, él) decidió permanecer en la isla del Pacífico. La separación física fue acompañada poco después por la del registro civil. Obama, padre, dejaba a su familia americana en Hawai y dos años después volaba a Kenia con Ruth, otra estadounidense con la que tendría dos hijos ya en tierra africana. En esa misma tierra habían visto la luz otros dos vástagos del fértil Obama, fruto de su primer matrimonio, basado en un rito tribal y del que no queda constancia. Como tampoco hubo nunca prueba de que se separaran. En sus últimos años uniría su vida a otra mujer, esta vez africana, como la primera, con la que concebiría su último vástago.

Kenia no es sólo la tierra que dio el color a Obama. Es el país donde residen varios de sus hermanos y hermanas. Aunque dos de ellos emigraron a EE UU, donde uno se convirtió al islam. Hermanos y hermanas desconocidos para el senador. Hasta que decidió dar el salto y viajar a Nyangoma-Kogelo. Allí, sobre una desconchada pared de la sencilla vivienda de la abuela Sarah, se balancea un retrato familiar. Un Obama de otra época, con pelo afro, posa con primos y tías. A renglón seguido, la constatación del éxito: el cartel de campaña de las elecciones al Senado en 2004.

Mamá Sarah no para de recibir visitas. Y no todas de su nieto. La aldea se llena de vecinos que le piden favores en caso de que su ojito derecho llegue a ser presidente. Curiosos llegados de otros pueblos. Periodistas. Mamá Sarah llegó a tener más de cinco visitas al día. El flujo llegó a tal punto que la abuela más famosa de Kenia mandó levantar cuatro paredes que hicieran las veces de sala de recibimiento. "No puedo vivir tranquila. Me han entrevistado más de mil veces", dice al fotógrafo.

Cuando Obama llegó por primera vez a la ciudad en la que nació su padre, algunos de sus familiares le espetaron una expresión de esas tan típicas en el lenguaje que admiten difícil traducción. "Ilal", le decían en luo, la lengua que se habla al este del lago Victoria. ¿Lo más aproximado en traducción? "Dichosos los ojos", "Hace mucho que no nos vemos". Pero en su sentido más estricto: "Has estado perdido". Para Mamá Sarah, su nieto se perdió en EE UU y se volvió a encontrar cuando visitó el pueblo de su progenitor.

Puede que no exista una sola alma en Nyangoma-Kogelo que no haya oído hablar de América y lo poderoso que es el presidente de aquel país. Las sonrisas se dibujan ingenuamente en la cara cuando especulan con la idea. ¿Qué pasará si el presidente es un descendiente de Kenia? ¿Traerá dinero al pueblo? ¿Mejorará las aulas en las que estudió su padre? ¿Hará hospitales? Es entonces cuando empiezan a sentir que el keniano perdido es un poco más keniano cada día. "El hijo de Sarah elevará el nombre de Kenia a lo más alto".

La casa de Mamá Sarah es diferente. Destaca del resto de la aldea porque no es de adobe, sino de ladrillo. Mamá Sarah tiene más recursos que sus vecinos: es la única casa con electricidad. Tiene un panel solar en el techo que permite a algunos de los residentes poder cargar el teléfono móvil cada día. No hay gas, y las comidas se preparan con carbón. Las gallinas corretean y las vacas pastan tranquilamente en la entrada. Allí vive la abuela con dos nietos, Yussuf y Said. De vez en cuando se quedan otros familiares. La casa alberga una habitación que parece un santuario: el lugar donde el senador se quedó en su última visita, con la cama hecha tal y como él la dejó.

Todo el poblado gira en torno al senador. El político demócrata que en Illinois forjó una imagen de cooperación con los republicanos en la senda del populismo integrador de Bill Clinton es todo un mito. Los vecinos llevan camisetas y gorras de béisbol con su cara impresa. Dixon Omondi es carpintero, tiene 28 años y en su cabeza está encajada, puede que desde 2004, una gorra en la que se lee: "Bienvenido, hijo de Kogelo", especialmente diseñada para la visita de quien iba a ser senador. La principal fuente de ingresos de Omondi es la construcción de ataúdes. Pero bien podía haberse dedicado al humor negro (si es que hay humor en sus palabras): "El próximo que haga será para Hillary".

La vida escolar tampoco ha estado ajena a la obamanía. La directora de la escuela secundaria de la aldea, Yuanita Akala, decidió cambiarle el nombre al centro recientemente. Ahora es la Escuela Secundaria Senador Obama de Kogelo. La directora, además, mandó que se pintara el nombre en las puertas de la escuela, para que los 80 niños que estudian en el centro tengan en mente hasta dónde puede llegar un hijo de Kenia?

El muzungu, el hombre blanco ?como llaman a Obama en Nyangoma-Kogelo?; Barry, como le llamaba su ya fallecida madre; el candidato negro al que votan los blancos de Estados Unidos puede conseguir algo que el mismo Abraham Lincoln no hubiera creído posible: convertirse en el primer presidente negro de Estados Unidos. Con raíces en Nyangoma-Kogelo, Kenia.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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