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Reportaje:

Los desiertos de España

Clemente Álvarez

A la nada se llega por la autovía A-92, por un desvío a 15 kilómetros de Almería que va a dar a una solitaria gasolinera. Allí desaparece de pronto el negro asfalto, y el camino de tierra adopta un tono parduzco, casi gris, que se extiende por un paisaje desolador: el desierto de Tabernas. "Éste es el lugar más árido de Europa", comenta Lali Moreno, directora de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que desde hace cuatro años estudia un pequeño pajarillo conocido como camachuelo trompetero que se esconde entre los matorrales de estos espacios en apariencia vacíos de vida. En apariencia, claro. "El ojo humano no lo aprecia, sólo ve tierra por todas partes; pero la biodiversidad de la flora y la fauna de estos desiertos es única. Como persona y científica, una de las mayores satisfacciones de trabajar en estos hábitats es demostrar a los demás el enorme valor que tienen para que sean conservados", resalta esta bióloga sevillana.

"Tiene su encanto para ver de lejos. Para estar es muy duro. No hay somras. Echa fuego"
Hasta la planta en apariencia más insignificante guarda sorpresas que la hacen única
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FOTOGALERÍA: Desiertos de España

Todo allá donde alcanza la vista es un paisaje desnudo, de tierra en carne viva y austeros matorrales, formado por montañas que se deshacen como polvo seco de un gigantesco reloj de arena; uno que contase los segundos, grano a grano, desde hace cerca de 5.000 años, que es el tiempo que lleva Tabernas con este mismo aspecto. La investigadora aclara que, siendo estrictos, este ecosistema agrietado y erosionado por los escasos 250 litros de lluvia por metro cuadrado que caen de media en todo un año no entra en verdad en la denominación científica de desierto. Con todo, esta parte del sureste peninsular se queda realmente muy cerca, y junto a Canarias constituyen lo más extremo de una increíble variedad de hábitats secos que aportan una singularidad y un valor muy especial a la naturaleza del país. Son los particulares desiertos españoles, que van desde los paisajes más áridos de Fuerteventura (Canarias), Tabernas o el cabo de Gata (Andalucía) hasta las vastas y llanas estepas de los Monegros (Aragón) o las Bardenas Reales (Navarra). "El desierto engancha", asegura esta bióloga, que antes de llegar a Almería estuvo 25 años investigando en los pinares de Navacerrada, en Madrid. "Aquello era justo lo contrario, estaba siempre rodeada de verde, pero esto tiene algo. Ya no sé si me podría ir a otro lugar".

Esta atracción resulta casi tan intensa como su inquietud por un fenómeno muy vinculado también a este paisaje seco: la mortífera desertificación causada por el ser humano. Una amenaza que, según el Observatorio de la Sostenibilidad en España, afecta a un tercio de la superficie del país. Aunque esto nada tiene que ver, en realidad, con el desierto, como lo demuestra el camachuelo trompetero que tan bien conoce la bióloga sevillana. Este pajarillo originario de África, llamado así por emitir un sonido nasal muy similar al que sale de una trompetilla de feria, está especialmente adaptado a las zonas áridas, y en los últimos 30 años ha ido extendiéndose y subiendo por la costa mediterránea a consecuencia del aumento de las temperaturas y la disminución de las precipitaciones, hasta alcanzar la provincia de Alicante. Uno puede tenerlo a un metro y no verlo, pues se mimetiza con el entorno, lo cual le permite permanecer largo tiempo quieto en el suelo sin derrochar energía, una cuestión aquí de vida o muerte. Aunque lo más interesante de esta ave de apenas 20 gramos es su distribución: sólo se encuentra en ecosistemas áridos bien conservados modelados por el clima y no en zonas degradadas que hayan sido desertificadas de forma artificial. "Todavía no sabemos muy bien por qué, pero este pajarillo es un bioindicador de la calidad de estas zonas. Creemos que una de las claves está en su alimentación; come plantas cuyo metabolismo libere agua, especies vegetales que crecen en los desiertos naturales en buen estado y no en los secarrales de espacios degradados", incide la investigadora, que ha estimado en unas 800 las parejas de camachuelo trompetero de Tabernas. Una población en aumento, a pesar de que el 80% de sus nidos son depredados. "La vida en el desierto resulta muy complicada".

En las pupilas de Quique Ballent se refleja la estepa con la omnipresente llanura y las asombrosas formas del relieve esculpidas por la erosión, pero este pastor trashumante de las Bardenas Reales cuenta que ya hace mucho tiempo que dejó de mirarla. "Ya la tengo muy vista", dice mientras guía su rebaño de 1.200 ovejas, seguido por sus perros Neska, Lucas y Chamaco. Este navarro sabe bien cómo se complica la vida en el desierto, pues a sus 34 años la piel de su cara está ya casi tan quemada por el sol como la reseca tierra que lo cubre todo a su alrededor. "Esto tiene su encanto para ver de lejos, pero para estar es muy distinto. La Bardena es muy dura, es una putada; aquí no hay una sombra donde cobijarse, y en los años que no llueve, esto echa fuego".

En estos ecosistemas extremos, cualquier forma de vida cobra otro valor. Incluso el insecto o la planta en apariencia más insignificantes suelen guardar sorpresas que los convierten en únicos. Es el caso de la simple retama, muy común en el sureste peninsular. Como ha comprobado Francisco Pugnaire, investigador de la EEZA, esta vegetación actúa como una isla fértil bajo cuya sombra crecen otras muchas especies. Todo el conjunto de la planta parece perfectamente diseñado para adaptarse a estos lugares áridos: su especial estructura con tallos en lugar de hojas, su capacidad de autoabastecerse de nitrógeno con ayuda de bacterias y, sobre todo, el tamaño de sus raíces para escarbar en lo más recóndito en busca de agua. Pugnaire realizó hace unos años el siguiente experimento: insertó en la tierra un tubo para introducir un trazador químico, cloruro de litio, a 26 metros de profundidad en una zona de retama y luego tomó muestras de las plantas. El resultado fue que, sin haber pasado 24 horas, la retama presentaba ya en su interior restos de litio: sus raíces tenían que medir, al menos, ¡26 metros!

Ballent no muestra otras adaptaciones que su paraguas, la ropa para protegerse, el móvil y su espaldero de piel de cabra que a veces se echa sobre los hombros. Además de su instinto, pues mientras camina no hay cabezo (promontorio aislado típico de las Bardenas) o barranco que no conozca de la zona de la Blanca, la más llana y desértica de aquí, que es por donde suele moverse envuelto en la nube de polvo levantada por las pezuñas de las ovejas. Cuenta que lo que más teme de este páramo es el cierzo, el viento frío del norte, que lo quema todo en invierno. "Cuando estás en una zona llana y sopla el cierzo parece que te clavasen alfileres", gruñe el navarro. Hace ya semanas que esquiló a los animales, y no tardará en coger la cañada hacia los verdes pastos de la sierra de Abodi acompañado por los cantos de lata de los cencerros, la música de la trashumancia.

El tiempo pasa de forma más lenta en estas zonas secas. Como explica Pugnaire, cuanto más árido es el terreno, más azarosa resulta la supervivencia de las plantas y más tarda la vida en abrirse camino. La mayoría de los intentos acabarán calcinados por el sol. En el cabo de Gata, un caso muy llamativo es el del palmito. Como recalca este experto en ecología vegetal, desde que una de estas pequeñas palmeras sobrevive el primer verano hasta que se establece la siguiente generación pueden transcurrir 30 o 40 años. La vida late a otro ritmo.

En las Bardenas Reales, Quique Ballent pastorea las horas oyendo la radio o leyendo un libro. Ahora lleva en el zurrón Ángeles y demonios, de Dan Brown. "Tengo la gran suerte de trabajar en lo que más me gusta y la desgracia de que éste es uno de los oficios más duros que existen", deja dicho antes de alejarse solo por la llanura de este triste páramo.

La soledad en estos paisajes constituye uno de los elementos recurrentes en la pintura de Chus Morante. Esta restauradora, que vive en Fuerteventura, reproduce con sus pinceles el desierto que la rodea a diario en lienzos en los que la tierra y el cielo lo llenan todo, con trazos muy simples y pocos colores. "Pinto la soledad de este paisaje, recojo la soledad y sobre todo el horizonte. Intento plasmar lo inmenso que es esto. La línea recta del horizonte sugiere muchas cosas, como que uno nunca puede alcanzarla por mucho que vaya a buscarla", explica, pensando cada palabra, esta madrileña que llegó un día con su marido majorero a esta isla canaria sin intención de quedarse por mucho tiempo y ya lleva 25 años. "Esta soledad del paisaje no produce angustia, sino sensación de descanso, de paz. El desierto resulta muy espiritual, y es cierto que engancha".

Esta visión idílica contrasta, sin embargo, con la otra cara de desierto, aquella en la que la vista fascinadora se convierte en una de las peores pesadillas ambientales, un mal que como el fuego lo calcina todo a su paso. Gabriel del Barrio, investigador también de la EEZA, señala que en el país se han producido de forma histórica numerosos procesos de desertificación ya estabilizados, causados siempre por una sobreexplotación de los recursos (agua, bosques, tierra?); pero lo que preocupa ahora son otros focos activos de los que a menudo no se toma conciencia por una particularidad clave de este fenómeno: suele darse en fases de bonanza económica.

Este especialista en desertificación participó hace unos años en el diagnóstico más preciso de la situación que se haya hecho hasta ahora (se espera una actualización para la Conferencia de Naciones Unidas contra la Desertificación que se celebrará el próximo otoño en Madrid), y los puntos señalados como de mayor riesgo fueron las zonas de invernaderos de la costa mediterránea, los regadíos a cielo abierto en el valle del Ebro, los cultivos de olivo de Andalucía, los campos intensivos de La Mancha y las áreas agrícolas de las dehesas de Extremadura.

Morante trabaja ahora en la ermita de los Valles de Santa Inés, una iglesia perdida en mitad de Fuerteventura, rodeada de nuevo de la nada. A su alrededor, sus ojos ven montañas de tonos amarillos y rojizos y un cielo que no llega a ser azul, que a veces incluso toma el mismo color de la arena. Siempre que conduce por la isla, por líneas negras interminables que cruzan el vacío, la pintora lleva cerca su cámara Canon por si descubre algo nuevo en el paisaje que pueda pintar. "Parece que falta la vida, que no hay nada, pero cualquier pequeño detalle se disfruta más; de pronto me sorprende un puntito verde y lo fotografío", cuenta la madrileña, que a veces incluso espolvorea sus lienzos con la propia arena de este desierto para pintar sobre ella. "Me admiro de la soledad del paisaje y de sus formas, que no cambian, aunque algunos parezcan empeñados en destrozarlo".

Los científicos distinguen entre un proceso de desertización natural causado por el clima y otro de desertificación provocado de forma artificial. De ahí los dos términos. Sin embargo, ¿qué pasa cuando, como ocurre ahorra con el cambio climático, el ser humano también modifica el clima tan rápido como nunca antes? "No avanzará el desierto, avanzará el secarral", advierte Del Barrio. "En el sureste existe una planta, el Limonium, que rezuma por sus hojas la sal que absorbe de los suelos salinos y que acaba muriendo en su propia costra formando un especie de estatua. Esta variedad vegetal es interesantísima, pero ¿cómo va a competir en zonas que se hayan calentado?".

Un parque nacional en Fuerteventura. Por Sofía Menéndez

Llegó del frío hasta Puerto del Rosario en la campaña de 2005 para reivindicar una mejor protección de las costas españolas. La arribada del rompehielos de Greenpeace, Arctic Sunrise, a las cálidas costas de Fuerteventura sirvió para que uno de los espacios desérticos mejor conservados de nuestro país iniciara su andadura para la declaración de parque nacional. Esta organización internacional, Ecologistas en Acción, la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), WWF/Adena y todos los grupos ambientales locales han pedido que las zonas norte y oeste de la isla de Fuerteventura formen parte de la red de parques nacionales como ecosistemas semidesértico y litoral atlántico de la Macaronesia.El guante también ha sido recogido por la Administración local, y desde el cabildo insular de la isla majorera se tramita la declaración para hacer la propuesta formal ante el Ministerio de Medio Ambiente. Además, está a punto de firmarse un convenio con la cátedra de ecología de la Universidad Complutense que dirige Francisco Díaz Pineda para llevar a cabo el Plan de Recursos Naturales.El litoral norte y oeste de la isla se encuentran prácticamente intactos y albergan espacios de gran riqueza biológica: playas con dunas móviles, llanos de jable (arena de origen marino), saladares y acantilados volcánicos. La zona norte cuenta también con extensas superficies de llanos y parajes esteparios dignos de protección. Estos dos ambientes, semiárido y costero, están amenazados por planes de urbanización que los invaden o limitan con espacios que no han sido protegidos por el Gobierno de Canarias, según los ecologistas, a pesar de estar incluidos en la Red Natura 2000 de la UE. Para Toni Gallardo, gerente de Medio Ambiente del cabildo, ?la propuesta de parque nacional pretende conservar y divulgar los valores naturales que encierra la isla siguiendo el hilo conductor de varias de sus singularidades principales?. ?En primer lugar, por tratarse de un sistema insular con condiciones climáticas y geomorfológicas únicas. En segundo lugar, por tratarse de una de las zonas desérticas y semidesérticas más grandes de Europa. Y en tercer lugar, por la gran longitud de costa que albergaría, lo que le convertiría en el principal enclave protegido de la costa atlántica de la Macaronesia?.El parque nacional iría de norte a sur de Fuerteventura siguiendo su eje longitudinal a lo largo de la costa de barlovento de la isla, con dos amplias incursiones en la costa de sotavento que serían los actuales parques naturales de Jandía, en el sur, y Dunas de Corralejo, en el norte. Abarcaría unas 44.000 hectáreas, y en él estarían representados todos los ecosistemas isleños y la mayoría de sus endemismos vegetales y animales.El parque comenzaría en el municipio de La Oliva, coincidiendo con la actual delimitación del parque natural de las Dunas de Corralejo, y, por tanto, albergaría uno de los campos de dunas fijas y móviles más importantes de España. Continuaría hacia el norte bordeando el actual enclave poblacional de Corralejo, incluyendo sus rasas mareales y charcos intermareales. En su parte interior albergaría las estepas de Lajares y La Oliva y las faldas de la vertiente norte de la montaña de Tindaya. Continuaría por la costa en dirección a la punta de Jandía, con una anchura media de 10 a 15 kilómetros, para terminar en el parque natural de Jandía, al cual incluiría. La montaña de Tindaya es el principal escollo entre las autoridades y los ecologistas, ya que para estos últimos debe preservarse la estructura geológica del volcán y en ningún caso debería ser agujereada para albergar el monumento proyectado por Eduardo Chillida.

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Sobre la firma

Clemente Álvarez
Es el coordinador de la sección de Clima y Medio Ambiente de EL PAÍS y está especializado en información ambiental, cambio climático y energía. Ha trabajado para distintos medios en España y EE UU, como Univision, Soitu.es, la Huella en La2 de TVE... Fue también uno de los fundadores de la revista Ballena Blanca.

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