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Reportaje:

El pueblo de las bodas

Un alcalde apicultor, Francisco Maroto, y 78 bodas civiles en tres años; de ellas, 26 gays. Un documental, 'Campillo sí, quiero', que se estrena a fin de mes en el Festival de Reikiavik, relata el modelo de convivencia logrado en este pueblo de 50 habitantes de Guadalajara.

Andrés Fernández Rubio

"Y qué, el Madrid, otra vez campeón de Europa, ¿no?". El valle del pico Ocejón se hizo famoso por un anuncio de coches en el que un abuelo cabrero acababa diciendo la frase con voz entrecortada. El mensaje publicitario era que ese automóvil te podía llevar muy lejos, a la España profunda. Sólo unos años después, el valle representa algo bien diferente.

Boda 1: novia y novio, más ochenta invitados, llegan vestidos como en El señor de los anillos.

Boda 2: a la madrina, con peineta, se le escapan las lágrimas porque su mejor amigo, Juan, se ha casado con J. J., peruano de origen judío.

Boda 3: las mujeres contrayentes están arropadas durante la ceremonia por el ex marido y los hijos de una de ellas.

Al principio se corrió la voz de que el alcalde y el cura habían hecho una apuesta para ver quién casaba a más gente
"Nos casamos en este pueblo por apoyar la valentía del alcalde. No es fácil ser gay en el mundo rural"

Bienvenidos a Campillo de Ranas (50 habitantes permanentes; unos 125 entre los siete pueblos del concejo). Para unos, el parque temático rural de las bodas, un Las Vegas castellano-manchego. Para otros, una utopía contemporánea en cuyos montes hoza el jabalí y brincan los corzos en libertad.

"Somos un referente. Antes se decía: 'Vamos a comer cabrito a Jadraque'. Y ahora se dice: 'Vamos a casarnos a Campillo". El alcalde, Francisco Maroto, de 43 años, sonríe al hacer este comentario mientras acaricia a Shakira, una cabrita que nació hace tres días y que se mueve impaciente porque tiene ganas de mamar. Maroto la suelta y ella corre en busca de la cabra Cindy.

En Campillo de Ranas, a sólo 125 kilómetros de Madrid, uno de los más bonitos y turísticos pueblos negros en la ruta de la arquitectura de pizarra de Guadalajara, los animales lucen nombres como Naomi o Melendi, y el pico Ocejón hace notar su elegante silueta mientras resguarda al valle de los vientos. Aquí, y en el contiguo municipio de Majaelrayo, se respira un clima benévolo: el de vive y deja vivir. Y así lo atestigua una significativa comunidad de gays y lesbianas que se reparte por los ocho pueblos del valle, en su gran mayoría parejas, comenzando por la que forman en Campillo de Ranas desde hace 14 años el alcalde, Maroto, y el juez de paz, Quique Rodríguez. Y como en casa de herrero, cuchillo de palo, aunque ambos han casado por docenas, ellos mismos no se han animado todavía.

La atmósfera de tolerancia, el boom de las bodas civiles como dinamizador económico y el freno en seco del éxodo de población se deben, en cierta medida, al empeño de este alcalde socialista que renovó mandato en las pasadas elecciones municipales con mayoría absoluta (cuatro concejales frente a uno del Partido Popular). Como ejemplo, en septiembre del año pasado se reabrió la escuela, con 11 niños de todo el valle, después de 32 años de cierre. Hace unos días, Maroto recibió una llamada de la Federación Española de Municipios para que cuente la estrategia de desarrollo rural que ha puesto en marcha.

El alcalde de la miel. Pertenece al grupo de los regidores sin sueldo cuyo rastro se pierde por remotos lugares de España. En este caso, sus colmenas producen una miel oscura de jara y roble con la que llena decenas de botes que vende a los visitantes, su principal fuente de ingresos. A un grupo de excursionistas gays que le visitaron en julio les explicó un concepto que parece arrancado de los manuales que proclaman la vuelta a una vida más simple. "Aquí se puede vivir de la miel. Aquí te las arreglas con unos pantalones doblados para arriba y unas botas guarripés. En Madrid, seguramente con 1.200 euros no ahorréis; yo aquí con 300 vivo".

En el valle se distribuyen una decena de establecimientos bed & breakfast (cama y desayuno), mesones, albergues y pequeños hoteles cuya oferta está presente en la feria Las mil y una bodas, que se celebra anualmente en octubre en Madrid. "Las bodas ayudan mucho, han traído mucha prosperidad a Campillo y su zona", explica Isabel Pérez, que dirige con su hermana Alicia la casa rural Al Viento del Ocejón, en El Espinar. El verano es temporada baja, los montañeros y excursionistas dejan de venir y la hostelería se resiente. La idea fue que eso cambiara, y este año, por ejemplo, está todo ocupado con las bodas los fines de semana de octubre. "Las bodas le dan a la zona un ambiente de alegría", añade. "Ahora se ha abierto en Campillo otra empresa, Alternatura, con actividades en la naturaleza. Ésa es la mejor apuesta: las bodas y el medio ambiente; un turismo que no deteriore este patrimonio natural estupendo que tenemos".

Tan importante como los aspectos económicos asociados al sector hostelero es el modelo de convivencia que se ha logrado en un valle donde viven personas de al menos ocho nacionalidades. Lo dice la francesa Marie José Ramos Sabatié, visitante desde hace muchos años e instalada permanentemente desde hace dos. "Desconozco las causas", señala. "Puede obedecer a la influencia de la gente que hemos venido a vivir aquí, pues estos pueblos se habían quedado semivacíos, pero sospecho que se trata de algo más profundo. Yo no estoy casada con mi pareja, Álvaro, y nadie nos ha mirado nunca mal. Tenemos unos amigos hombres que llevan 30 años juntos viviendo aquí y a nadie le importa. Cuando hablas con la gente mayor, no pone ningún problema. Otra cosa es que alguien no respete el turno para regar el huerto, eso sí que les parece importante y les afecta".

Fernando Barbero, que tiene desde hace 15 años una casa de fin de semana en Robleluengo, considera que el único borrón en este proceso fue el del juez de paz anterior, "que dimitió para no firmar el libro de familia de los homosexuales". "Salvo eso", añade, "no ha habido ninguna manifestación desfavorable. Aquí la palabra que define todo esto es naturalidad, y lo prueba el hecho de que en la actual corporación, de cinco personas, dos son gays, uno de ellos el alcalde. Aquí yo he visto personas mayores y muy de derechas que ven salir a una pareja de chicas o a otra de chicos recién casados del Ayuntamiento y los miran sonriéndoles".

Los testimonios a este respecto de dos de las veteranas del valle, ambas octogenarias, corroboran la idea de arraigada tolerancia. Trini Herranz, en cuyo colmado en Majaelrayo, mezcla de tienda y taberna, recala a tomar una cerveza cualquier visitante que se precie de ser buen conocedor de la zona, lo resume en tres palabras: "Allá cada cual". Juana Hombrados, de Robleluengo, en cinco: "Todos tenemos derecho a vivir". Donato Mínguez, vecino de El Espinar que dejó Madrid hace ya muchos años para volver al pueblo tras jubilarse, deja entrever que ha habido disensiones. "Hay para todos", comenta. "A unos sí les gusta y a otros no, pero viene la vida así y qué le vas a hacer. A mí no me parece mal".

En el salón de actos del Ayuntamiento de Campillo lo mismo una soprano canta el Ave María de Franz Schubert que suenan las canciones del grupo Village People o se escucha un poema de Luis Cernuda: "Tú justificas mi existencia. / Si no te conozco, no he vivido. / Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido". "Maroto ha conseguido algo muy importante, que es animar a la gente a crear rituales laicos, a que cada cual se invente su boda", dice Fernando Barbero.

Y puede haber otras sorpresas. En la boda de los seguidores de El señor de los anillos, el alcalde, a petición de la novia y el novio, apareció ataviado como Gandalf. En otra de las bodas celebradas, Mara González y Javier Nieto contrataron una puesta en escena de caballeros templarios y damas moras por Internet, en medievalfactory.com, con sus vestidos, estandartes y campamento incluidos. "Y los niños nos preguntan que cuándo nos casamos otra vez", dice Mara González riendo. Pero en general las bodas suelen ser íntimas, "treintañeros que escapan del clásico bodorrio, que quieren sentirse cómodos, sin tanta parafernalia, en un entorno rústico y natural", explica José Antonio Reig, director del complejo hostelero Aldea Tejera Negra. En su opinión, Campillo de Ranas "es un espacio muy chulo de convivencia donde da igual que seas homo o hetero o extranjero. El jefe de cocina es marroquí y tenemos empleados rumanos o croatas que ya se sienten de aquí. Y este espíritu abierto la gente que se casa lo percibe".

Con la llegada de Maroto al Ayuntamiento, se pasó de una boda civil en 2003 a 10 en 2004. Una cifra que se disparó tras la aprobación en el Congreso, el 30 de junio de 2005, de la Ley de Matrimonios Gays. En total, y en algo más de tres años, ya van por 52 bodas civiles heterosexuales y 26 homosexuales (de éstas, sólo tres de lesbianas).

Al principio se corrió la voz de que entre el alcalde y el cura había una apuesta para ver quién casaba a más gente (de ser así, ganaría el alcalde por goleada, pues sólo se han celebrado ocho bodas religiosas desde 2004). Pero Maroto lo desmiente. "Es que hay que tener en cuenta que en Campillo de Ranas hacía casi 25 años que no se casaba nadie, y ahora no paramos", dice. "El cura es muy majo porque es un chaval joven, y lo que pasó es que cuando empezamos a casar, y sin hablar del sexo de los contrayentes, pues sí que bromeábamos: hoy me toca a mí, ¿y cuándo te toca a ti? Porque nos chocaba. Pero en ningún momento ha habido apuesta ni competición alguna entre nosotros".

Luego vinieron las llamadas de medios de comunicación que pretendían hacer reportajes del tipo: el periodista llega al pueblo, va a comprar el pan y el panadero es gay. "¡Pues ya quisiera yo!", se ríe Francisco Maroto. "Pero eso no es aquí". El hecho de que se empezara a hablar de Campillo como pueblo gay molestó a algunos vecinos e hizo que Maroto evitara aparecer en los medios con ese enfoque unívoco. Así se frustró la planeada boda conjunta de varias parejas gays del valle. De hecho, ninguna pareja homosexual de la zona se ha casado por el momento en el Ayuntamiento de Campillo de Ranas. Pero sí gays y lesbianas de Cantabria, Canarias, Madrid, Asturias, Murcia, Valencia, Reino Unido, Estados Unidos o Perú. Algunos de estos enlaces se siguen realizando a escondidas, pero muchos otros, afortunamdamente, ya no.

La española Lucía Touriño se casa hoy con Richard Bramley, nacido en Glasgow. Van llegando a Campillo de Ranas los cien invitados, más de la mitad procedentes de Escocia, veinte de ellos con falda escocesa. Llega el novio, también muy elegante con su kilt. Está nublado. Los casa el juez de paz. Aparece la novia, ataviada con un bonito vestido blanco. Fiesta. Lucía Touriño dice: "Queríamos algo especial, somos muy relajados y aquí las casas rurales son espectaculares y se pueden montar muchas actividades. Nos hemos quedado encantados".

Boda de Pepe Cledera y Ray Kuh. Hace sol. Pepe es un economista de Madrid, y Ray, nacido en Spokane, a 300 kilómetros de Seattle, en el Estado de Washington (EE UU), es profesor de literatura y traductor. Ambos en la treintena. Muy guapos. Boda al aire libre en el albergue Teja Negra, alquilado para que se alojen buena parte de sus más de cien invitados. Dominan los trajes oscuros elegantes. Fondo verde de prados y, a lo lejos, un rebaño de vacas. La madre de Pepe llora. Está feliz con el marido de su hijo. Ray se lamenta de que en Estados Unidos no exista una ley estatal como la española. En inglés y en español se lee un poema de Walt Whitman que empieza así: "¡Durante cuánto tiempo nos engañaron!". Y que termina: "Hemos descrito círculos hasta que hemos llegado los dos otra vez al hogar. / Lo hemos anulado todo menos la libertad, todo menos nuestra alegría".

La emoción sube cuando Maroto lee en voz alta un texto creado por las juventudes de su partido: "Todo empezó con un sí quiero. Sí quiero aceptarme a mí mismo. Sí quiero que en el instituto me entiendan. Sí quiero que mis amigos me apoyen. Sí quiero compartir mi vida contigo. Sí quiero que mi familia me acepte. Sí quiero que en mi trabajo me respeten. Sí quiero tener hijos. Sí quiero casarme contigo".

Un manifiesto en Campillo. A partir de la aprobación de la Ley de Matrimonios Gays en 2005, con el rechazo del Partido Popular (grupo que tiene recurrida la ley ante el Tribunal Constitucional), alcaldes de esta formación en ciudades como Valladolid y Ávila hicieron un llamamiento para boicotearla. En ese momento, Francisco Maroto levantó la mano y dijo: "Yo caso".

Madrileño, hijo de madre andaluza y padre californiano de Los Ángeles (destinado durante unos años en la base de Torrejón), Maroto cuenta que llegó al valle como hippy y encontró refugio en el pueblo abandonado de Matallana. Luego se trasladaría a Campillo. "Yo vine aquí por amor", dice, "pero ese sólo es un dato más, porque instalarme en el campo era la ilusión de mi vida". Años después conocería a Quique Rodríguez, su actual pareja. El 22 de septiembre cumplen 14 años juntos.

Ángel, que se casó en otoño con su novio Carlos, con el que lleva conviviendo 17 años, prefirió la intimidad de Campillo al juzgado de la calle de Pradillo de Madrid, "más inhóspito". "También lo hicimos por un tema de militancia", dice, "por apoyar la labor del alcalde, su valentía. Porque es fácil ser gay en el barrio de Chueca de Madrid, pero no en el mundo rural. Queríamos apoyar también la ley misma, el hecho increíble de tenerla y disfrutar de sus ventajas en temas de herencia o de pensiones, algo inimaginable hace sólo cuatro años".

A Francisco Maroto lo que le llena de orgullo es que Campillo pueda ser reconocido como el pueblo de las bodas y que al decirlo así no haya que añadir nada, no haya que precisar la orientación sexual de los que se casan. En su opinión, ésa es la mayor conquista, haber roto una barrera milenaria de desigualdades. Maroto se toma los casamientos como algo relajante dentro de su actividad como alcalde. Ha logrado que desde hace unas semanas haya cobertura de móvil en el municipio, y se espera que en breve se pueda acceder a Internet por banda ancha. Ha conseguido que se reteche la iglesia. Ha impulsado una ordenanza conjunta con otros pueblos negros con premisas estéticas para las construcciones, y su rechazo a la presión urbanística contrasta con su interés en que la zona sea declarada parque natural en ese entorno privilegiado del pico Ocejón. Al fondo, otro pico, el Cabeza de Ranas, que le da nombre al pueblo. Ahora llega el otoño, que es húmedo, época de setas, cuando las nubes suelen descargar una lluvia muy densa sobre estas tierras de pizarra, jara y robledales. El turismo de fin de semana crece. Y, aunque las bodas disminuyen, algún día se sigue escuchando a las puertas del Ayuntamiento: "¡Que vivan los novios!".

Andrés F. Rubio ha dirigido el documental 'Campillo sí, quiero'. www.campillosiquiero.com. Festival de Reikiavik: www.riff.is.

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