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Columna
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Asaeteados

Según una ley no escrita, pero que todos parecemos aceptar sin rechistar, el verano es esa época en la que el cerebro está de vacaciones. El cuerpo, en cambio, sí que está para lucirlo, broncearlo, mimarlo, cansarlo o ajetrearlo. Pero que no nos hagan pensar mucho, por favor, que estamos de relax. Al menos así lo consideran todas las televisiones, que todos los años "aligeran lógicamente" (como he leído por ahí) su programación, y los periódicos que se "aligeran lógicamente" de suplementos, secciones culturales, entrevistas interesantes y demás.

Pues nada, aunque sea por llevar un rato la contra, me apetece hablarles del sujeto moderno. Traigan a la mente la imagen de san Sebastián, tal como podemos contemplarla, sin ir más lejos, en la Parte Vieja donostiarra en la hornacina superior de la fachada de la iglesia de Santa María. Alguien escribió que la imagen de ese joven y apolíneo santo, con su cuerpo semidesnudo asaeteado, es exactamente la del sujeto moderno: lleno de heridas, pero ninguna mortal.

Verán, si desde los comienzos de la modernidad en el Renacimiento el hombre se exalta como centro del universo, digno y dueño de sí, desde entonces esa imagen idealizada no ha dejado de recibir todo tipo de saetas. La primera, la cosmológica que negaba el geocentrismo, vino de la mano de Copérnico y Galileo. Las más significativas, las que más parecen discutirle el señorío, la autonomía y la libertad, vinieron después. Como la saeta biológica, con Darwin (a la que se le sumaría más tarde la ofensiva genética): el hombre procede de la escala zoológica, no es nada distinto del animal ni algo mejor que él. Al mismo tiempo vino la saeta sociológica, con Marx: el hombre no es el que hace la historia, sino que las ideas morales, políticas o religiosas serían productos de la estructura socioeconómica. Después, la psicológica, con Freud, tal vez, ay, la más dolorosa: el yo no es el amo ni el señor de la casa, sino el esclavo de oscuras pulsiones. En el siglo XX, ese sujeto valeroso y autosuficiente, ya tan pinchado, ha sufrido el ataque de nuevas saetas como la lingüística o la semiológica: tampoco sería el sujeto el que habla, sino la lengua, es decir, el sistema de signos que tiene a su disposición; no hablaría un "yo", sino un "ello", una estructura impersonal.

En fin, toda una serie de sistemas o procesos naturales (genes), instintivos (libido), sociales (ideología), lingüísticos, etcétera, parecerían dejar nuestra autonomía reducida a pacotilla. A los que quieran descargarse de la siempre incómoda carga de la libertad, toda esa insigne lista exculpatoria de responsabilidades individuales les vendrá de perlas. A los que no la acepten y quieran -también en verano- asumir las cargas de la autonomía, en cambio, podríamos llamarles san Sebastianes, sujetos que no han sido abatidos por todas esas saetas: llenos de heridas, pero ninguna mortal.

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