_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Brotes verdes

En los últimos meses, la esfera pública se ha llenado de botánicos aficionados, buscando brotes verdes por doquier. Al parecer, la economía, nacional e internacional, era una planta que estaba toda mustia, pero he ahí que, dicen algunos, comienza a mostrar signos de resurrección con unos supuestos brotes verdes portadores de augurios esperanzadores. Otros, en cambio, sostienen que dichos optimistas sufren de una ilusión óptica muy común, a saber: ver lo que se quiere ver, y que tales brotes son brotes secos.

Como suele ocurrir con toda metáfora que goza de éxito, también ésta comienza a extenderse a otros ámbitos más allá de la botánica económica. Leo una entrevista al lehendakari, Patxi López, en la que afirma: "Creo que empieza a haber algunos brotes verdes en algunos dirigentes del PNV". Dada nuestra afición a las plantas, estaremos atentos.

Veo que algunos, inasequibles al desaliento, también se han asomado esperanzados a la entrevista que concedían a Gara dos etarras con poético sobrenombre (juntándolos: "Luz nocturna"), esperando encontrar allí un brote verde. Su gozo en un pozo, claro. "Luz nocturna" nos da a entender que, siguiendo con nuestras metáforas verdes, ellos no van a abandonar la jardinería del terror. Esto es, no van a cesar de eliminar las malas hierbas que impiden desarrollarse y florecer a las buenas plantas, ni van a dejar de intentar diseñar a la fuerza el jardín con el que sueñan.

Cierta afición a la jardinería, esto es, a sembrar, podar y enderezar la vegetación circundante, es común a la actividad política. Sobre todo, a las proyecciones utópicas y revolucionarias de la sociedad ideal, puesto que ese sueño sólo es alcanzable mediante la ingeniería social integral, una feroz tarea jardinera que consiste en amputar lo que sobra, eliminar lo que no se ajusta al molde prefijado de los sueños dogmáticos del revolucionario. La democracia, en cambio, es aquel sistema que se niega a adoptar la teoría estricta de la jardinería, es decir, la división de la vegetación en dos grupos: las plantas cultivadas que se deben cuidar y las malas hierbas que hay que arrancar de raíz. Todas las plantas tienen el derecho de vivir y el deber de adaptarse para convivir en una misma tierra nutricia. No hay lugar para la jardinería social integral: la vida y las libertades individuales están primero. En ese sentido, la democracia nunca podría crear, ni lo pretende, el jardín perfecto.

Los ciudadanos ejercemos, eso sí, de botánicos aficionados. Sabemos que la "Luz nocturna" no hace crecer ninguna planta y no deberíamos esperar brotes donde no puede haberlos. Y es que no podemos desprendernos de las metáforas vegetales, tan iluminadoras. "Las cosas que me son jardín del alma", escribía el poeta Enrique Banch. Cuidamos de ésas, pero no menos hemos de cuidar de las plantas públicas, aquellas en las que esperamos ver los próximos brotes verdes...

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_