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Columna
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Caos

O sea, Chaos. Hace años, cuando él brindaba con champán por el dolor de las víctimas, le dediqué un artículo que se titulaba Chaos, aunque yo pedía que se leyera caos. Me causa malestar hablar de él y es posible que esté cometiendo un error al hacerlo. Pero miren, todo lo que ha ocurrido estos días en torno a él es un síntoma de la gravísima enfermedad que nos aqueja. Veo en la prensa la fotografía de unos escritores sosteniendo una pancarta en defensa de esa víctima, condenada a doce años por publicar dos artículos de opinión. Supongo que les parecerá una causa justa y trato de rechazar la sospecha de si les parecerá también justa la trayectoria de ese personaje con sus regueros de sangre. ¿Se puede prestar uno a ponerle la cara a la justicia y retirarla luego cuando su consecuencia inmediata es la injusticia? No a la pena de muerte, dicen quienes debieran velar al menos por el rigor de las palabras. ¡Ah, pero Bruto es un hombre moralmente digno!

Veo también a nuestros jóvenes estudiantes dispuestos a movilizarse por esa víctima. Es verdad que nuestros estudiantes se prestan a movilizarse por lo que sea con tal de tener un día de fiesta, y éste es el argumento al que se suele acoger la tibieza de quienes se lo permiten. Pero, ¡ay!, lo cierto es que nuestros estudiantes sólo están dispuestos a coger un día de fiesta por movilizaciones siempre del mismo signo y que la justicia de ETA forma parte de su código moral inducido, código moral que jamás cuestionará su cobardía, por más que ninguno de ellos vaya a aproximarse nunca a esos ámbitos siniestros. Como los bailes vascos, ETA forma ya parte del folclore, y nuestros jovenzuelos han aprendido muy pronto las maneras que hay que guardar para que a ellos no les salpique nunca la sangre del aurresku. Al fin y al cabo, la moral siempre ha tenido mucho que ver con las maneras y Euskadi es un país muy amanerado.

Bueno, pero vayamos ahora a la pregunta que nos interesa. ¿Qué es lo que se ha hecho mal para que un verdugo sanguinario pueda aparecer ante la opinión pública convertido en víctima? Sí, qué es lo que se ha hecho mal para que Iñaki de Juana Chaos adquiera no la categoría de héroe para su parroquia -consideración que siempre la tuvo-, sino la de víctima ante sectores de la opinión pública que puedan tomar en consideración la posibilidad de que haya sido sometido a una injusticia. Veinticinco asesinatos, veinticinco, borrados de un plumazo del currículo de este matador por un par de artículos con los que se le quiso asegurar su bien ganado prestigio de asesino, un par de artículos que han puesto en jaque nuestra concordia política y en entredicho la imparcialidad de la justicia. ¿No hubiera sido mejor haberlo dejado en libertad una vez que hubo cumplido su condena -por leve que ésta nos pareciera, si bien se hallaba ajustada a derecho-, aun a riesgo de que hubiera vuelto a las andadas? ¿No ha sido mayor el daño causado a resultas de un escándalo del que no se supieron medir bien las consecuencias?

Cuando leí los dos artículos publicados por Iñaki de Juana en Gara me parecieron, sencillamente, abominables. Los consideré una muestra más de esa literatura etílica -de ETA- tan profusa en estos lares y con la que uno ha terminado familiarizándose a lo largo de los años. No sé si esa literatura encierra en sí una amenaza directa contra nadie -de hecho las personas mencionadas por Caos estaban ya amenazadas por su sola dedicación profesional sin necesidad de que él las señalara-, pero sí es cierto que condimentan el alimento espiritual que nutre y justifica las barbaridades que luego se cometen. ¿Se puede desprender de ello que su contenido suponga una amenaza real, más allá del carácter injurioso que evidentemente poseen? Y si contienen una amenaza, ¿qué pena les puede corresponder?, ¿tanta como para remediar con ella el agravio causado por una pena anterior excesivamente leve para los delitos cometidos?, ¿como para adecuar la condena ajustada al Código Penal anterior a la que le hubiera correspondido si se le hubiera aplicado el nuevo?

El escándalo social provocado por la excarcelación de Iñaki de Juana suscitó la necesidad de buscar un correctivo que lo retuviera en prisión. Se encontró el posible delito, pero el error consistió en pretender que ese delito pudiera remediar el dolor inconmensurable causado por los anteriores mediante una condena ajustada a un Código Penal más duro que aquél al que se le sometió a de Juana en anteriores ocasiones. Sin embargo, se olvidó que el nuevo delito no era en absoluto equiparable a los anteriores y que la ley de los tribunales no se rige por las leyes del corazón, no hasta el extremo de poner en riesgo el corpus mismo de la legalidad a la que sirven. Los efectos de toda esta miopía emocional han sido graves: Iñaki de Juana, una víctima redimida por la justicia. Ahí es nada.

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