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Reportaje:

"Competimos por nuestra imagen"

Antiguos y actuales internos del centro de menores de Loiu conforman la selección de Marruecos que disputa el Mundialito BBK, fiesta de la integración

Como tantos adolescentes cuyos sueños anidan en Loiu, Khalid admira a Llorente, anima al Athletic y acude, siempre puede, a San Mamés. Gustos y costumbres nada extraordinarios. O sí.

Khalid cruzó el Estrecho de Gibraltar, de Tánger a Algeciras, asido a la rueda de repuesto de un camión, a menudo féretro neumático. Apenas habla castellano. Y cada noche comparte techo, ilusiones y desvelos con 17 compatriotas en uno de los cinco módulos en que son distribuidos los 90 jóvenes residentes en Zabaloetxe, el centro de menores de Loiu, tantas veces noticia por cuestiones nada jubilosas. No es el caso.

Khalid Ourzok no ha roto nada. Nada ha quemado ni robado. A nadie incordió en el autobús. Juega al fútbol. Defiende a su país, Marruecos, en el Mundialito BBK, un evento tal vez invisible para la población autóctona, pero todo un acontecimiento, una fiesta colorista para los miembros de las colectividades participantes: americanas (Bolivia, Perú, Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay, Honduras y Colombia), africanas (Marruecos, Camerún, Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial, Ghana) y europeas (Rumania e Islas Atlánticas).

"Hoy, los jóvenes llegan con las ideas muy claras: papeles y trabajo"
Khalid cruzó el Estrecho bajo un camión; hoy es hincha del Athletic

Estudiante de fontanería, Khalid es rapidísimo. Un puñal que perfora defensas. Un tormento para los zagueros bolivianos que esta tarde de domingo tratan de evitar por todos los medios, reglamentarios o no, que entre en acción. Son las cuatro de la tarde. El bochorno, la fina lluvia, la verde vegetación circundante y la nutrida y musicada afición boliviana envuelven el campo 3 del complejo de Sarriena, en Leioa, con un halo de reminiscencias tropicales, generando una extraña ilusión espacio-temporal que traslada al espectador neutral a otra latitud, a otro hemisferio. Es la magia del Mundialito BBK, cuya final, Bolivia-Brasil, reunió el año pasado en San Mamés a más de 10.000 espectadores. Un torneo cuyos participantes, todos, hombre o mujer, hospedan una historia original, una vivencia fronteriza con el drama. Es el caso de Khalid y de sus 19 compañeros. Todos expusieron sus vidas, ya fuera acurrucados bajo un camión o hacinados en una patera, en la persecución del sueño europeo: trabajo, papeles, futuro. Además de su origen bereber, de una infancia de estrecheces, casi todos comparten otra circunstancia: residieron o siguen viviendo en el centro de menores de Loiu.

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¿Por qué el fútbol? ¿Por qué este torneo? Carlos Sagardoy, navarro de Pitillas, religioso amigoniano y director del Centro Residencial Zabaloetxe, lo explica. "Nuestro objetivo es regularizar la situación de estos jóvenes que llegan en situación de desprotección, en riesgo de conflicto, y propiciar su incorporación a la vida laboral. Y el fútbol, el deporte, este torneo, conforman un escenario óptimo no sólo para la integración y la socialización, también para que estos colectivos se liberen del estigma de la delincuencia, tan cosido a su piel", explica Sagardoy. "Y hay más. A estas edades, la persona necesita experiencias gratificantes y reconocimiento", dice. Acierta. La simple observación del entusiasmo con el que se aplican Khalid y sus compañeros desde el calentamiento evidencia que no hay generador de autoestima más eficaz que la pertenencia a un grupo deportivo.

Para empeño, el del entrenador, Jaouad Bouchra, marroquí, 40 años, licenciado en Derecho y educador social en Zabaloetxe. "Nuestra responsabilidad es máxima en este torneo", proclama. "Y no me refiero a ganar, sino a proyectar una nueva visión de los marroquíes. Queremos cambiar la imagen que aquí se tiene de nuestro pueblo, para eso jugamos", dice, y trata de explicar lo ruin que un ser humano puede llegar a sentirse cuando, al acceder a un bar, se producen, por este orden, dos fenómenos: un silencio sepulcral y la puesta a recaudo de los teléfonos móviles de los lugareños. "¡No somos ladrones!", protesta.

Sus peripecias también son originales. Llegó a Bilbao en avión, con el billete pagado, en el asiento asignado y los papeles en regla, gracias a la agrupación familiar: su novia, hoy su mujer, se instaló en Bilbao tras obtener su madre la nacionalidad española. Hoy, la falta de un convenio hispano-marroquí le impide ejercer de abogado, y trabaja en una empresa de mensajería. Ni siquiera le convalidan el título de entrenador obtenido en Alemania que le permitiría dirigir equipos de Tercera División. "El fútbol es mi pasión. Me pongo nervioso sólo de pensar que podamos jugar la final en San Mamés", admite. En Zabaloetxe, Jaouad dirige el equipo de fútbol 11, subcampeón de la Liga y campeón de la Copa Interbarrios.

Ocho de sus veinte jugadores residen en Zabaloetxe. Otros ocho pasaron por la residencia antes de establecerse en Vizcaya. Y a cuatro futbolistas los reclutó de entre la comunidad marroquí. "Los fiché para no ser excluyentes, para que toda la comunidad marroquí se identifique con el equipo, y porque necesitamos experiencia. Éste es un torneo muy exigente, y los chicos del centro no han cumplido 18 años", justifica. Entre las incorporaciones hay futbolistas que militan en la Regional vizcaína. El centro del campo lo maneja Jebran Duirerk, que militó en el club más glamouroso de la Primera División de su país, el FAR de Rabat, el equipo del Ejército marroquí, rival del Athletic la pasada pretemporada.

"Si jugamos con disciplina, seremos campeones", dice Jaouad. Los resultados le avalan. Marruecos accedió a cuartos de final como primero de grupo tras empatar con Bolivia, vigente campeón. "Ojalá juguemos la final con Brasil [el 4 de julio en San Mamés]", dice Oulba Ibrahim, centrocampista, estudiante de carpintería y fan de Messi. "Yo prefiero a los campeones, Bolivia", afirma Khalid Zahiri, central que admira a Rafa Márquez y que no volvería a cruzar el Estrecho, desde Al Hoceima hasta una playa almeriense, en una frágil barca de madera con otras 40 personas. Fueron 24 horas bajo una lluvia ni tan mansa ni tan serena como la que riega sus sueños esta calurosa tarde de domingo.

Las cosas han cambiado en Loiu

Hará unos ocho años, el Centro Residencial Zabaloetxe era noticia permanente por los incidentes que protagonizaban sus residentes, ya fuera en el propio recinto o en las calles de Loiu: robos, allanamientos de morada, amenazas, gestos obscenos, agresiones... "Pero esa fase, gracias a Dios, ya es historia", proclama Carlos Sagardoy, director de la institución. "Antes, los chavales no llegaban con las ideas claras, venían a la aventura, a holgazanear. Hoy todo ha cambiado. Vienen con las ideas claras, con un objetivo: conseguir los papeles y un trabajo. Y saben que, para conseguirlos, tienen que estudiar".

Los responsables del centro explican que, en general, es la familia la que impulsa al adolescente a probar fortuna en Bilbao, donde la comunidad marroquí ha tejido una densa red social. "Sobre todo los marroquíes del sur, los bereberes, una sociedad rural con carencias", apunta Sagardoy. Tras pasar por el centro de acogida de emergencia, los jóvenes de 16 y 17 años son derivados a Zabaloetxe, donde pueden permanecer hasta los 18. Además de comida y cama, la institución les ofrece una formación profesional: carpintero, fontanero, albañil, pintor, solador, jardinero...

El día a día de los chavales residentes en Loiu sigue un estricto calendario. Entre semana, la diana suena a las 6.00; la mañana la dedican al estudio en 24 centros del Gran Bilbao; regresan al centro a comer; ocupan la tarde en actividades deportivas y culturales o a profundizar en su conocimiento del castellano; cenan a las 20.30 y se acuestan a las 22.30. Los sábados tienen la tarde libre, pero han de regresar al centro antes de las 22.30. Los viernes pueden acudir a la mezquita.

Tras cumplir los 18, se alojan en alguno de los 24 pisos de emancipación (viviendas de alquiler social) del proyecto Lagunetxe, parada previa a su integración en la vida social y laboral del País Vasco.

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