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GUIÑOS
Columna
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Enrique Guinea

El mundo está bombardeado por imágenes. Llegan de cualquier punto y se instalan en los lugares más inesperados. Las encontramos por todas partes y pueden saturar el registro intelectual de cualquier humano. Cuando esto ocurre, nos encontramos con un empacho icónico que nos lleva mecánicamente a ver, pero no a observar, algo que exige calma y reflexión para interpretar aquello que pasa delante de nuestras retinas. Alcanzado este estadio es conveniente volver atrás la mirada y reflexionar sobre los viejos autores. Esta posibilidad la ofrece, en nuestro ámbito más cercano, el Archivo Municipal de Vitoria con sus publicaciones. Entre las colecciones que guarda está la del fotógrafo alavés Enrique Guinea Maquibar (Vitoria, 1875-1944).

Su obra la componen más de 15.000 negativos, cedidos al Archivo Municipal por deseo expreso del autor. La entrega se realizó en dos partes: la primera y más numerosa llegó en 1951, la segunda, con imágenes de carácter familiar, en 1984. Como fotógrafo aficionado realizó su extensa labor entre 1902 y 1944. La calidad de sus trabajos fue reclamo suficiente para que algunos prestigiosos periódicos y revistas de la época le solicitasen algunos de ellos para publicar en sus páginas. Blanco y negro, Novedades, La Hormiga de Oro, Sol y Sombra o La esfera fueron algunas de las cabeceras que le llamaron con más frecuencia. De la misma forma fue premiado en diferentes momentos. Así consiguió la Medalla de Oro en el tercer Concurso Obrero de Vitoria, un galardón similar en la exposición internacional organizada por la revista La Baskonia de Buenos Aires en 1916 y dos medallas de plata y bronce en eventos similares promovidos por la casa de productos fotográficos Gevaert, entonces instalada en Bélgica.

Se ocupó de una temática muy variada. No es fácil encontrar un denominador común, pero en ella prevalece el matiz popular. Los escenarios de donde recuperó las escenas hoy puestas a nuestro alcance, aunque su peso sea el más importante, no se limitan a su ciudad natal. Otros territorios también tuvieron cabida en su recorrido máquina en ristre. Entre ellos destacan por su proximidad Guipuzcoa, Vizcaya o La Rioja. En el aspecto formal se decanta por una fotografía popular, recopiladora de paisajes, acontecimientos, retratos y recuerdos. Buscar matices pictorialistas o vanguardistas resultaría estéril ya que en el conjunto de su obra no se ve el sello de estas corrientes salvo en contadas ocasiones que más se puede achacar al fruto del azar que a una intención preconcebida. Y por supuesto no son consideraciones que resten absolutamente nada a la importancia de su trabajo.

El baile en el Circulo Vitoriano, la banda de música del Seminario, los soldados del 2º Regimiento de Artillería de Montaña pelando patatas, la recogida de la paja en Alegría, la procesión del Corpus en Oñati, recomponen los afectos hacia las gentes de su cercanía. En el terreno de la reconstrucción sociológica de las gentes más humildes podríamos enmarcar a los pequeños pescadores junto a la mujer que soporta en su cabeza un paquete de redes, todos ellos descalzos, tomados en Bermeo, la familia de layadores en Legazpia, donde la hija, la madre y el padre soportan el mismo peso del instrumental para la labranza o incluso las jovencitas empleadas en el laboratorio de la Azucarera Alavesa.

Buscando otras aproximaciones, podríamos relacionar imágenes como la realizada a los cocineros de la tropa del cuartel de Artillería, un retrato desprovisto de excesos sentimentales, con iluminación lateral para realzar las formas, con las del alemán August Sander, que ocupa un lugar relevante en la historia de la fotografía. En definitiva, un estilo directo, sin engolamientos ni manipulaciones, con cierto grado de denuncia social, del que podemos estar orgullosos de tenerlo cerca para aplacar nuestros empapuzamientos visuales.

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