_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gitanos

Verán, mi intención es reflexionar sobre la expulsión masiva de gitanos llevada a cabo por Sarkozy, pero -misterios misteriosos de la mente- un recuerdo me atrapa primero. Hace unos meses, estuve en Santo Domingo, República Dominicana, cumpliendo con ciertas obligaciones académicas (placenteras, pero no vacacionales). Un día, un simpático dominicano me llevó a conocer la Pequeña Haití. No el país vecino, sino el barrio de la capital donde se hacinan los haitianos huidos de la pobreza extrema y/o los estragos del terremoto. A medida que avanzábamos, aumentaba el nivel, la expansión y el hedor de la basura a lo largo y ancho de las aceras. Los haitianos, sentados en ese suelo cochambroso, cocinaban, comían, malvendían o charlaban tranquilamente, como si ni siquiera se percataran de ello. Le pregunté a mi acompañante si las autoridades dominicanas no limpiaban aquellas calles. Según él sí, pero era inútil; los haitianos están acostumbrados a vivir así "y les gusta", añadió. Imposible, pensé.

Después, comenté el paseo con una amiga paraguaya. A ella también le recordó algo. Algo que en su país, con un nivel de pobreza cercano al 40%, había visto muy a menudo: la naturalidad con la que esos pobres conviven con sus desechos orgánicos, con montañas de plásticos, con esa fealdad y esa suciedad perpetuas. "Yo pienso que es porque ellos también se sienten basura", me dijo. Y ése si me pareció un diagnóstico preciso.

No hay duda: cuanto más rico y adelantado en derechos es un país, más limpio es, menos visible es su basura. Y viceversa. Y esta fórmula infalible nos lleva al tema que ha sacudido a la comunidad europea esta última semana. La expulsión de Francia de más de cuatrocientos campamentos de gitanos de origen rumano y búlgaro. Es decir, la expulsión de ciudadanos europeos presumiblemente por su origen étnico, y no por los delitos o por las infracciones legales que individualmente, y de forma demostrada, hayan podido cometer.

Mis primeros recuerdos infantiles de los gitanos también están relacionados con el chabolismo, la basura y la suciedad. Para los que yo conocí, unos estudios avanzados, un trabajo asalariado o una casa buena y pulcra eran objetivos inimaginables. No estaban en el horizonte, ni había precedentes gitanos de ello. En España, su situación ha mejorado bastante; su integración está siendo lenta, pero constante. No parece que ocurra lo mismo en otros países.

Me pregunto si los gitanos expulsados en Francia saben que son ciudadanos europeos, si saben los derechos que tienen (que todos deberíamos reivindicar en su lugar, presionando a la Unión Europa para que sancione a Francia, sentando así un importante precedente), pero también si conocen los deberes que les corresponden (de intentar integrarse en el país de acogida y de cumplir sus leyes, para empezar). Me pregunto si se sienten eso, nada más, desechos, suciedad, basura.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_