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Columna
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Hacer corriente

No soy fumadora, lo que no me libra de volver muchos días a casa con la ropa oliendo a tabaco. Sinceramente, prefiero otros perfumes, gusto que además comparto con la mayoría de los fumadores que conozco, a quienes esa peste a humo frío también repugna. Y si el tabaco deja ese tenaz rastro en la ropa qué no les hará a los tejidos muchos más frágiles y sutiles de nuestros pulmones. Pregunta ésta puramente retórica, porque de sobra conocemos ya a estas alturas los estragos que causa el tabaco por activa o pasiva. En fin, que el que alguien te esté fumando al lado supone algo más serio que un molesto acompañamiento. Y, sin embargo, pervive entre nosotros la mentalidad -no sé a qué escala pero en cualquier caso con la suficiente amplitud como para hacerse muchas veces evidente-, esa mentalidad que ve en el fumador al agredido, y en el otro, el que se permite decir, incluso del modo más educado o tímido, ¿te importaría no fumar, o echar el humo para otro lado, o alejarte un poco?, al aguafiestas, el borde, o, ya puestos, el intolerante, porque lo progresista debe de ser fumar (p)anchamente.

Tiendo a no plantearme con radicalismo este asunto del tabaco, en el sentido de que prefiero en general excluirme que enredarme en constantes negociaciones o conflictos de intereses; en fin, que procuro evitar los locales y situaciones donde se fuma. Pero sí reconoceré un punto de radicalidad: esa identificación-confusión del agresor con el agredido del tabaco me produce una preocupación radical (seguramente porque en cuestión de responsabilidades confundidas o mal puestas en Euskadi llueve sobre mojado); concentro en ella el signo clave o el resumen de los cambios que hay que acometer y de las decisiones públicas y privadas que hay que adoptar cuanto antes, sencillamente para homologar nuestros ambientes con los del resto de los países de nuestro entorno más natural, donde ya no está permitido fumar en ningún local cerrado.

Ese cambio no va a venir, desde luego, de la actual ley antitabaco, que, a mi juicio, no ayuda en nada, ni en su teoría, que resulta -en esa especie de sí es no, de aquí sí y aquí no o, si se prefiere, de escritura en medias tintas- compleja, confusa, por no decir extravagante, ni, desde luego, en su práctica: es evidente que se trata de una ley mucho más expresiva en sus incumplimientos que en su observancia. En Euskadi, sin ir más lejos, hay más de 250 denuncias que se han quedado en nada porque el anterior Gobierno lo dejó, como tantas cosas, estar. El actual Gobierno, a través de las consejerías de Sanidad y Asuntos Sociales, acaba de anunciar que va a replantear el debate. Lo que personalmente celebro como una apertura de ventanas para que circule el aire, la corriente que se lleve de aquí los humos y los miedos. Y es que la experiencia de todos los países donde ya no se fuma es que el ocio no va a menos sino a más, que no languidece sino que se acomoda, imaginativamente, al aire libre.

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