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Reportaje:

Entre Ionesco y las teleseries

Mariví Bilbao-Goyoaga, impulsora del teatro de vanguardia en los 50, triunfa ahora con 'Aquí no hay quien viva'

"El teatro era pecado mortal,lo último que podía hacer una joven de aquel Bilbao de los años 40". Pero Mariví Bilbao-Goyoaga transgredió aquella norma sagrada, afortunadamente para la escena vasca y, sobre todo, para ella, si se atiende a la vitalidad que desprende y a la intensidad con la que trabaja, ahora en la televisión. "El teatro es lo que más me gusta; sobre todo el de vanguardia: Beckett, Ionesco, pero la gente no disfruta con esas obras, de plena actualidad, por supuesto. Si te dedicas al teatro experimental, te mueres de hambre", comenta.

Llega entonces la televisión, que es lo que tiene verdadera audiencia. La actriz bilbaína es clara: "No hay otra opción. Pero la culpa no es el del espectador, es del gobierno, sea del signo que sea, que no quiere que haya gente culta ni que trabajen los científicos", denuncia. "Sin ir más lejos, en cualquier casa, si un hijo quiere ser actor o músico, lo primero son las malas caras y luego el consejo inevitable: "acaba primero Ingeniería, y luego hablamos". No hay que ver nada más que el referente musical el día de Año Nuevo siguen siendo los valses de los Strauss, un auténtico peñazo", sentencia.

Este carácter indómito que hoy muestra Bilbao-Goyoaga fue el que le ayudó en aquel Bilbao oscuro. "Hoy lo recuerdo en tono de buen humor, pero España vivía una situación espantosa, sobre todo para las mujeres: constantemente vigiladas, no podíamos frecuentar determinadas compañías, ni pasar por algunas calles, ni salir de noche. Y si nacías en una casa con una impronta machista, no hay más qué hablar". Como ejemplo, la fundadora del grupo de teatro Akelarre recuerda cómo su padre murió sin ver ni una película ni un estreno de la hija. "Cuando programaban alguna película mía en la televisión, mi padre la apagaba", asegura.

En sus comienzos, por supuesto, nunca actuó con su nombre. "Bilbao era un pueblo. Como para aparecer en la ficha de un estreno en el periódico; mi padre me mata", enfatiza la actriz. Estuvimos buscando en la guía telefónica un nombre y surgió Ángela Valverde. "Eran los tiempos en que ensayábamos en Cultura Hispánica, que nos cedía un local en el último piso del antiguo conservatorio. Por allí pasaron José Lorenzo Solís, un gran pintor y mejor aficionado al teatro, o Roberto Negro, que sigue haciendo teatro, y que entonces lo compaginaba con un negocio que era el que le daba de comer. Por cierto, al final vendió el negocio", recuerda divertida Bilbao-Goyoaga.

Aquellos actores eran inevitablemente autodidactas. No había academias de interpretación, hoy tan en boga. "Todo salía de nuestro magín, era pura intuición, mucho diálogo con los compañeros y, por supuesto, ver mucho teatro del género que fuera. Nos fijábamos en los actores buenos y, también, en los malos, para no cometer sus mismos errores".

Sus sensaciones en el momento de salir a escena o de rodar una secuencia siguen siendo las mismas que las de aquellos años. El miedo escénico no desaparece nunca, según confiesa la actriz. "En una ocasión, cuando era joven y actuaba en Madrid, me encontré en una tienda con el gran actor que era Ismael Merlo y empezamos a hablar de estrenos. Y él me dijo que tenía pánico, como todos, pero que disimulaba lo mejor posible para no contagiarlo a los compañeros".

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El oficio es duro: Mariví Bilbao-Goyoaga recuerda cómo ha tenido que actuar cuando su hija ha estado enferma o nada más fallecer su marido, hace dos años, cuando ya estaba trabajando en la serie. "Y no puedes bajar la guardia", observa. Cada medio tiene su complicación: es cierto que en el teatro, el público está presente, pero también hay que recordar que la cámara es muy alcahueta: transmite el estado de ánimo del intérprete, aunque no lo parezca".

La conversación, salpicada de modismos, le acercan aún más al personaje que interpreta en Aquí no hay quien viva, una mujer con mala leche abandonada por su marido, ácida, irreverente. Pero el carácter de Mariví Bilbao-Goyoaga tiene poco que ver con la Marisa de la ficción, salvo en la indignación lógica ante las injusticias vividas.

Ahora goza de la popularidad que no tuvo antes, esa fama que te impide pasar inadvertido en la cola del supermercado. Porque el reconocimiento a su trayectoria profesional ya le había llegado hace años con la concesión en 1996 el premio El Abrazo en reconocimiento a su trayectoria profesional, por parte de la Asociación de Actores Vascos.

Una fama que, por cierto, también le cuesta lo suyo. Aquí no hay quien viva se rueda de lunes a sábado. "Vienen a recogerme a las 7.25 y nunca se sabe cuando se terminará la jornada, pero siempre bien entrada la tarde", explica. Todo un reto para esta todoterreno de la interpretación a la que, ahora, hasta los niños le paran por la calle para pedirle un autógrafo.

Una actriz de raza

Mariví Bilbao-Goyoaga nació en Bilbao en 1930 en el seno de una familia dedicada al comercio y muy conocida en la villa. Lleva el espíritu de la interpretación en la sangre: empezó de niña en las funciones del colegio, prosiguió en los primeros grupos que se formaron en Bilbao y fundó con Luis Iturri, quien fuera director del Arriaga, la compañía Akelarre, referencia imprescindible en la escena vasca de los años sesenta.

Esta actriz de raza también ha participado en títulos destacados del cine vasco como La comunidad de Alex de la Iglesia o La playa insólita de Javier Aguirre. Sin olvidar su vertiente didáctica: su amor por la interpretación le llevó a dar clases de teatro en la escuela de Indautxu en los primeros ochenta. Bilbao-Goyoaga vivió esta intensa trayectoria junto a su marido Javier Urquijo, conocido crítico de arte, pintor, galerista y cronista bilbaíno, quien falleció en 2003.

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