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Columna
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Meter la cabeza

Hace unas pocas semanas nos llegó la noticia de que dos niños habían dañado, de manera accidental, una de las obras de la colección Daskalopoulos que actualmente se expone en el Guggenheim-Bilbao. Se trata, en concreto, de la titulada Me invadió un momento de pánico al pensar que podía tener razón, del artista libanés Walid Raad, compuesta por una serie de elementos luminosos colocados en el suelo y que esos niños, que habían ido al museo en una visita escolar, pisaron sin darse cuenta.

Creo que la noticia tiene sustancia para varios debates o interrogaciones fundamentales. Sobre las condiciones mismas del arte contemporáneo, por ejemplo. Porque no es la primera vez que en un museo o galería sucede algo parecido, que a alguien se le confunden las fronteras del arte, que no distingue dónde empieza la obra y acaba el mobiliario, o viceversa. También sobre el comportamiento de los niños en los espacios públicos; sobre lo que hoy hacen, pueden llegar a hacer porque desconocen los límites o sobre lo que les consienten esos adultos que les acompañan, tan presentes y, sin embargo, tan desaparecidos. No hablo por lo sucedido en el Guggenheim, cuyas circunstancias desconozco, pero de una manera general se ha vuelto muy difícil distinguir, en las relaciones de los más jóvenes con el "mobiliario" de lo público y lo común, dónde está o en qué consiste la obra educativa.

Pero quisiera detenerme hoy en otra cuestión íntimamente relacionada con las dos anteriores. Y es la de un déficit de información o contextualización educativas que, en mi opinión, afecta a muchos de los eventos culturales que se presentan en Euskadi y, de manera muy especial, a las exposiciones. Bien por ausencia o escasez de materiales de apoyo -folletos, paneles, rotulación, audio-guías-, bien por la confusión, inadaptación o limitada ambición de éstos, la visita a muchas exposiciones deja la impresión general de un pobre o descuidado acompañamiento pedagógico o, lo que es lo mismo, de una (otra) oportunidad perdida u ocasión desaprovechada de elevar la capacidad crítica, el diálogo activo de los ciudadanos con las obras de arte y de cultura.

Y ese déficit pedagógico y esa impresión de oportunidades desaprovechadas resultan especialmente llamativos, esto es, alarmantes, cuando se trata de instituciones y medios cuyo potencial educativo es colosal. Y estoy convencida de que si nuestra televisión pública, por ejemplo, les hiciera un hueco a todas las figuras de la cultura y el pensamiento que pasan por Euskadi, en lugar de enredarse en inculturas o páramos intelectuales, si cubriera con anchura más exposiciones y conferencias (y menos "espectáculos" banales o peor), si se fijara como objetivo debatir sobre lo excepcional en lugar de promocionar lo ordinario, disminuirían sensiblemente nuestras posibilidades de entrar con los pies en una obra de arte o de cultura. Aumentarían, sin duda, las de meter, allí mismo y donde hiciera falta, la cabeza.

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