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El Desolado de Rada vuelve a la vida

El primer museo al aire libre de Navarra ha nacido entre los restos de la ambición de un rey viudo que condenó a un pueblo a la destrucción. Las luchas civiles de los reyes navarros arrasaron el poblado de Rada en 1455. La tenacidad de un grupo de arqueólogos ha devuelto la vida al lugar cinco siglos y medio después. En el cabezo de 431 metros de altura, junto a una curva del río Aragón, apenas quedaron lienzos de murallas, un torreón, la cuadrícula medieval de calles y casas, la necrópolis, el aljibe y la iglesia de San Nicolás, un precioso templo románico del siglo XII. Se trata de una colina fronteriza, perfectamente visible en muchos kilómetros a la redonda, donde se detuvo la historia durante cinco siglos y medio. Nadie volvió a ocupar el desolado de Rada, una pequeña ciudad fortificada de 12.500 metros cuadrados de extensión en la que antes de que mosén Martín de Peralta lo arrasara vivían cerca de 125 personas, alrededor de 25 fuegos. Su población huyó dejándolo todo detrás.Las primeras informaciones sobre el mayor despoblado medieval de Navarra, convertido ahora en su primer yacimiento arqueológico y museo al aire libre, están en documentos que ya datan su existencia en el siglo XI. Su papel estratégico fue grande, al estar situado en el límite fronterizo del reino de Navarra con Aragón, entre las actuales poblaciones de Caparroso y Mélida. Perteneciente al linaje de los Rada, sufrió diversos avatares hasta pasar a comienzos del siglo XIV a manos de los Mauleón. En las guerras civiles del siglo XV los beaumonteses, partidarios de Carlos, Príncipe de Viana, se adueñaron del castillo fortificado. En 1455 mosén Martín de Peralta, cabeza de los agramonteses, sitió el recinto, que defendía Charles de Mauleón, y doblegó sus defensas.

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Datos prácticos

El origen de la destrucción a sangre y fuego de la fortaleza hay que buscarlo en la ambición del rey Juan II, que, basándose en el testamento de su esposa, la reina Blanca, hija de Carlos III el Noble, disputó la corona del viejo reino a su propio hijo, el príncipe Carlos. La reina, antes de morir, legó la corona a su hijo, pero también dispuso que éste respetara a su padre. Lo demás fue cuestión de fuerza.

A pesar de que siete años después de la destrucción de Rada el rey Juan II perdonó a los partidarios de su hijo y les permitió regresar a la zona y cultivar las tierras, la propia corona impidió todos los intentos de repoblación del derruido recinto amurallado. Quedó como estaba para solaz de un equipo de arqueólogos dirigidos por la especialista del Museo de Navarra Inés Tabar, que, desde 1984, centraron sus esfuerzos en excavar el cabezo y recuperar sus tesoros. Esa tarea, que ha supuesto un desembolso de 60 millones de pesetas, tuvo su recompensa a principios del mes de noviembre, cuando las autoridades del Gobierno de Navarra inauguraron oficialmente el yacimiento convertido en un peculiar museo al aire libre.

Para poder trabajar sobre el terreno tuvo que materializarse la donación del lugar a las instituciones públicas. Este hecho se concretó en el año 1981, cuando el duque de Miranda, Luis de Silva, último dueño de Rada, lo donó al Gobierno de Navarra. Esta joya histórica abrió así sus secretos a los expertos. Su destrucción no impidió conocer cómo fue la vida allí, sino que garantizó precisamente lo contrario. La historia acabó en el desolado de Rada en 1455. Una datación muy concreta para un lugar maldito en el que nadie habitó ya jamás. Quien se acerque hoy en día al cabezo entrará en un poblado medieval de cuatro calles con casas de planta trapezoidal y dos alturas, rodeadas de unas murallas cuyo resto más significativo es el lienzo norte, de cien metros de longitud y ocho de altura. Junto a su puerta de entrada se hallan dos defensas cuadradas abiertas por detrás y de ocho metros de altura en su origen, que estaban divididas en tres pisos con estructura de madera. Los habitantes de las casas más cercanas a las puertas tenían la encomienda de su mantenimiento, aunque entre la muralla y los recios muros de mampostería de las viviendas, levantadas con piedras sin tallar, debía haber el espacio suficiente para que pasara cabalgando un hombre con los brazos abiertos. Agricultores, ganaderos, artesanos y algunos nobles compartieron aquí vecindad.

Además de las 43 casas descubiertas en las sucesivas campañas de excavación, casi todas ellas con el hogar situado en la planta baja, el recinto alberga la iglesia de San Nicolás. Su españada triangular se aprecia desde cualquier punto de los alrededores. Románico tardío, el templo se estructura con una nave de tres tramos rectangulares acabada en un ábside semicircular. La iglesia, de nuevo visitable, muestra gruesos muros de grandes sillares sujetos por contrafuertes. La institución cultural Príncipe de Viana desmontó piedra a piedra el templo para proceder a su reconstrucción, ya que sufrió también los rigores del incendio que destruyó el poblado en 1455.

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Junto a ella está la necrópolis, de la que se han recuperado diversas estelas funerarias así como los restos de 79 personas, entre ellas 35 niños, lo que pone de manifiesto el alto índice de mortandad infantil de la época. Además de objetos cotidianos como cántaros, ollas, escudillas, armas, variantes de jarras o hebillas de cinturón o calzados de cuero, en la zona se siguen descubriendo piezas de valor, la última de ellas días antes de la inauguración del recinto y consistente en un sello con un escudo y una breve inscripción. Algunas de estas piezas se exhiben en el interior de la iglesia, en una nave lateral convertida en módulos de exposición. En un futuro breve, una proyección de vídeo de 16 minutos de duración complementará las explicaciones históricas y artísticas a los visitantes.

El recinto, debidamente señalizado, cuenta con un centro de acogida y otro de interpretación en el interior de la iglesia de San Nicolás. Acondicionarlo como museo al aire libre ha costado otros 18,5 millones, un presupuesto que incluye la vigilancia del recinto y la presencia de guías en los horarios de visita. La gestión turística correrá a cargo de una unión temporal de dos empresas, el gabinete Trama y Peceli, en un sistema que el Gobierno pretende consolidar en sus futuras actuaciones sobre los restos romanos de Andelos, en Mendigorría, y la denominada Villa de las Musas, en Arellano, y que tiene como objetivo consolidar una red de yacimientos arqueológicos con carácter museístico y clara presentación didáctica.

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