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Análisis:ANÁLISIS
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Otegi ante el vacío

La evidente recuperación por la vieja izquierda abertzale de su figura más presentable y amortizada, Arnaldo Otegi, tiene mucho de intento desesperado de mantener agrupado un mundo que se asoma a la irrelevancia política. Sólo algunos de los dirigentes de Batasuna, los que ven más allá de las consignas para alentar a quienes flaquean, han percibido el negro porvenir que se abre a partir de la ausencia de representantes suyos en el Parlamento vasco. Un anticipo, a su vez, de lo que sucederá dentro de dos años, cuando desaparezcan de los municipios donde ANV pudo colar sus listas.

El apósito utilizado para evitar una sangría por abandonos es el resabido recurso de llamar (hacia fuera) a la unidad de los nacionalistas y alentar (hacia dentro) un nuevo proceso negociador: esta vez, sí, el definitivo, dijo el miércoles el mismo Otegi que en 2004 prometía en Anoeta sacar la violencia de las calles. Pero es posible que esta vez la contrastada capacidad de aguante de la comunidad del rechazo no sea suficiente para garantizar su conservación como fuerza política relevante. Los 96.000 votos nulos que se atribuye la antigua Batasuna en las pasadas elecciones del 1 de marzo suponen un indicador de resistencia, aunque muy debilitado: únicamente multiplican por dos a las 46.000 personas que aportaron su firma a la plataforma ilegalizada D3M y se sitúan a un mundo de los 224.000 votos válidos que cosechó Euskal Herritarrok en las autonómicas de 1998. Ahora, sin embargo, la forzada ausencia de una institución que despreció en el pasado, combinada con el impulso a Aralar como proyecto alternativo de la izquierda abertzale, coloca a los de Otegi en una situación crítica.

La anulación de Batasuna como fuerza operativa debilita a la propia ETA
En política los huecos que se dejan jamás se quedan sin ocupar

La dinámica de ETA a partir de 1995 de dirigir su violencia contra sus adversarios políticos acentuó las fricciones que se venían produciendo entre los intereses de la organización terrorista y los de la organización política situada en su órbita. La sumisión de ésta a la estrategia militarista de aquélla y la respuesta jurídico-política del Estado con la Ley de Partidos ha conducido a un choque de intereses entre ambas de imposible conciliación. Ya no se trata, como en el pasado, de que los atentados de ETA debiliten las opciones electorales de Batasuna. Sencillamente, la existencia de una organización militar que sólo se concibe practicando la violencia arroja fuera del sistema político democrático al partido que la representa.

Hasta ahora, los sucesivos dirigentes de ETA y sus apoderados han supeditado las necesidades del frente institucional a las superiores de la organización matriz -resulta significativa la inmutabilidad totémica de ésta, frente al catálogo de mutaciones desplegado por su referente político-. La expulsión de las instituciones de la izquierda abertzale que justifica la violencia cortocircuita esa estrategia político-militar. La continuidad de una ETA cada vez más debilitada y menos desestabilizadora imposibilita la presencia pública de Batasuna, pero, al mismo tiempo, su anulación como fuerza política operativa debilita gravemente a la propia ETA, sobre todo porque quita cualquier utilidad a su actividad armada. En el improbable caso de que arrancara al Estado en una negociación las concesiones por las que dice luchar, se encontraría con que no tiene el instrumento político para capitalizarlas electoralmente y gestionarlas.

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Tratar de agruparse y resistir suele ser la elección cuando no se tiene la voluntad o la capacidad de afrontar una situación crítica. Sin embargo, el tiempo no pasa en balde, y Batasuna ya ha podido comprobar la solidaridad y comprensión del resto de la sociedad vasca que debe esperar ante la travesía que se le presenta. El caso de Navarra puede resultar ilustrativo, salvadas las distancias sociopolíticas y los rasgos singulares de la izquierda abertzale en la comunidad foral. Allí no hubo la sorpresa PCTV y la exclusión de Batasuna del Parlamento se produjo en 2003. Debe recordarse que en Navarra, a diferencia de Euskadi, la izquierda aberzale fue siempre la principal referencia del nacionalismo vasco, muy por delante del PNV y EA. Cuatro años antes, con la marca de Euskal Herritarrok se situó como tercera fuerza del Parlamento foral, con ocho escaños y el 15,58% de los votos, triplicando los obtenidos por la coalición EA-PNV.

Cuatro años después, con Batasuna fuera de juego, Aralar irrumpió como fuerza a tener en cuenta, llevándose más de la mitad de su votos y escaños (cuatro), mientras EA-PNV conservaban los cuatro que tenían. Y en 2007, ante una vieja izquierda abertzale difuminada por la ilegalización, la coalición Na-Bai formada por Aralar, EA, PNV y Batzarre se convertía en la segunda fuerza en Navarra con un 8% más de los votos (23,6%) que llegó a sumar EH en 1998. Otegi y los suyos harían bien en tener en cuenta una experiencia que han vivido en carne propia en la comunidad de al lado. Si no son capaces de convencer a ETA de que la violencia perjudica gravemente la salud de la vieja izquierda abertzale, tendrán que buscar otro remedio o resignarse a una lenta aunque inexorable extinción. Aunque a veces parezca que no, el tiempo corre, las sociedades cambian y en política los huecos que se dejan jamás se quedan sin ocupar.

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