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Columna
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El PNV de Imaz

La retirada de Josu Jon Imaz de la carrera electoral en el PNV ha suscitado muchos comentarios de elogio hacia el líder caído y de lamento por su pérdida. Pocas veces el abandono de la vida pública por parte de un político suscita tantas muestras de reconocimiento entre adversarios y analistas, algo que contrasta con el silencio cicatero de muchos de sus correligionarios. La retirada de Imaz es una pérdida que se dejará sentir no sólo en el discurso y en la acción del PNV, sino en el problemático futuro que aguarda a un país absurdo como el nuestro. Imaz ha sido víctima de un paradójico tridente: la simpatía que despertaba entre sus adversarios externos, la indiferencia de buena parte de los suyos y la declarada hostilidad de sus competidores internos y de la izquierda radical.

Sería deseable que el próximo dirigente nacionalista reciba menos ayudas retóricas

La expresión "abrazo del oso" describe el daño que han infligido a Imaz los elogios de sus adversarios. El peor de todos se produjo precisamente tras su caída, cuando el líder del Partido Popular calificó el hecho como "malo para España". Ningún vasco con conciencia nacional puede escuchar la frase sin un ataque de urticaria, pero ningún vasco, de cualquier orientación, puede negar su profunda hipocresía. No sé si para España, pero desde luego para el PP la noticia no es mala sino espléndida: la caída de Imaz ayuda a perpetuar el conflicto vasco y a asegurar el futuro de los muy diversos sectores que viven políticamente (a veces económicamente) de esta tragedia colectiva.

Los socialistas reciben la noticia con aflicción, pero deberían recordar las nulas facilidades que han ofrecido a su presunto aliado. La castración en Madrid del proyecto de estatuto catalán fue un jarro de agua fría para los nacionalistas comprometidos por la paz y que creían en la transformación del Estado por medios democráticos. Y este mismo verano, la grotesca actuación en Navarra de la jerarquía del PSOE volvía a comprometer los argumentos del nacionalismo pacífico y democrático. Imaz han recibido tantos y tan fieros abrazos de úrsido que tenía la espalda desollada por los zarpazos. Sería deseable que el próximo dirigente nacionalista con coraje para enfrentarse a ETA y partidario de una patria basada en la ciudadanía reciba menos ayudas retóricas pero más compromisos democráticos.

Todos señalan que Imaz deseaba modernizar el PNV, pero nadie recuerda que al mismo tiempo representaba la tradición más leal a la historia de su partido. En su carta de despedida aludía al "firme compromiso con los valores de la persona", en lo más parecido a una evocación del antiguo humanismo del PNV que se ha oído en esas filas en los últimos 25 años; lo cual sorprende en un partido que, al margen de la cuestión nacional, ya no tiene norte ideológico, evita cuidadosamente toda definición doctrinal y propicia, al amparo de ese vergonzoso vacío, políticas de gobierno inspiradas en un radicalismo inaceptable en el seno de una democracia europea, moderna y liberal. Parece paradójico, pero es en el fondo coherente, que la "modernización" del PNV pase por el recuerdo, constante en el discurso de Imaz, de Aguirre, Irujo, Landaburu o Ajuriaguerra, precisamente ahora que su partido y sus socios de gobierno pueden llevarnos, a poco que nos despistemos, a las paranoias redistributivas del chavismo venezolano o a la demagogia sistemática de un partido radical.

Por último, la izquierda totalitaria también ha participado en la operación de acoso y derribo de un dirigente al que detesta. ETA, Batasuna y sus satélites adoptaron el soniquete "el PNV de Imaz" para trazar distingos y señalar al país entero a qué tendencia del PNV daban su aprobación. Uno no sabe quién puede ser el próximo presidente del Euzkadi Buru Batzar, pero habrá un modo muy sencillo de evaluar su política: que la izquierda radical lo utilice para "apellidar" al PNV. Imaz ha tenido el inmenso honor de que los violentos condenaran sus ideas bajo el lema "el PNV de Imaz". Ojalá el siguiente presidente del EBB inspire un sonsonete parecido. Sería la mejor señal de que va por buen camino.

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