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Columna
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Pasión consumista

Todos los días leemos que con la crisis ha descendido el consumo de tal cosa o tal otra. De casas, de coches, de salidas a restaurantes, vacaciones u otras formas de ocio, de ropa, de caprichos y pequeños lujos. Lógico. Lo que ya no se oye tanto son aquellas voces (tan optimistas) que al principio de la crisis económica global auguraban que ésta era la ocasión propicia para revisar los cimientos del capitalismo, no sólo en sus desenfrenados aspectos financieros, sino también en cuanto al frenesí hiperconsumista en el que todos participamos con fruición. Que ésta sería la oportunidad de fomentar cierta cultura del ahorro y la moderación, la ocasión de cultivar valores menos materialistas, etcétera, etcétera.

"A la fuerza, ahorcan", dirán algunos. De acuerdo, pero a estas alturas parece claro que ni va a haber una clara regulación de los mercados financieros, ni un duradero cambio de mentalidad respecto a los abusos del consumismo ("la tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios", según la RAE: ésta no es una diatriba contra el consumo en general). Es más, cuanta más frustración atesoramos, más tendemos a consumir (aunque ahora busquemos productos más baratos) como una forma de consuelo o satisfacción compensatoria, de levantar el ánimo.

Pascal Bruckner (La tentación de la inocencia) retrataba la lógica consumista ante todo como una lógica infantil: en primer lugar, por la urgencia del placer, el querer "todo y ahora mismo", deseo que hace posible el crédito (compre ahora y pague después), que elimina todo lo que supone espera, maduración, contención; en segundo lugar, por la habituación al don, por la ignorancia de considerar las grandes conquistas de la modernidad no como avances extraordinarios, fruto de grandes esfuerzos, sino como derechos adquiridos; en tercer lugar, por su característica sed de diversión, de búsqueda de entretenimientos que combinen la máxima evasión con el mínimo de obligaciones. Las duras condiciones de la crisis harán tambalear a más de uno esta lógica consumista, pero otra cosa es que se fomente una alternativa verdaderamente sólida. Aunque no todos piensan así. "Nada reducirá la pasión consumista, salvo la competencia de otras pasiones", afirma otro francés, Gilles Lipovetsky (La sociedad de la decepción). ¿Como cuáles? "Conocer, aprender, crear, inventar, progresar, ganar autoestima, superarse", ese tipo de ideales o ambiciones que los bienes comerciales no pueden satisfacer. Atención a su profecía: "Llegará un día en que la cultura consumista no tendrá ya el mismo impacto, la misma importancia en la vida de las personas. A fin de cuentas, esta cultura es una invención reciente en la historia: comienza su andadura a fines del siglo XIX y adquiere una fuerza considerable a partir de la década de 1950"; es decir, puede asimismo deshacerse o transformarse. Mi imaginación, por el momento, no llega a tanto.

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