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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Preocupaciones y alguna esperanza

Cuando se vislumbraba el comienzo de esta crisis (finales de 2007), muchos economistas, empresarios y analistas convinieron en que iba a resultar una crisis larga, y que habría que esperar hasta 2012 para respirar con tranquilidad. Hemos llegado a 2011 y las previsiones no están claras. Preocupa, sobre todo, la recuperación de la actividad, del empleo y el logro de una disminución sustancial de la tasa de paro. Y preocupan los nuevos acontecimientos que en 2007 no eran imaginables.

La inestable situación en el norte de África, la catástrofe humana y nuclear en Japón, el incremento en el precio del crudo y ahora el aumento en las tensiones inflacionistas no son los únicos acontecimientos que oscurecen las previsiones. Nos enfrentamos con fenómenos más cercanos que inciden en la misma dirección. La necesaria reconversión de las cajas de ahorros, la solicitud de ayuda a la UE por parte de Portugal con las implicaciones sobre la economía española, la impresión de que Grecia no va a poder hacer frente al pago de sus deudas y el comienzo de las tensiones inflacionistas no ayuda a despejar el horizonte.

En este contexto tan complicado, el BCE ha decidido aumentar un cuarto de punto el tipo de interés de referencia. Y la medida, aunque descontada por los mercados, se vive con preocupación. La idea básica de que un aumento de tipos frena el consumo, la inversión y, por tanto, la recuperación añade más leña a los pronósticos no tan optimistas.

Pero hay otros factores a tener en cuenta. Así, conviene recordar que los más de 10 años de expansión inmobiliaria, de excesivo endeudamiento privado y de pérdida de competitividad transcurrieron en una situación en la que a la falta de reformas estructurales hay que añadir un entorno de bajos tipos de interés. Y habría que recordar, también, que en los primeros años noventa una pregunta recurrente era la de cómo podrían hacer negocio las instituciones financieras en un contexto de tipos de interés tan bajos, señal inequívoca de una gran recesión. Más tarde, una parte del sector financiero obtuvo buenos resultados emitiendo señales equivocadas, adoptando decisiones excesivamente arriesgadas en el mercado crediticio y generando una gran burbuja inmobiliaria. ¿Constituyen estos hechos parte de la respuesta a la pregunta?

Durante estos últimos cuatro años de crisis los tipos de interés han continuado bajos para impedir que la precaria situación se deteriore todavía más. Y es lógico que, ahora que el BCE nos anuncia una subida, pensemos que este aumento no va a ayudar a superar nuestros desequilibrios, ni a promover aumentos en la demanda interna que ayuden a la recuperación.

Creo, sin embargo, que es posible añadir una nueva reflexión a este análisis. La situación actual es anómala en muchos sentidos, pero se pueden enunciar algunas incógnitas evidentes: ¿podrá el aumento anunciado controlar las tensiones inflacionistas? ¿Es éste el primero de una escalada alcista en el precio del dinero? ¿Han desaparecido ya los incentivos perversos en el sector financiero? Las respuestas no son fáciles, pero hay algo que sí sabemos.

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David Laidler recordaba hace poco la famosa metáfora de A. Smith: "La mano invisible que guía a la economía de mercado tiene dedos monetarios, y cuando estos no logran cumplir su función de forma correcta lo mismo le ocurre a la economía de mercado".

Esta metáfora apunta algo importante. En nuestro contexto económico, los intercambios voluntarios que realizamos son, la mayoría de las veces, indirectos y para materializarlos utilizamos la intermediación del sistema monetario y financiero. La intermediación es cada vez más compleja porque abarca transacciones corrientes y futuras que permiten a los agentes económicos superar las dificultades que la incertidumbre y los horizontes temporales alejados provocan. Es evidente que para que todo funcione bien, y la producción y el reparto de la riqueza se lleve a cabo de forma idónea, el sistema monetario y la información a través de los precios deben lograr que no se produzcan interferencias que confundan los mensajes. Y esto plantea dos nuevas preguntas.

¿Han sido los "mensajes equivocados" el detonante de la crisis? ¿Tiene esto algo que ver con el contexto de bajos tipos de interés de la era precrisis? La respuesta a la primera pregunta es sí. La segunda, es solo una conjetura que no nos permite más optimismo.

Pero sí que hay razones para no agobiarnos. La actual subida de tipos no tiene por qué ser negativa si consigue cortocircuitar las tensiones inflacionistas. Además, no se sigue automáticamente que porque los tipos sean bajos la actividad económica se recupere -el caso de Japón es paradigmático-, ni que porque los tipos suban un cuarto de punto los proyectos de inversión, con previsiones de rentabilidad razonables, no puedan ser financiados. Es importante, eso sí, que esta subida no sea la primera de una secuencia larga, aunque, insisto, lo más relevante es que el sistema monetario y financiero no vuelva a generar "mensajes equivocados". Esto sí que es realmente peligroso y fuente de problemas reales muy serios. Impedirlo es obligación de todos y en particular de la autoridad monetaria y la política.

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