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Columna
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Soy vasco, soy calvo, tengo dudas

Lo lamento. No tengo más que dudas. Soy hombre. Soy vasco. Tengo una edad. Soy calvo. Me gusta El Barrio y Medina Azahara. Sigo enamorado. Hay un cine alemán que me gusta y me despiporro con Chiquito de la Calzada y Woody Allen por igual. Repito: soy hombre.

Lo lamento. No tengo más que dudas. No sé si me preocupan más los recortes del Gobierno o el tonito, entre falso, impostado, desafiante o mentirosillo de Soraya Sáez de Santamaría. No sé si es peor el qué o el quién. O el cómo. O la imagen de cansancio de Montoro en su primer debate parlamentario donde se esperaba que dijese lo que dijo y nadie se sintió defraudado por ello. Lo contrario hubiera sido un milagro y los milagros, fuera de la medicina, no existen. Tranquilo, Cristóbal, no te queda nada. O que el PSOE no quiera que sus candidatos debatan porque diluyen el mensaje, como si debatir fuera un problema en vez de una solución. O que la reina Soraya se apresure a limitar temporalmente (así, resaltado con su tonito) la subida de impuestos y que Patxi López, en el otro lado de la carretera, también se apunte a la tortura impositiva temporal (así resaltada), como si la temporalidad, habitualmente asociada al puesto de trabajo, ahora tuviera carta de naturaleza para los impuestos o para aplazar la curación de un infarto. Que se pueda morir de infarto por el bien del déficit público, como en Catalunya. Morir tranquilo. Morir por España, por Europa, por el Banco Central, por Moody's, por el bono alemán. Morir como Dios manda, por los demás, aunque los demás te hayan clavado una aguja en el corazón con todo el cariño del mundo, aunque claro, temporalmente. En la tumba, alguien escribirá: ¿a quién se le ocurre morirse antes de lo esperado? O que el silencio de Rajoy me haga elegir entre tres explicaciones: que le da vergüenza hablar, que no sabe hablar o que está durmiendo. O que es el Rockefeller de José Luis Moreno y se despiporra del público. No me hagan elegir, que no sé muy bien qué hacer. Me ocurre como con José María Aznar, que nunca sabía qué pensar de él: quizás era porque él tampoco pensaba, no ya en mí, sino en nadie, salvo en Bush y en las universidades americanas que perdonan el inglés imperdonable. Quizás cuando Rajoy comparezca en rueda de prensa nos lo explicaremos todo. Y entonces será peor. Los ignorantes somos unos felicianos, que tenemos a bien pagar el IRPF, es decir, el impuesto sobre las personas físicas (supongo que Florentino, al ser un ser superior está exento de asuntos tan livianos). Mientras escucho a El Barrio, a la vez que escribo, se me enamora el alma, como a la Pantoja. Y me doy cuenta de que tengo alguna certeza: Me duele y mucho la sonrisa de Camps. No es la sonrisa etrusca, ni la de La Gioconda. Es otra cosa, pero rogaría que nadie me obligue a explicarlo. Por no encontrarme con él ante el juez.

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