_
_
_
_
_
A TOPE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tapas

El otro día me contaba un amigo que una conocida marca de cerveza vasca había puesto en marcha una iniciativa revolucionaria. Si pedías la bebida en cuestión en un bar, te regalaban una bolsita de frutos secos (un puñado de cacahuetes, por lo visto) para acompañar el trago. Esta promoción podría observarse como anecdótica por parte de los consumidores locales, pero si tenemos en cuenta que una de las peculiaridades de nuestro país es que en los bares nunca te ponen "tapa" con tu consumición, entenderán por qué califico la medida de rupturista.

Lo habrán vivido en sus propias carnes o se lo habrán contado: un vasco flipa cuando va a ciudades como Granada o Salamanca y con su cerveza o copa de vino le ponen una ración de ensaladilla, unas patatas al ali-oli o incluso un bocadillo de lomo. Primero mira desconfiado al camarero y le espeta: "Yo no he pedido esto". Entonces, el de la barra le pregunta si quiere otra tapa diferente, si la que le ha puesto no le gusta. Lo que no concibe el ciudadano vasco es que por una caña le den algo gratis. ¿Cómo te van a regalar algo que parece ser más caro que lo has pedido? No nos cabe en la cabeza. Cuando caemos en la cuenta que no tendremos que pagar por ese plato de jamón, nos ponemos más contentos que unas castañuelas.

Es normal que alucinemos. Es inconcebible plantearse la misma situación en Euskadi. Te pides un crianza y te ponen por la patilla uno de esos pintxos de dos euros y medio. ¿A que no se lo imaginan? Voy a recurrir al tópico, pero en este caso tiene mucho que ver la verdad: en Donosti tienes que recurrir a la donación de órganos en vida para poder permitirte ir de pintxos, mientras que en Almería, por ejemplo, te tomas tres cervezas y con las tapas ya has cenado.

Por otro lado hay que admitir que es una cuestión de calidad, que no es lo mismo tomarte un plato de salchichas con panceta que una tartaleta de hongos con foie. Hay sitios donde preferirías que no te pusieran tapa, la verdad. En un asturiano de Madrid muy popular por servir tapas enormes, nunca he probado el plato que me ponen con la cerveza. Nunca he sabido qué tipo de alimento es. Un amigo dijo una vez que parecía un guiso de "orco", es decir, un mejunje fabricado con los restos de los monstruos del Averno de la trilogía de El señor de los anillos. También es habitual que la tapa de algunos bares consista en una rebanada de pan con salsa rosa encima. Comérselo no es muy tentador, se lo pueden imaginar. Además, hay que admitir que los turistas que vienen a Euskadi no echan de menos la tapa de sus lugares de origen porque alucinan con nuestra cocina en miniatura.

Por todo esto me parece que una bolsa de maníes adosada a un botellín de cerveza puede revolucionar el panorama hostelero vasco. Quizás sea el principio de una profunda transformación en nuestro modo de vida, incluso más relevante que la consulta popular planteada por el lehendakari. Primero será la tapa gratuita, pero luego vendrían más cambios y más significativos. Incluso podemos fantasear con la posibilidad de que algún día los vascos practicaremos sexo con mayor frecuencia y sin los calcetines puestos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_