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Columna
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Traducir a Fraga

Se saben algunas cosas del Senado. Por ejemplo, que los senadores son personajes habituales del cine estadounidense y, si no eres senador, tienes difícil llegar a la Casa Blanca, incluso en un país en el que ha sido presidente Ronald Reagan. Se sabe, también, que el Senado español es una Cámara en la que si algo se le tuerce al Gobierno en el Congreso puede arreglarlo ahí, y si se tuerce en el Senado las cosas siempre vuelven al Congreso. Y se sabe también que presuntamente es una Cámara de representación territorial, la Cámara de las autonomías, se le decía, a la que Dolores de Cospedal ha dejado de asistir en 140 sesiones, prefiriendo sidrerías, actos de partido, donde hay soflamas y nunca preguntas, y demás farándulas políticas. Lo que no ha dejado es de cobrar, seguramente porque se le ha olvidado.

Pues bien, la decisión del Senado de permitir la utilización de las lenguas oficiales vasca, catalana y gallega, con su correspondiente traducción, ha generado un debate ridículamente absurdo, más grave que lo chirene que puede parecer. Se ha oído a gentes del PP decir que la traducción es cara y no están los tiempos para excesos. Respuesta: con el sueldo de la inexistente senadora Cospedal se pagarían unos cuantos sueldos de traductores. Y me temo que habrá más cospedales. Se ha oído a gentes del PSOE decir que si todos nos entendemos en español, para qué complicarnos la vida. Respuesta: para eso elimínese ya la condición del euskera, el gallego y el catalán de lenguas oficiales, e incluso, elimínese el euskera, el gallego y el catalán por idiomas inoperantes que solo sirven para enmarañarnos a todos.

De verdad, cuesta creer que insignes representantes públicos encuentren razones tan peregrinas. Porque, me pregunto yo: ¿qué ocurriría si para ser europarlamentario se exigiera el conocimiento del inglés, o si quieren del francés, que es uno de los idiomas oficiales de la Eurocámara? ¿Habría representantes españoles? o ¿cuántos de los actuales deberían abandonar aquellos escaños en los que escuchan con pinganillo las traducciones de sus compañeros? ¿Cuánto se ahorraría Europa unificando el idioma, entonces, a costa de algunas canonjías? Se han fijado que hay parlamentarios europeos que se sabe que lo son cuando se les elige y cuando abandonan...

¿De verdad que no hay un acoso moral a las razones culturales del Estado de las autonomías? ¿De verdad que no hay ganas de buscar tres pies al gato? Y todo sucede en un país que ha tenido cuatro presidentes democráticos tras el franquismo y ninguno hablaba inglés. Bueno, uno de ellos hablaba tejano. ¿Cuánto le han costado a España los traductores de los presidentes? Y, en fin, ¿no hubiera sido mejor para todos que el Estado hubiera contratado a un profesional que nos tradujera las peroratas en esperanto de Manuel Fraga? Bueno, mejor no.

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