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Columna
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Con aplomo

Sin ser la única, destacaría una virtud sobresaliente en el reciente, y ya famoso, artículo de Josu Jon Imaz, "No imponer, no impedir". Entre las argumentaciones y contrargumentaciones de los recientes años en torno al horizonte de lo posible en la política vasca, nos hemos solido mover en el interior de un círculo vicioso que no hemos sabido romper, y creo que el artículo de Imaz da un paso decisivo para que podamos salir de él. Naturalmente, el círculo inextricable era de patente nacionalista, aunque nos afectara a todos, y poca mella hacían en él las advertencias exógenas, de ahí que el hecho de que sea el presidente del principal partido nacionalista el que nos lo desenrolle tenga una importancia fundamental. Las reacciones que el artículo ha provocado en el mundo nacionalista insisten precisamente, y de forma muy acentuada, en su incidencia sobre la autonomía casi solipsista de ese círculo, del que se han alimentado hasta ahora, como argumentario y como motor estratégico, todos ellos y algún sobrevenido, cuya preciosa ayuda en la tarea no conviene olvidar.

¿Puede ETA imponernos la agenda política? La pregunta es recurrente entre los nacionalistas, sobre todo en estos dos últimos lustros de ibarretxismo, en los que la consolidación de una mayoría ad hoc, por escuálida que fuera, ha constituido una pieza táctica decisiva para desactivarla, convertirla en un reproche retórico y actuar en consecuencia. Si existía una mayoría social, y una mayoría política, dispuestas a promover un proyecto político legítimo y en el que nada malo había, no habría por qué pensar en las posibles consecuencias a terceros, aunque éstas pudieran ser tan dramáticas como un recrudecimiento de la actividad criminal de una organización terrorista. Tener en cuenta esa eventualidad supondría otorgarle a ETA la capacidad de veto sobre los proyectos y objetivos de nuestra sociedad, lo que la convertiría en un poder fáctico. ETA, se repetía, no podía imponernos la agenda, afirmación que la remitía a un territorio estanco, ajeno a una sociedad sobre la que actuaría como si se tratase de un elemento extraño a ella, un insidioso poder extranjero. Si ETA no podía conculcar nuestra autonomía, nuestra capacidad de decidir, pero si, por otra parte, teníamos que combatirla y evitar otorgarle ninguna baza, nos veíamos inmersos en un círculo vicioso del que el ibarretxismo ha pretendido salir con una gozosa, aunque falaz, sentencia: todo lo que proponemos es, en realidad, la única forma de acabar con ETA. Por supuesto, ningún solo dato de lo ocurrido entre nosotros estos últimos años avala esa alegre sanción.

La lógica de la argumentación de los nacionalistas es falaz porque se funda en la articulación de dos perspectivas que se oponen. Considera a ETA como un elemento exógeno y endógeno al mismo tiempo. Como elemento exógeno no nos podría marcar la agenda sobre una actividad que no iría con ellos, pero que para nosotros -en realidad para una mayoría escuálida que necesitaría de ellos para constituirse- resultaría crucial. Sin embargo, cuando se arguye que nuestros planes y consultas tendrían el valor añadido de contribuir a la derrota de ETA al dejar sin argumentos a sus bases, se le está considerando un elemento endógeno, interno a la sociedad vasca, y en absoluto ajeno a las iniciativas políticas que se adopten en el seno de ésta. Como elemento exógeno nos libera de responsabilidad en nuestras decisiones, y su existencia no condicionaría nuestro ideal estado de inocencia, ese que nos permite adoptar las resoluciones que nos convengan. No obstante, en la medida en que éstas obtendrían un plus de justificación por el hecho de incidir, se asegura que positivamente, en el mundo de ETA, nuestro estado de inocencia en el paso anterior queda en entredicho, ya que con este segundo argumento reconocemos la responsabilidad de nuestras decisiones sobre lo que puede acaecer en el universo etarra. Y es que ETA no es que nos marque o no nuestra agenda política, lo que ocurre es que ETA forma parte de nuestra agenda política, y además como elemento prioritario.

Es esto lo que Josu Jon Imaz ha tenido el valor de decir, rompiendo de una vez el círculo vicioso del ibarretxismo, su autocomplaciente y tenaz solipsismo. "Nos guste o no, ha dicho Imaz, ETA va a marcar la agenda, y en estos momentos la prioridad es hacerle frente". Lo prioritario es lo que apela a nuestra responsabilidad política, pues no cabe olvidar que nuestro círculo vicioso es también un círculo vicioso moral, por más que les cueste entenderlo a nuestro lamentable consejero de Justicia y al último seminarista de nuestra clase política, el señor Madrazo.

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