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IDENTIDADES CONFUSAS
Columna
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Como las cabras

Las cabras representan el carácter y diversidad de España. No sólo por su manía de echarse al monte, trepando cerros inverosímiles, o por su peculiar sociabilidad, que viven juntas, pero sin reparos en cambiar de manada. Sobre todo, por la pasmosa pluralidad de razas autóctonas de cabras que hay en España. Está la cabra hispánica, la pirenaica, la cabra gallego-portuguesa, la vasca, la del Guadarrama, la mallorquina, la ibicenca, la tinerfeña, la palmera (de Las Palmas: las islas dan mucha cabra singular), la murciano-granadina, la cabra del Moncayo, la blanca andaluza, la retinta extremeña, la verata... y así sucesivamente. Hay 22 razas de cabras autóctonas; casi todas las autonomías tienen la suya, aunque la cabra catalana se extinguió a mediados del XX, socavándose así su identidad como pueblo. En España cada tierra quiere su cabra.

El dicho "la cabra de la vecina da más leche que la mía" explica el Estatut
No se trata de dar 'label' de vasquidad al primer morlaco que se presente

Pasman la capacidad hispana de producir cabras diferentes en pelaje, colores y fisonomías (las hay rojas, blancas, negras, cobrizas, de todo) y la versatilidad de la cabra, en cada sitio evolucionando milenios para contentar al paisanaje. Toda autonomía viene a contar con su cabra, menos Ceuta y Melilla, pero como se las asocia con la de la Legión, tampoco quedan fuera de esta seña de identidad. Cada cual orgulloso de su cabra, que defiende con tesón o tira por el campanario, encarna nuestra pluralidad intrínseca e incompatibilidad ancestral. Como no hay identidad como pueblo sin cabra privativa, debería cada una figurar en los estandartes autonómicos, en plan tótem. Sería maravilloso juntar en algún lugar (Gibraltar, con monos, pero sin cabras, es neutral en esto) a todas las razas de cabras autóctonas (procurando que no se mezclen sexualmente, pues se liquidaría las especificidades, y eso no), y su armonía simbolizaría la pluralidad de tanto pueblo disperso, aunque a lo mejor la emprenden a mordiscos las unas con las otras. La diversidad española son sus cabras. El dicho "la cabra de la vecina da más leche que la mía" explica el Estatut y todo.

A cada cual le tira lo suyo, por lo que uno se inclina por la Azpi gorri, la cabra vasca, protegida por nuestro Catálogo de Razas Animales Autóctonas Vascas. Son "animales silvestres de gran rusticidad", pero la rusticidad no les es exclusiva, pues la comparten con varias razas animales autóctonas vascas, como el asno de las Encartaciones -"la raza asnal más pequeña de la Península", "rústica, resistente, agresiva y longeva"- o el caballo de monte -Euskal Herriko Mendiko Zaldia-, que "gracias a su rusticidad puede soportar las inclemencias y rigores climáticos".

Tienen un raro mimetismo nuestros animales autóctonos vascos con los vascos. Se les ha pegado algo. Así, la oca vasca carece de papada, pero tiene "cabeza fuerte"; su constitución es "algo achaparrada", pero su silueta es "elegante" y tiene "andares ágiles" y pone huevos blancos de 160 gramos para arriba (si pesan menos, pierden puntos en la calificación de autoctonía). El perro "villano de las Encartaciones" la ha clavado, en el retrato gubernamental: "Obediente, alegre y gran vivacidad en sus manifestaciones al dueño. Potente, ágil y de justa agresividad y fiereza en el manejo del ganado. Cauto y receloso ante el extraño, al que muestra su mirada profunda y seria, pero desde la serenidad que le confiere su autorreconocida fortaleza". O sea, vasco vasco.

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Se citan como "razas animales autóctonas", catalogadas, 25 razas distintas, aunque algunas son variedades. Salen: cinco razas bovinas, tres de ovejas (dos variantes de lachas, dos carranzanas y la sasi ardi), cinco perros (villano de las Encartaciones, villanuco de las Encartaciones y los Erbi, Euskal artzain e Iletsu), dos équidos (el asno de las Encartaciones y el pottoka), dos aves (la oca y cuatro variantes de gallinas), así como cabra, asno y cerdo, una raza de cada. Desatan la sensibilidad gubernamental y social de los vascos, según afirman las disposiciones. Velar por las razas autóctonas es "una forma de preservar el legado de nuestros ancestros".

La mitad de las razas autóctonas están en las Encartaciones, territorio que parece así como el "mundo perdido" de la novela de Conan Doyle, la meseta aislada que había conservado especies prehistóricas. Así, el territorio encartado, objeto otrora de recelos nacionalistas por su castellanoparlantismo, ha encontrado su acomodo en tal imaginario por la vía de proporcionar razas animales autóctonas, que confirman la vasconía.

En nuestra singular protección de razas animales autóctonas -"cuyo origen conocido más remoto se sitúa en Euskal Herria"- a veces hay conflictos serios. La vaca monchina está declarada "raza animal autóctona vasca", pero en Cantabria aseguran que "la monchina" es una "raza autóctona de Cantabria". Allí hay 1.200 y nosotros tenemos algo más de 300, y las monchinas pululan también por los montes del norte de Burgos, pero la autoctonía no depende de quién tiene más, sino de dónde se procede. Ya tenemos montado el lío. Concluye Wikipedia, salomónica, que "la monchina" es "raza vacuna autóctona del Norte de España". Desazona que a lo mejor se le ha concedido la autoctonía vasca -concepto que exige exclusividad- sin la comprobación de antigua oriundez local que exige nuestra ley. Tampoco es para una guerra, pero no se trata de conceder labeles de vasquidad (y las subvenciones) al primer morlaco que se presente.

No tiene tal problema la "ranita donostiarra". Sólo se encuentra en charcas próximas a Igeldo y es el símbolo anfibio de nuestro aislamiento histórico, pues la colonia de estas ranitas más próxima está en Francia, pero bien lejos. Dicen los especialistas que se instaló aquí hace unos 8.000 años y que vino de Marruecos, pero hace tanto tiempo que podríamos considerarla autóctona, aunque las leyendas griegas llamaban autoctones a quienes creían nacidos de la tierra. Otros han llegado hace menos y también se dicen vascos.

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