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Reportaje:

Una casa propia para 2047

Los jóvenes tienen que hipotecarse hasta la vejez para conseguir una vivienda en Euskadi

Los jóvenes vascos son los que más tardan en emanciparse de toda España, en una de las comunidades autónomas donde la vivienda es más cara, según el último estudio del Observatorio de la Juventud. El bilbaíno Iban Basarrate lo hará cuando tenga 69 años, allá por 2047. Entonces será cuando termine de pagar el piso que acaba de comprar con su novia, Nuria García, con quien se casará el año entrante. Y es que uno no sólo se emancipa de la familia. El Diccionario de la Real Academia recuerda que "emancipar", en forma pronominal y en su segunda acepción, significa "liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia", algo que ambos no van a poder hacer en mucho tiempo. "Sin la ayuda de la familia no hubiéramos podido meternos en lo del piso. Nos han echado una mano ahora y suponemos que tendremos que recurrir a ellos en el futuro", confiesa él.

"Nuestro préstamo es variable y estamos muertos de miedo con la subida del Euribor"
"Eso de que todo el mundo tiene derecho a una vivienda me suena a risa"

Y eso que han tenido "suerte", como les dicen todos sus amigos. A Nuria le tocó en 2005 un piso protegido en Barakaldo, donde nació hace 25 años, en el primer sorteo al que acudía. Eligieron sobre plano un ático de tres habitaciones con garaje en el barrio de Lutxana que les ilusionó. "Y eso que Iban no quería irse a Lutxana de ninguna manera", recuerda su novia. "Quería seguir en Bilbao, pero es que ya ni en San Francisco hay viviendas asequibles. Y las que sí puedes pagar, en las calles más alejadas de la Ría, son ruinas o infraviviendas", se lamenta él.

Habían estado buscando casa en el mercado libre durante un año, sin prisas. "Los precios subían y subían y veías cada cosa que te quedabas de piedra: bajos oscuros y húmedos, viviendas para tirarlas enteras, cuchitriles de 30 metros a 20 millones...", explican. Hasta que la joven probó suerte en la protección local.

Una suerte relativa, dicen. Durante dos años estuvieron pagando los intereses de un crédito puente mientras se construía el edificio en que vivirán. Desde hace dos semanas ya tienen su hipoteca: unos 230.000 euros a pagar en 40 años. Y llegó el IVA, del que nadie les había hablado, y que su banco no incluye en el montante del préstamo. "Nos lo ha prestado la familia; si no, habríamos tenido que renunciar al piso", reconocen.

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¿Emanciparse? Su casa está impecable, pero vacía, tanto que no tiene ni un mueble en la cocina. "Tenemos que ponerla entera y nos cuesta unos 9.000 euros. No sé cuándo tendremos cocina". Cuando llegue ese momento, tienen algo muy claro: un colchón al suelo y a su piso. Tampoco podrán hacer mucho más, aunque quieran. La hipoteca se come el 50% de lo que ganan entre ambos. "No hacemos más que pensar en el resto de gastos fijos que tendremos: la luz, el agua, el gas, la comunidad,... Quizá no nos llegue ni para comer", aventura Iban.

A ello se suma la amenaza constante del Euribor. "Nuestro préstamo es variable y estamos muertos de miedo. Desde que lo empezamos a gestionar ha subido ni sé las veces". ¿Creen que los tipos de interés dejarán de subir? Nuria salta pesimista: "No, seguirán subiendo y subiendo". Su novio replica casi a la vez: "Pararán. Tienen que hacerlo. Si siguen así, la situación va a ser inaguantable para muchísimas familias y esto va a estallar". El Euribor se situaba el pasado viernes, tras una veintena de ascensos consecutivos, en el 4,656%, la cifra más alta desde febrero de 2001 y cerca de su récord.

La ilusión del principio se ha ido transformando para esta pareja en preocupaciones, aunque sueñan aún con la terraza de su ático y saben que, al fin y al cabo, en su entorno son afurtunados: "Unos amigos tienen un hijo de dos años y cada uno vive en casa de sus padres, porque no pueden pagarse un piso. Eso sí que es fuerte".

"La Constitución dice que la vivienda es un derecho. Pues yo no lo veo. Es el enriquecimiento de unos cuantos, pero es lo que hay y hay que resignarse. Y seguir con el Euromillón", concluye bromeando Iban.

Ni Joana Esteban, esteticista de 26 años, ni Sergio Larrea, mecánico de 23, quisieron esperar más para comprarse una casa e irse a vivir juntos. Llevaban ahorrando siete años y nueve de novios. Así que se pusieron a buscar el año pasado. "Al final, hemos comprado piso en Castro, porque en Bilbao y alrededores es imposible. Y eso que teníamos ahorros y nuestros padres nos echaban una mano con otra cantidad", explica ella. Han logrado tener que pedir un crédito hipotecario "sólo a 20 años", pero no pueden por ahora irse a vivir a su casa. Los empleos de ambos están en Bilbao y los gastos de compraventa y la hipoteca no les han dejado efectivo para un coche, ni posibilidades para pedir otro crédito. "Con la moto de Sergio podemos ir a dar una vuelta cerca, pero no ir y venir diariamente de Castro a Bilbao, así que, por ahora, sólo pasamos en Castro los fines de semana y vamos añadiendo detalles a las habitaciones", se consuela la joven.

El futuro de Moisés Vargas, de 32 años, y su novia, Mónica Domínguez, de 28, también pasa por hacer frente a un crédito que pesa demasiado. Tras "tres o cuatro" sorteos de VPO infructuosos, hace tres años solicitaron 180.300 euros para poder pagar los 186.300 que les costó un piso de segunda mano de 80 metros cuadrados en Rentería. Ante sí tenían tres largas décadas de mensualidades que, según les calculó el banco entonces, absorberían el 42% de sus ingresos.

"Te da la sensación de que no vas a acabar nunca. Eso de que todo el mundo tiene derecho a una vivienda me suena a risa. ¿Qué quiere decir esa frase?, porque tiene que tener una letra pequeña...", ironiza Moisés, quien trabaja en una empresa de metal.

"Se hace muy largo. Y tal y como están ahora los intereses, más todavía", añade. El banco les revisa cada ejercicio el crédito y ya arrastran una subida de unos 100 euros mensuales cada año. Así que el piso, al que se fueron a vivir hace dos años tras hacer unas reformas, absorbe ahora casi el 60% de sus sueldos, sumando los gastos fijos.

Ante este panorama, la pareja, que se casará en septiembre, también recurre a la familia. "Para comer por lo menos", señala él, quien hace tiempo que se olvidó de los caprichos o de salir de noche todos los fines de semana. "Salgo en fiestas puntuales", dice, al tiempo que pone en duda que una persona sola, "con los sueldos de hoy en día", pueda afrontar la compra de un piso.

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