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La ejecutiva del PNV intentará cambiar las incompatibilidades en los estatutos

Considera que la rígida separación de cargos coarta su visibilidad política

El obligado abandono del Parlamento por el nuevo presidente de la ejecutiva del PNV, Iñigo Urkullu, forzado por las incompatibilidades establecidas en sus estatutos internos, le ha convertido, al igual que sus antecesores, en el único máximo dirigente de un partido que no se sienta en la Cámara. Esa preceptiva retirada a su despacho de Sabin Etxea, oficializada el día 28 en el último pleno de la Cámara, es también el exponente más revelador de un régimen de funcionamiento que se va convirtiendo en un problema para ese partido. Hasta el punto de que, pese al rechazo de la asamblea general, la nueva ejecutiva mantiene los planes de rectificarlo parcialmente por la vía de modificar los estatutos internos.

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Los cambios operados por el creciente peso de la acción institucional en la política, cuyo paradigma es el trasvase de liderazgo en estos años hacia el lehendakari Ibarretxe, han convertido la separación entre cargos internos y externos en un impedimento funcional y en un factor que va en detrimento del principal objetivo de la bicefalia: garantizar la primacía del partido sobre sus cargos institucionales.

Esos efectos adversos chocan ahora, además, con la estrategia del nuevo equipo de Iñigo Urkullu, que pasa por recuperar para el partido la posición preponderante que históricamente ha tenido. El problema detectado y confesado es que, aunque nominalmente corresponde al partido "la definición de objetivos, la orientación, el seguimiento y la evaluación" de las políticas, "en la práctica son los representantes institucionales quienes establecen los objetivos y el hilo estratégico de los grandes temas políticos o sectoriales", según apuntaba la propia ponencia de organización debatida en diciembre. El partido, añadía, "tiene grandes dificultades" para dirigir y controlar las políticas de sus representantes públicos, sea un alcalde, un diputado general o el propio lehendakari.

El objetivo también declarado de los cambios que la nueva ejecutiva volverá a impulsar es dar la vuelta a esa situación y que el partido recupere la posición preferente que los estatutos le atribuyen, pero la práctica le sustrae. Urkullu lo avanzó en la última parte de su discurso el día de su elección, en un mensaje indisimuladamente dirigido al lehendakari, al rebatir su máxima voluntarista de que "querer es poder", cuando señaló que se puede fracasar "por perseguir lo imposible" o, incluso queriendo lo posible, "por errores o limitaciones propias". Para evitarlo, añadió a renglón seguido, será "el Partido" (con mayúscula en su discurso), quien decida "adónde, por dónde, cómo, cuándo y con qué medios" se dirigen las actuaciones políticas, y el que las formule a través de propuestas que deberán siempre ser "claras y realistas". Se trata, según estaba escrito en la ponencia, de que en los temas "estratégicos", tanto sectoriales como políticos, sea "el burukide" el que fije los objetivos y los planes de actuación, aunque dando "participación al responsable institucional correspondiente". No al revés.

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Los partidarios de esa recuperación de la primacía saben, sin embargo, que hoy no es posible al modo en que se practicó durante el largo mandato de Xabier Arzalluz, merced a su liderazgo incuestionado. Son conscientes de que ahora esa influencia sólo puede ejercerse a través de una mayor presencia combinada de los dirigentes internos en los ámbitos públicos. Su confinamiento en las sedes, además de dificultarles la dirección y el control sobre los representantes institucionales, les sitúa, se argumenta, en desventaja respecto a los líderes de otros partidos, que sí están en las instituciones y obtienen visibilidad social a través de su labor en ellas.

Existe un tercer factor de orden económico que no se menciona: sentar a más burukides en el Parlamento o en las Juntas Generales facilita su dedicación plena a la política sin gravar las finanzas del partido.

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