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Reportaje:

A la sombra de la diosa Epona

Marquínez, en la Montaña alavesa, cuenta con una interesante historia que se inicia en tiempos prerromanos

El camino hasta la localidad alavesa de Marquínez pasa obligatoriamente por la mitad oriental del condado de Treviño, isla burgalesa en Álava. Es cierto que, en el cambio desde el enclave castellanoleonés al vasco, sí se observa cierta transición en el paisaje. Pero no es por cuestión de fronteras, ni mucho menos, sino por razones orográficas. Y es que, casi en la linde, el camino (que hasta la altura de Albaina, aproximadamente, recorre sembrados de cereal, en estos días cosechados o a punto de siega) comienza poco a poco a rodearse de la vegetación de la ribera del río Ayuda y de la que desciende de los montes de Izki, hoy parque natural.

Así que cuando se llega a Marquínez, después de pasar Urarte, por una carretera de montaña, salpicada de chalets de dudoso gusto en sus márgenes, no extraña el encontrarse con una manada de caballos salvajes cruzando la población, en lo que es una estampa típica montañesa. El recorrido ha llegado a uno de los principales enclaves de toda la Montaña alavesa, habitado desde épocas romanas y siempre por personajes notables a tenor de lo que reflejan las construcciones que hoy se presentan al visitante.

Atravesado a lo largo por el río Molino, afluente que es del Ayuda, el actual Marquínez tiene en sus cuevas artificiales el resto más antiguo de presencia humana. Están repartidas por sus alrededores, formados por toba arenisca, roca blanda moldeada por la erosión en formas caprichosas. En total, estos habitáculos trogloditas son 16, repartidos por distintos parajes del pueblo, pero el más importante es, sin duda, el de Santa Leocadia.

Se encuentra esta gruta en la parte alta de la población, tras la parroquia de Santa Eulalia. Allí, protegidas del contacto con el público por una verja metálica, aparecen dos figuras únicas en las cuevas medievales alavesas. Se trata de sendos bajorrelieves toscos, un hombre de pie y una mujer montada sobre un caballo, que fueron modelados sin grandes alardes artísticos ni siquiera artesanos.

Pero, para los habitantes de la época en la que se esculpieron (antes de la cristianización del lugar, en los últimos momentos del Imperio Romano) estaba claro que se encontraban ante la diosa Epona, y uno de sus fieles, en recatada actitud orante. ¿Quién era la tal Epona? Una diosa de origen céltico que, en principio, había sido la deidad de la abundancia agrícola para pasar con los siglos (y con su introducción en la Península Ibérica) a convertirse en la valedora de los caballos.

Epona rara vez aparece sentada a la derecha. Es más, de las cuatro representaciones de la diosa descubiertas en la península, la de Markínez es la única en esta postura; y además también aparece recreada sin vestido alguno. Como señala Armando Llanos en su estudio sobre estos bajorrelieves, estas peculiaridades la hacen diferente a todas las Eponas conocidas.

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Pero estas singularidades debieron pasar inadvertidas para los sucesivos ocupantes de las cuevas de Santa Leocadia, desde los primeros eremitas cristianos hasta los últimos ganaderos que las utilizaron como establo. Tuvo que llegar el inevitable antropólogo José Miguel de Barandiaran y sus discípulos para descifrar el verdadero significado de la figura ecuestre y su devoto. Y eso que la cría del ganado caballar ha sido una de las fuentes principales de riqueza de Marquínez.

Así se puede comprobar hoy, cuando todavía varias familias del pueblo mantienen una pequeña trashumancia de caballos, yeguas y potros entre los pastizales de invierno en el valle y los campos de la sierra de Izki en verano. Son los herederos de aquellos que, en el siglo XII levantaron uno de los monumentos más hermosos del románico alavés, la ermita de San Juan. Si la diosa Epona recuerda a aquellos habitantes todavía sin convertir a la última verdad, la ermita de San Juan representa el trabajo por crear un templo sin estridencias ni confusos simbolismos, puro romántico en fin. Uno de los más genuinos de Álava, como recuerda la historiadora Micaela Portilla.

Los devotos que acudían a San Juan ya pagaban sus impuestos correspondientes al Monasterio de San Millán, centro eclesiástico de la zona, cuya documentación recoge información de este lugar desde el siglo XIII. Con el paso de los siglos, el pueblo afianzó su peso en la comarca hasta llegar a su esplendor en la primera mitad del XVIII. De esos momentos, datan los principales edificios del pueblo, como los de Samaniego, el antiguo Ayuntamiento o el de las familias Álava-Esquivel y Gauna.

Siguiendo la ruta de los caballos salvajes que suben a la sierra en verano, se puede llegar desde Marquínez al Parque Natural de Izki, excelente complemento después de todas estas referencias históricas. En su mayor parte, se trata de un área forestal y, en su interior, se encuentra uno de los bosques de roble marojo de mayor extensión de Europa. Asentado sobre los terrenos arenosos que conforman la cuenca del río Izki, en este robledal habitan grandes mamíferos como el jabalí, el corzo o el gato montés.

Cuidadosamente señalado, como corresponde, el parque se puede cruzar sin problemas por sendas y caminos bien delimitados. Eso sí, es imprescindible el disfrutar con la configuración de esta gran hondonada, rodeada por los montes de La Muela, Soila y Arlucea, que le dan al valle apariencia de anfiteatro. En estos montes, dada la nueva orografía, vuelve a cambiar el paisaje, aquel que comenzaba con los trigales de Albaina al comienzo del recorrido. Pero también en ellos está la diosa Epona cuidando de las manadas de caballos.

Datos prácticos

Cómo llegar: Markinez es una de esas localidades de la Montaña alavesa que se encuentra más que vinculada con el condado de Treviño, hasta compartir tanto tradición artística y religiosa, como otros aspectos más pedestres como la carretera local que cruza todo el condado y que se coge en la localidad de Ventas de Armentia, después de salir de Vitoria por la A-2124. Desde Bilbao, es posible llegar por la A-8 hasta la salida de Subijana y Pobes. En esta última localidad se puede tomar la carretera que se adentra en Treviño y concluye en Markinez. Alojamiento: En la misma localidad se puede acudir al establecimiento de agroturismo Basabide Etxea (tel. 945 379048). Los más cercanos se encuentran en Urturi, Los Artilleros (tel. 945 378174) y Aitonaren Etxea (tel. 945 378147). Ya en Maeztu se puede acudir al hotel rural Los Roturos (tel. 945 410250), mientras que el Golf de Urturi ofrece un hotel de dos estrellas, el Borja (tel. 945 378232). Comer: Además de los establecimientos citados, hay buenos restaurantes en toda la comarca de la Montaña Alavesa, como el Izki de Maeztu (tel. 945 410388); Candi (tel. 945 378039) o Arrieta (tel. 945 378005) en Bernedo; el Casino en Santa Cruz de Campezo (tel. 945 405420); o el Garimotxea en Urturi (tel. 945 378121).

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