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Entrevista:Santiago Carrillo | Ex secretario general del PCE | Miradas sobre Euskadi

"Es triste que el heredero del PCE-EPK sea Ezker Batua"

La relación de Santiago Carrillo con el País Vasco se inició hace más de setenta años, cuando el joven dirigente de las Juventudes Socialistas se traslada a Bilbao, por primera vez, para participar en un tenso mitin en la capital vizcaína. Desde entonces, el que se convertiría más tarde en el secretario general del PCE durante 22 años, y en uno de los históricos dirigentes comunistas, ha mantenido estrechos contactos con políticos y organizaciones vascas, incluida ETA. Bien en sus largos años de exilio con el Gobierno vasco de José Antonio Aguirre, y dirigentes del PNV, como con militantes del Partido Comunista de Euskadi (PCE-EPK), o bien en sus años de la transición, durante los cuales tuvo una participación activa en la elaboración de la Carta Magna de 1978, Carrillo cuidó esa relación fluida con los vascos.

"Siempre mantuve excelentes relaciones con el 'lehendakari' Aguirre"
"Creo que Ibarretxe es una buena persona. Pero corto de entendimiento político y testarudo"
"El PCE intentó montar en 1945 una guerrilla en Euskadi, pero no tuvimos ningún éxito"
"Ramón Ormazabal era tosco y muy duro, como la mayoría de los comunistas vascos"
"Congenié bastante con Arzalluz. Lamento haber perdido el contacto"
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"Los primeros contactos entre el PCE y ETA se dieron a raíz del Proceso de Burgos"
Carrillo estuvo como soldado en el frente de Villarreal: "No fui muy buen centinela", dice
"A la tregua de ETA habría que haber respondido con hechos concretos"
"En Euskadi no hay más solución en este momento que el pacto entre el PNV y el PSE"
"Los vascos tienen un carácter especial; la relación personal está por encima de la ideología"
"Madrazo y sus muchachos no tienen ideología, sólo aspiran a los cargos públicos"
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Hoy, a sus 93 años, y fuera de las justas políticas parlamentarias y de partido, rememora todos esos años con evidente humor, indulgencia y a veces aprecio hacía los líderes políticos vascos. EL PAÍS inicia con él una serie de encuentros mensuales con veteranos líderes políticos como Manuel Fraga, Gregorio Peces Barba, Felipe González, Manuel Chaves, Jordi Pujol, Miguel Herrero de Miñón o Alfonso Guerra, en las que repasarán sus vivencias y relaciones con Euskadi.

España, se arranca Carrillo, era el primer país donde jóvenes socialistas y comunistas se unían en una sola agrupación, las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), y la publicación del acuerdo había suscitado enorme entusiasmo entre los trabajadores de muchas zonas del país. "Para informar de aquel pacto, que consideramos como histórico, me trasladé en marzo de 1936 a Bilbao y junto a dirigentes socialistas y comunistas de la juventud vasca, organizamos un mitin que rápidamente fue reventado de forma contundente y pistola en mano por jóvenes prietistas, dirigidos por Luis Lascurain. No hubo forma de impedirlo. Estábamos en el periodo de máxima tensión entre partidarios de Indalecio Prieto y partidarios de Largo Caballero. Muchas veces la política se hacía a tiro limpio. Sin embargo, y después del incidente de la mañana de aquel domingo, una osada y tensa visita al Círculo Socialista, y la posterior charla con Santiago Aznar y Fulgencio Mateos, permitió un sensato desenlace. Se impuso el buen sentido, no hubo tiros, se pactó una posterior reunión y nos fuimos a Santurce a comer sardinas en el muelle".

Según confiesa hoy, seis décadas más tarde, esa movida jornada se convirtió en su primera experiencia en estas tierras, su "bautismo vasco". Una relación con Euskadi que pocas semanas después iba a reanudarse el estallido de la Guerra Civil. El 17 de julio estaba en París y se entera de la sublevación militar en tierras africanas. Ese mismo día Carrillo, Pepe Lain y Trifón Medrano deciden coger el tren en dirección a Irún, con intención estar cuanto antes en Madrid.

"Al llegar a San Sebastián aquel 18 de julio no teníamos ni idea del alcance del golpe militar. Conseguimos un coche y nos lanzamos a la empresa de atravesar Castilla hasta la capital. No éramos conscientes del peligro, y los fachas estuvieron a punto de cogernos más de una vez. Tuvimos que desistir, y regresamos al País Vasco con la idea de quedarnos unos días". Se entrevistaron con Juan Astigarrabia, el secretario general del PCE de Euskadi. Muy enfrentado al Comité Central del partido, el futuro consejero del Gobierno vasco no les recibe con mucha simpatía y les informa que el frente necesita refuerzos, tras un duro bombardeo sufrido por la localidad de Ochandiano por parte de aviones de los alzados procedentes de Vitoria. Esa misma tarde un coche les traslada a la zona, y de allí a los montes de Ubidea, para incorporarse al batallón de Fulgencio Mateos, cuyo ayudante era el joven Lascurain, el reventador del mitin, con quien Carrillo mantendrá desde entonces una excelente relación.

Esa experiencia militar de Carrillo no fue ni muy gloriosa ni muy excitante. "La vida en aquel frente, durante las semanas en que permanecimos allí, fue más bien monótona. Subíamos al amanecer a las trincheras de Ubidea y al anochecer descendíamos a algún caserío o barracón. Como en África, no se combatía de noche. Y como no había hecho la mili, era un simple soldado raso. Lo peor eran las guardias, y hoy puedo confesar que tampoco fui muy buen centinela. Al ser miope llevaba gafas y las numerosas noches de lluvia se convertían en una tortura. No veía ni oía nada, porque además, con el ruido del viento y de las hojas de los árboles, era imposible discernir el acercamiento de cualquier patrulla enemiga. Sin embargo, al final aprendí a dormir de pie. Fue un mes relativamente tranquilo, si descartamos algunos ataques de aviación que causaron pocas bajas".

Pasado este corto periodo de prueba, Fulgencio Mateos comunicó a Carrillo y sus dos compañeros que se habían recibido instrucciones de Madrid pidiendo su traslado a la capital. El futuro secretario general del PCE tardará cuatro décadas en volver a Euskadi. Sin embargo, durante los terribles años de la Guerra Civil y de la contienda mundial, continuará, aunque a veces de forma esporádica, manteniendo contactos tanto con sus camaradas comunistas vascos como con el Gobierno vasco en el exilio. De ese largo paréntesis, alimentado por una intensa actividad internacional, recuerda con especial emoción aquel almuerzo de mayo de 1945, en un restaurante de París, con el que celebró el final de la II Guerra Mundial junto al honorable Josep Tarradellas, Pasionaria, el lehendakari José Antonio Aguirre y un representante del PNV. "Era la época en la que todavía manteníamos a Leandro Carro como consejero en el Gobierno vasco. Personalmente, siempre tuve unas excelentes relaciones con Aguirre, aunque con Leizaola nunca llegué a simpatizar", apunta.

Meses después, Carrillo es nombrado miembro del Gobierno Republicano en el exilio de José Giral y amplía esos contactos con el representante del PNV, Manuel Irujo, con el que compartió muchas iniciativas y alguna que otra merienda en casa del político navarro y ex ministro de Justicia de la República. "Era un hombre formidable".

Sin embargo, esas buenas relaciones se verán algo enturbiadas con la ruptura entre los partidos republicanos del exilio y a raíz de la salida del PC de Euskadi del Gobierno vasco, durante el verano de 1948, después del Pacto de Bayona. "La expulsión de Leandro Carro del Ejecutivo vasco es debida a la política aliada de echar a los comunistas de los gobiernos europeos, como ocurre en Bélgica. Pero también a la contundente petición del PSOE, en la que este partido reafirmaba su incompatibilidad con los comunistas, mientras el PNV la justificaba con consideraciones de "eficacia política". Pese a ello, Carrillo nunca romperá las relaciones con el PNV. "En todo ese periodo el contacto nunca llega a perderse, y cuando nos encontramos en Paris, el trato es amistoso. Los vascos tienen un carácter especial y la relación personal y de amistad está por encima de los partidos y de las ideologías. Eso lo comprobé, sobre todo, en esa época".

Esas relaciones a nivel personal con el PNV no impedían el trabajo de Carrillo con su partido en Euskadi o con los dirigentes vascos del PCE. En primer lugar, con Dolores Ibarruri, porque permanecen juntos en París hasta agosto de 1948, cuando Pasionaria cae enferma y se traslada a Moscú, en donde residirá hasta su regreso a España en 1977; pero también con Vicente Uribe, o con Ramón Ormazabal, futuro líder en Euskadi. "Ramón era muy tosco y muy duro, como la mayoría de esos comunistas vascos".

Después de un largo periplo por Argentina, Cuba, México, Marruecos y Argelia, Carrillo regresa a Francia y con Ormazabal intenta reestructurar algo del aparato comunista en Euskadi. Un embrión muy débil, víctima de numerosas detenciones debidas al paso de frontera de algunos comandos. "Incluso intentamos montar una guerrilla en Euskadi después del fracaso de la expedición del Valle de Arán. No tuvimos ningún éxito. La situación no estaba madura, aunque intentamos instalarnos en la zona de Rentería. Pero la población no estaba por la labor".

La brutal represión quebró toda posibilidad de asentamiento serio de una guerrilla y en 1948 la acción armada era arrinconada definitivamente en Euskadi por la dirección del PCE. La realidad impuso una nueva estrategia en la que Carrillo participó muy activamente. Se trataba de integrar a esa gente en los comités políticos e infiltrarse, en el más puro estilo leninista, en las organizaciones de legales en el franquismo.

Desde 1944, Santiago Carrillo reside en Francia, donde tiene su base. Durante un largo periodo vive clandestinamente, cuando el Gobierno galo ilegaliza al PCE. La década de los 50 causa un trauma enorme en las filas del Gobierno vasco en el exilio y el PNV, que ven cómo EE UU les deja en la cuneta y prefieren preservar sus intereses con Franco. "Aguirre estaba hundido y sufrió mucho por esa traición". Es también el inicio de un embrión llamado ETA y de la llegada a París de los primeros refugiados de una organización a la que nadie anticipaba un futuro tan macabro. "Nuestros primeros contactos serios [con ETA] se producen a raíz del Juicio de Burgos, en 1970. Movilizamos a toda nuestra gente y el clamor antifranquista se percibe en todas las capitales del mundo para protestar contra las condenas a muerte. Pero no éramos partidarios de la lucha armada, por considerarla ineficaz, y creíamos, sin embargo, en la posibilidad de una fusión de los comunistas vascos con gente de ETA, que permitiese crear en Euskadi una organización parecida al PSUC de Cataluña. Tuvimos muchas discusiones y, más tarde, un grupo importante de ex etarras, los llamados minos, terminó integrándose en el PCE-EPK, entre ellos Roberto Lertxundi. Era gente muy maja, y con mucho entusiasmo. Nuestra relación con ETA la concretábamos a través de un camarada vasco exiliado, Manolo Escobedo, y duró algún tiempo".

Hace unos meses, treinta años después, Carrillo pensó como mucha gente que la última tregua de ETA podía conducir a una posible solución del drama vasco, y que era necesario apoyar la iniciativa del Gobierno de establecer un diálogo con la organización terrorista. A pesar de anteriores experiencias fallidas, el ex secretario general del PCE está hoy convencido de que esa nueva oportunidad había que aprovecharla, pero que no se hizo adecuadamente. "A la tregua de ETA habría que haber respondido con hechos concretos, como el freno a la acción policial por parte del Gobierno para ayudar a los que dentro de ETA querían la paz, y trabajar el colectivo de presos y su entorno familiar, así como ofrecer la recolocación de los clandestinos etarras para que puedan reintegrase en la vida legal, aunque eso costase dinero. Programarlo con mucha discreción, haciendo ver a los presos que la única manera de salir de la cárcel es la paz. [El ministro de Interior de UCD que negoció la disolución de ETA p-m, Juan José] Rosón lo hizo y sabía de eso".

Reconoce que en este momento la situación está bloqueada por la ruptura de la tregua por parte de ETA y la nueva escalada de atentados. No obstante, también percibe que la organización está más débil y en proceso de degeneración evidente, pero que aún puede durar mucho tiempo. Él siempre estuvo en contra de la Ley de Partidos y considera un error la ilegalización de Batasuna, porque cree que hay que mantener la posibilidad de diálogo con los legales.

Sus críticas también se dirigen hacía el PNV, del que afirma que no ha hecho todo lo que podía y se ha escorado hacia un peligroso soberanismo, que Josu Jon Imaz intentó corregir volviendo al pragmatismo de los históricos dirigentes que él conoció. "Tenía mucha simpatía por Arzalluz, al que conocí durante las Cortes Constituyentes, y congeniamos bastante. En esa época nos intercambiábamos puros por champán. Ahora hace tiempo que no nos hablamos, pero creo que ha involucionado, lamentablemente".

Pese a su decepción por ese giro, Carrillo sigue considerando al ex líder peneuvista un político inteligente y honrado. "Es una de las relaciones que lamento haber perdido. Le tenía estima, y le tocó lidiar con otros dos nacionalistas, estos españoles, como el jacobino Alfonso Guerra y José María Aznar, el de 'España se rompe". En su opinión, la radicalización de un sector importante del PNV y del lehendakari Ibarretxe rompe con la idea del Frente Autonómico, que pusieron en pie Juan Ajuriaguerra y Ramón Rubial, y la salida de Imaz incrementa la lucha por la hegemonía entre el partido y el lehendakari. "Para mí, y creo que para mucha gente, en Euskadi no hay más solución que el pacto entre el PSE y el PNV en este momento".

En 2004, y en plena campaña electoral, Carrillo hizo el papel de intermediario entre Ibarretxe y el entonces candidato socialista, José Luis Rodríguez Zapatero. En una conversación con el lehendakari en Vitoria, éste le comentó que estaba dispuesto a firmar con el futuro presidente una declaración a favor de la unidad del Estado español y le pidió que se lo trasladara al líder socialista. Carrillo vuelve a Madrid y Zapatero le comunica su acuerdo, y promete mandar a Ajuria Enea a un cocinero para preparar la fórmula. "Pero ahí se cruzó [Alfredo Pérez] Rubalcaba y se paró el asunto. Me dejaron en una posición ingrata frente a Ibarretxe". Con sonrisa pícara, el viejo comunista afirma hoy que al lehendakari le mira con aprecio. "Es curioso, le tengo cierta ternura, y nos queremos. Creo que es una buena persona, pero corto de entendimiento político, y más testarudo que una mula".

Respecto a su viejo partido y a los restos del PCE-EPK en Euskadi, se muestra "apenado" por su inexistente presencia en la sociedad vasca. "Es triste que el heredero del PCE sea IU, y en este caso EB, que no tiene nada que ver con lo que fuimos, con nuestros aciertos y nuestros errores. Madrazo y sus muchachos no tienen ideología, sólo aspiran a tener cargos públicos, sin ningún debate ideológico y estratégico de izquierdas. ¿Dónde están los viejos camaradas como Tueros o Latierro? A algunos los apartaron, y otros se han ido hacia la derecha, coincidiendo objetivamente en la práctica con el PP, o trabajando para la FAES. Y eso también ha provocado crisis personales e ideológicas".

Santiago Carrillo, en la biblioteca de su casa.
Santiago Carrillo, en la biblioteca de su casa.CLAUDIO ÁLVAREZ

Santiago Carrillo

Nacido en el seno de una familia obrera, Santiago Carrillo, (Gijón, 1915) comenzó a militar

a los 14 años en la Juventud Socialista. Trabaja de periodista en la redacción de

El Socialista

y desempeña un papel importante en las JSU durante la Guerra Civil, que finaliza como miembro de la Junta de Defensa en Madrid. En 1939 inicia su largo exilo y es nombrado ministro del Gobierno republicano de José Giral. En 1960, el VI Congreso del PCE lo elige secretario general, cargo que ocupa hasta finales de 1982. Tras regresar en 1976 clandestinamente, consigue la legalización del PCE el Sábado Santo de 1977. Diputado en las Cortes Constituyentes y en las ordinarias de 1979 y 1982, tiene una activa participación en la elaboración de la Constitución. Hoy está considerado una figura histórica del movimiento comunista internacional, y una de los personas relevantes de la transición.

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