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Columna
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La venganza

Hace un par de semanas, estrené mi última película en el Festival de Cine de Gijón. No os alarméis, que esta no es una columna-autobombo ni un esfuerzo promocional para vender No controles. De lo que quiero hablar es de la rueda de prensa posterior al pase en Gijón. Lo cierto es que disfruto estando en una mesa rodeado de los actores y frente a un grupo de periodistas. Me divierto en las ruedas de prensa porque intento contagiar mi entusiasmo por la película a los presentes. El caso es que llegó la clásica pregunta de "futuros proyectos", y, como el ambiente era propicio a la chanza, me lancé a contar la idea que tenemos Diego, mi coguionista, y yo para una comedia acerca de ETA.

La premisa ya la detalló David Trueba en una de sus estupendas columnas en este periódico: un comando alquila un piso para cometer un atentado con tan mala suerte que les toca ser presidentes de comunidad. Más allá de la licencia administrativa que supone esto -los que arriendan un apartamento no pueden ser administradores de la finca, claro que no, pero el guión hará lo posible para posibilitar la trampa-, esa breve sinopsis eclipsó en los titulares del día siguiente el estreno de No controles.

Este enfoque de la información fue negativo por un lado, porque se hablaba mucho más de este argumento que de la peli que acababa de hacer. Pero también fue positivo, porque me sirvió para testar la reacción de la gente ante un proyecto así. En Internet hubo respuestas de todo tipo: desde el que me llamaba "zipayo" hasta que el que decía que si fuese una víctima del terrorismo se me quitarían las ganas de hacer bromas con el asunto. ¿Se puede hacer una comedia sobre ETA? Mi respuesta es depende. Depende de cómo sea la película, que de momento es sólo un par de líneas en la servilleta de papel de una cafetería. Me parece más interesante otra cuestión: ¿por qué hacerla?

Dicen que la creación es una venganza contra la realidad. Y esa es la razón por la que quiero hacer esta película. Quien vive en Euskadi asume como algo corriente la violencia, contempla cómo la política invade cada aspecto de la vida cotidiana, clasifica a sus paisanos dependiendo del periódico que leen, qué bar frecuentan o si al saludar dicen "buenos días" o "egun on". Eso es agotador.

Una manera de sacudirse el cansancio es reírse de la situación que nos atenaza. No reírse de las víctimas, ni de los actos de violencia ni nada por estilo, sino señalar las ridiculeces que contienen muchos aspectos de nuestro día a día. Bernardo Atxaga lo describía con absoluta precisión: "Si los vascos nos quitáramos el peso que llevamos encima, levitaríamos dos metros por el encima del suelo". Creo que ya va siendo hora de echarse, por lo menos, un aurresku.

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