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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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Deme 'Ahora'

Elvira Lindo

Nos parece que lo soez es cosa de hoy día. A eso probablemente haya contribuido la ficción, ya que cada vez que el artista, en literatura o cine, decide situar una acción en otras épocas, pone a los personajes en la engorrosa tarea de hablar como si tuvieran plena conciencia de que son personajes del pasado, y acaban estando prisioneros de una retórica acartonada y llevando unos trajes en los que el espectador espera ver, de un momento a otro, la etiqueta de Cornejo. Pero la vida siempre se conjuga en presente. Y los comentarios chuscos sobre los personajes públicos existieron siempre. Ahí está esa viñeta de la revista de extrema derecha Gracia y Justicia que en tiempos de la II República retrataba a Manuel Azaña agachándose para alcanzar una revista en un quiosco de prensa y diciendo: "Deme Ahora". El Ahora era un periódico. No sé cómo reaccionaría ante la ocurrencia ese político, al que Hugh Thomas define como tímido y con poco don para la sociabilidad, pero podemos imaginar que no le haría ninguna gracia porque el chiste era el reflejo del chisme que sus enemigos habían extendido. Para colmo, don Manuel se casó siendo mozo viejo y no tuvo hijos. Para qué más. Esa hosquedad que podía ser la simple consecuencia de un carácter retraído se convirtió en la prueba fehaciente de su homosexualidad. Y en aquellos años era la descalificación más hiriente para un hombre. Ahora (supuestamente) no, por eso no se entiende por qué se sigue echando mano con tanta frecuencia de asuntos de la vida íntima. Son cosas que no suelen contarse a las claras en las crónicas, pero andan rumiándose de boca en boca, y eso en España tiene una gran eficacia. Somos el país de los charlistas, el país en el que todo lo sabemos de buena tinta, lo hemos visto con estos ojos que se ha de tragar la tierra. País de grandes fabuladores que a gritos, en los restaurantes, poseídos por una gran verdad, aseguran tener constancia de infantas sordomudas, presidentes infieles, candidatos gays aferrados a su soltería, candidatos gays aferrados a su matrimonio, príncipes que no se casan y por qué será, historias del perrillo o del carrete protagonizadas por la bella dama, matrimonio secreto de una ministra y una locutora, cantantes o escritores que siempre están a punto de morirse, y un largo etcétera, como se decía antes. Unas historietas tienen alguna base real, otras están sólo animadas por la fantasía loca que genera la maldad; pero lo extraordinario es cómo ese tipo de enterados-de-la-vida quieren demostrarte que lo que dicen es cierto y te largan una documentación exhaustiva al estilo de Iker Jiménez y sus casetes con las pruebas de las psicofonías. Aquella revista que se mofaba de Azaña estaba, en realidad, adelantándose a este tiempo raro en el que, para las mentes muy conservadoras, las conductas alegres son reprobables, y para las mentes alegres existe no sólo el derecho, sino la obligación de destapar la vida privada de los personajes públicos, puesto que ni la vergüenza ni el pecado existen ya. Al final, el resultado es el mismo, unos y otros se convierten en acusadores. Lo que no acabo de pillar es por qué unos personajes se merecen respeto y silencio, y otros, no. Antes yo había manejado una teoría simple: al político conservador se le intentaba sacar los colores mostrando aspectos de su vida que entraban en contradicción con su moral pública. Pero ahora veo que la cosa es más complicada. Hace unos días leo una espléndida semblanza de Rodrigo Rato, el hombre misterioso, y el periodista pasa elegantemente por su vida privada sin ni tan siquiera dar el nombre de la mujer por la que el político abandonó su vida familiar; pero no hace tanto leo una entrevista con Núñez Feijoo, el presidente del PP gallego, en donde casi la primera pregunta que lanza el reportero al entrevistado es si es cierto que es homosexual, ¡como dice todo el mundo! Feijoo podía haber optado por la reacción Sarkozy, consistente en levantarse de la silla y preguntar por el imbécil que había negociado la entrevista (su jefe de prensa, claro); pero un político español no tendría escapatoria: si se levanta estaría confirmando aquello de lo que no quiere hablar. Yo, por principio, no suelo creer en lo que dice todo el mundo. "En España", dice la encuestada ideal en un informativo de Telemadrid, "siempre hay cosas de las que no se acaba nunca de conocer la verdad". Lo dice tras el fallo del 11-M. Pero lo que quiere decir esta anciana preclara, a la que tanto han calentado la cabeza durante tres años, es justamente lo contrario de lo que expresa: que sí que se sabe la verdad, que la justicia la oculta y que eso es algo ¡que sabe todo el mundo! El mundo de la encuestada es diminuto: se resume en lo que expulsa determinada emisora y en sus propios fantasmas.

Somos el país en el que todo lo sabemos de buena tinta, lo hemos visto con estos ojos que se ha de tragar la tierra
Unas historietas tienen alguna base real, otras están sólo animadas por la fantasía loca que genera la maldad

Para que todo el mundo sepa la verdad de una puñetera vez, se me ocurren, de cara a las elecciones, una serie de cuestiones de respuesta obligada: ¿es usted homosexual?, ¿es usted lesbiana?, ¿infiel, cumplidor/a?, ¿da o toma?, ¿es usted una máquina del sexo?, ¿es un truhán, es un señor? Las cosas claras. Porque Sarkozy tuvo gracia con su reacción iracunda, pero la verdad es que para las elecciones vendió una felicidad a la americana y luego el tío se ha despedido a la francesa.

Rodrigo Rato, "el hombre misterioso".
Rodrigo Rato, "el hombre misterioso".AFP

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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