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Crónica:LA CRÓNICA | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Kosovo, a la puerta

Soledad Gallego-Díaz

Kosovo y su declaración unilateral de independencia se van a convertir en las próximas semanas, y meses, en el principal quebradero de cabeza de la Unión Europea, y consecuentemente de España. Mañana, lunes, finaliza el plazo que dio la ONU para que kosovares y serbios llegaran a un acuerdo pactado de secesión. La troika (Estados Unidos, UE y Rusia) habrá informado ya al secretario general de Naciones Unidas de que el Plan A ha fracasado y que el acuerdo es totalmente imposible. Ban Ki Moon informará a su vez al Consejo de Seguridad el próximo día 19. A partir de ahí se dará por acabada la "vía reglamentaria" y ya todo será una carrera, más o menos controlada, hacia la declaración de independencia de un territorio que formalmente es parte de Serbia, en contra de la opinión de Serbia y sin el apoyo formal de la ONU.

A partir de este lunes empieza una carrera, más o menos controlada, hacia la independencia unilateral de Kosovo
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Si todo se desarrolla más o menos como está previsto, la Unión Europea "tomará nota" de la declaración de independencia que formule el Parlamento de Kosovo, probablemente a mediados de enero, y después cada país comunitario decidirá por su cuenta si reconoce o no al nuevo Estado. El plazo de cuatro meses que dio la ONU para que Belgrado y Prístina llegaran a un acuerdo no ha servido, como era de esperar, para eso, pero sí ha sido utilizado por la propia UE para intentar poner de acuerdo a sus socios y lograr que al menos no existan posturas radicalmente enfrentadas. Es casi seguro que 18 de los 27 miembros de la UE, con Alemania, Francia, el Reino Unido e Italia a la cabeza, reconocerán al nuevo Estado, mientras que Chipre, Eslovaquia, Rumania, Grecia, Hungría y otros países en los que se plantean problemas de minorías e independentismo se negarán a hacerlo.

En el caso español, los cuatro meses han servido para que el Gobierno siga declarándose contrario a esa independencia unilateral, pero también para que acepte no dificultar el reconocimiento que puedan hacer otros países de la UE ni interferir en sus relaciones con las instituciones europeas. Es decir, España, aun negando el derecho de Kosovo a declarar la independencia, aceptará la posición que adopte la mayoría dentro de la UE.

El último intento por parte de las autoridades de Kosovo de convencer a España para que le reconozca como nuevo Estado se produjo esta misma semana. El equipo que ha desarrollado las negociaciones multilaterales de estos meses, encabezado por Fatmir Sejdiu, visitó Madrid el miércoles pasado y se entrevistó con el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, para solicitar apoyo.

Según el servicio de noticias de la misión de Naciones Unidas en Kosovo, Sejdiu insistió en que era posible encontrar un acuerdo para unificar posiciones en la UE. "Creemos que no será posible conseguir un reconocimiento internacional completo, puesto que Rusia se niega, pero sí deseamos un completo respaldo de la UE", aseguró otro integrante del grupo, Veton Surroi.

El ministro español se limitó a recordar la posición oficial del Gobierno: no convalidar ninguna decisión unilateral que no cuente con el apoyo de una nueva resolución de Naciones Unidas. La exigencia de respeto a la ley internacional se ha convertido en uno de los principales ejes y señas de identidad de la política exterior española, y la declaración de independencia de Kosovo plantea muchas dificultades, precisamente desde el punto de vista del derecho internacional, tal y como mantienen Serbia y Rusia, su principal aliado. A nadie se le oculta además que, aunque las autoridades españolas insisten una y otra vez en que el caso de Kosovo no tiene nada que ver, ni histórica ni legalmente, con las ansias soberanistas que plantean los partidos nacionalistas de Cataluña y del País Vasco, es evidente que la independencia unilateral de Kosovo, aceptada por buena parte de la UE, reforzará los discursos independentistas catalán y vasco.

La esperada declaración de independencia suscita, por otra parte, una gran inquietud en toda Europa. Sobre todo, porque en Kosovo reside una minoría de unos 100.000 serbios. Cerca de la mitad vive en la región de Mitrovica, al norte del río Ibar, que ya ha sido escenario de incidentes violentos. "La OTAN está preparada para responder en caso de violencia en Kosovo", declaró en Washington esta misma semana el comandante supremo de la OTAN, el general norteamericano John Kredok. "Creo que habrá gente que quiera provocar desórdenes y tensiones", reconoció el militar, responsable último de la Kfor, la fuerza de la OTAN que desde 1999 controla la seguridad en Kosovo, de acuerdo con la resolución 1244 de Naciones Unidas, y de la que forman parte unos 600 efectivos españoles. (La gran pregunta es saber si España mantendrá esas tropas si se produce la independencia y si no existe una nueva resolución de la ONU).

Nadie descarta del todo un estallido de violencia posterior a la declaración de independencia que exija mayor envío de soldados. Ése sería el peor escenario posible para la UE. El segundo peor sería que los residentes de origen serbio que viven en Kosovo decidieran abandonar sus casas y sus pueblos y refugiarse en Serbia. Las cancillerías europeas, la española incluida, palidecen ante la imagen de caravanas de miles de personas huyendo de Kosovo y ante la idea de una limpieza étnica llevada a cabo bajo la "protección" de las propias fuerzas de la OTAN.

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