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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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Los años no perdonan

Elvira Lindo

Un negocio no es negocio si no te permite levantarte a las diez de la mañana. Eso decía Lara, el creador de Planeta. En lo que a mí respecta diré que mi aspiración en la vida era encontrar un oficio que me permitiera dormir la siesta. Yo podría morirme ahora mismo dado que he visto mi sueño realizado, pero ¿por qué morirme, pregunto, si cada tarde espero con ilusión renovada el momento de despanzurrarme en el sillón y, abrazada al mando a distancia como el bebé a su chupete, dejo que la mandíbula se me hinque en el pecho? Ya de pequeña apuntaba. Frente a esos niños inquietos que desde los tiempos de Atapuerca han dando el coñazo a sus padres a las cuatro de la tarde y lo seguirán dando hasta que los polos se derritan y a los seres humanos no nos quede otra que volver a ser anfibios, frente a esos jodíosporculo, yo fui una niña burguesa, consciente de que no hay felicidad como la de dormir con la panza llena. A estas alturas sé el tipo de sueño que provoca cada alimento. El sueño de los garbanzos, por ejemplo, es pesado, como el del lobo que se comió a los siete cabritillos. Pero el sueño por antonomasia es el que da el arroz. ¡Qué perfección narcótica! El arroz es el opio del pueblo. Yo recuerdo que antes, cuando Franco, la siesta se asumía como una obligación moral. Imagino que en la España de entonces habría gente que trabajaba a esas horas, pero yo sólo cuento lo que vi, y lo que vi eran unos parientes, los míos, que se retiraban a sus camas de barrotes dos horas por lo menos. Y debe ser cosa genética porque, como digo, mi vida gira actualmente alrededor de la siesta. Todo lo que la interrumpa, la llamada telefónica de un ser querido o esos mensajeros que vienen con un libro para destrozarnos la vida, saca de mí el Gremlin que llevo dentro. Hoy en día, echarse la siesta parece un acto vergonzoso. Ante el prestigio del dinamismo y el influjo de lo anglosajón, la siesta ha de vivirse en silencio, como las hemorroides. Por cierto, aquel mítico anuncio de la pomada antihemorroidal me parecía algo americano porque en España las conversaciones sobre temas marrones son muy populares y nadie mantiene sus asuntos con el señor Roca tan en secreto. En América todo lo escatológico es tabú. Hace poco leí en una revista neoyorquina un reportaje sobre una asociación para ciudadanos con colon irritable; una de las socias hablaba del alivio que había sentido al poder hablar de su problema con otras personas abiertamente. Me hizo gracia, aquí uno de nuestros temas estrellas es la colonoscopia. El que se la hace te la cuenta. Yo le dije a una amiga americana que vive en Madrid que, para completar su inmersión hispánica, se viera el anuncio que hace Carmen Sevilla sobre laxantes. Lo suelen emitir, además, a la hora de la siesta. Carmen, vestida de verde Ben-Hur, comparte confidencias con una amiga que está un poco estreñida. Carmen, todo bondad, le habla a la amiga de su propio tránsito intestinal, que al parecer ha vivido momentos perezosos. Carmen le recomienda un yogur mágico que, al menos, en lo que es el vientre de Carmen, ha hecho un trabajo magnífico; para que no quepan dudas, Carmen hace un gesto inconfundible con sus manos, como de barrido total, como de Carmen que se vacía de la propia Carmen. Mi amiga americana vio el anuncio y, roja como un tomate, me dijo con su acento de dama del sur: "Oh, Dios mío, ¿por qué Carmen tiene que contar eso?". Yo la tranquilicé diciéndole que, para un español, un amigo es ese ser al que se le pueden acabar contando problemas intestinales. En fin, que lo bueno de echarse la siesta en el sofá es que es la hora en que salen los mejores anuncios: el de Carmen y los de pegamento para dentaduras, que si los hiciera Carmen ya serían de traca. La cosa es que la siesta encamada, que en este mundo frenético está mal vista, se ha sustituido por la de cabezada y mando. Yo sospecho que a esas horas hay muchos escritores cabeceando. Es más, sé que un gran número de ellos están entregados a eso que Molina Foix ha denominado el culebrón de izquierdas, Amar en tiempos revueltos (ATR). Podría dar nombres pero no quiero perder amigos. A mí no me importa confesarlo: ATR es el complemento perfecto para el sueño de la tarde. Puedes dormirte un rato, un minuto, un siglo, que cuando despiertes en el universo ATR todo seguirá igual, porque en ATR el tiempo es más lento que el tiempo real y tienen un pobre bebé que se les está haciendo grande y dentro de nada tendrán que cambiarlo por uno más chico, como hacían con Babe, el cerdito valiente. Llegará el buen tiempo, las focas canadienses morirán a palos, a la niña de Rajoy le vendrá la regla y yo me iré a Nueva York, pero cuando vuelva, ATR seguirá en el mismo punto, aunque últimamente, con ese polvo tan anunciado de Hipólito y Dorita, ha subido la temperatura. Me encontré con la actriz Marta Fernández Muro (Doña Paquita) en la calle de Lagasca y le dije: "Marta, ¿no sería posible acelerar un poquito la acción?". Marta me dijo que es que así los abuelos se enteraban mejor. Es verdad, pensé, incluso a los escritores nos viene bien, porque aunque pongamos en la solapa de los libros la foto de hace veinte años, también nos estamos haciendo mayores. Los años no perdonan.

Para un español, un amigo es ese ser al que se le pueden acabar contando los problemas intestinales
Lo bueno de echarse la siesta en el sofá es que es la hora en que salen los mejores anuncios en televisión
La actriz Marta Fernández Muro interpretando a Enriqueta en una escena de <i>Amar en tiempos revueltos</i>.
La actriz Marta Fernández Muro interpretando a Enriqueta en una escena de Amar en tiempos revueltos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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