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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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La era de la inocencia

Josep Ramoneda

Nadie es culpable. Pasan los meses, la crisis económica va cubriendo etapas. Y nadie se siente responsable de lo que ha ocurrido. Y menos que nadie los banqueros, financieros y empresarios que la provocaron. Hasta hoy, sólo uno de los protagonistas, el estafador Madoff, está bajo arresto domiciliario. Y sólo uno de los presuntos reguladores, el ex presidente de la reserva federal Alan Greenspan, ha insinuado una cierta autocrítica. Los demás, todos miran a otra parte. En el colmo del cinismo ha llegado a decirse que la culpa era de los ciudadanos que se habían hipotecado por encima de sus posibilidades. Que también tienen su responsabilidad, sin duda, pero en cualquier caso serían el último eslabón, el menos exigible, de la larga cadena.

"Moriremos ahogados en un diluvio de inocencia", decía Günther Anders, después de Hiroshima. Cuando los responsables ni conocen ni reconocen los efectos de sus actos todo es posible: si no saben lo que hacen pueden hacer las peores cosas. Ésta es la triste lección que un sector de las élites del primer mundo ha dado en estos años delirantes. Y si nadie reconoce los errores es por una razón muy simple: banqueros y políticos, especialmente en Estados Unidos, han aunado esfuerzos en la construcción de este sistema sin responsables. Del mismo modo que se atacaba a Irak sin querer ni siquiera pensar los efectos del ataque, cantando victoria mucho antes de tiempo, se montaban delirantes pirámides y productos financieros sin querer pensar que llegaría el día en que no podrían responder de todo ello. Ha sido la era de la inocencia.

En este contexto, la elección de Obama, con un claro mensaje contra las maneras de hacer de las élites americanas, ha tenido mucho de reacción moral contra el obsceno espectáculo que la alianza de los delirios ideológicos neoconservadores y el dinero han producido. Pero tiene una gran significación política porque quiere decir simplemente que hay que devolverle el sentido a la política, es decir, que alguien debe defender el interés general.

Sin duda, hay tal cantidad de expectativas acumuladas en torno a Obama que es imposible que las pueda satisfacer. Pero Obama ya no es sólo el futuro presidente de EE UU, es el símbolo de una urgencia: el retorno de la política. ¿Qué quiere decir el retorno de la política? Simplemente revertir el control que las grandes corporaciones mantienen sobre los Estados y sus Gobiernos. Evitar que entremos definitivamente en Estados corporativos al estricto servicio de las grandes compañías y de los gremios más poderosos. Y quizás ya no estemos a tiempo.

Con la inteligencia y el cinismo que le caracterizan, Kissinger lo ha explicado de forma nítida: "Todo sistema económico -y esto es especialmente cierto en la economía de mercado- engendra ganadores y perdedores. Si las distancias entre estas dos categorías se hacen demasiado profundas, los perdedores se organizan políticamente e intentan refundar el sistema existente -dentro de cada país y entre ellos-. Éste constituirá el tema principal del año próximo". Y el primer obstáculo vendrá de una realidad nueva: el sistema económico es mundial pero el sistema político sigue fundado en las naciones y los Estados.

La política tiene que perder el miedo. Pero para ello tiene que recuperar la confianza perdida. La política sólo puede avanzar si la ciudadanía la sigue y para ello la ciudadanía ha de ver que se sabe hacia dónde se quiere ir y que hay cierta equidad en el trato. Por ejemplo, que los responsables de la crisis lo paguen. Lo que no puede ser es que en el puño de los banqueros estén todos los hilos de la trama. Ocurre ahora en España: en buena parte la suerte de Zapatero depende de algo tan simple como que los bancos hagan llegar pronto a las empresas y a los ciudadanos el dinero que están recibiendo para salvar la crisis financiera. A la gente le cuesta entender que se ayude a los bancos, pero se puede explicar y justificar. Pero lo que no se entiende es que este dinero público no llegue a los ciudadanos. Y lo que se entiende menos es que el Gobierno no les obligue.

En este contexto, Obama representa la última oportunidad de una política que garantice la supervivencia de las sociedades democráticas. Si esta oportunidad fracasa, los Estados serán cada vez más Estados corporativos, marcados por el oscurantismo y la desinformación; la democracia evolucionará hacia el totalitarismo de la indiferencia, en que nadie es responsable de nada y el miedo reduce cualquier idea de espacio público; y, de vez en cuando, la política generará brotes de populismo como expresión de su impotencia. -

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