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Columna
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La hombra

Juan Cruz

Todo se arregla mirando a Suecia.

España ha vivido recientemente una polémica inútil que será resuelta dentro de veinte años, o quizá un mes. La discusión sobre la hombría o la femineidad de las palabras -miembra, miembro, esas zarandajas- es algo muy español, un país de tantos artículos femeninos y masculinos. No es un país articulado, ni vertebrado, pero es un país lleno de artículos. Con lo bien que le sentaría a este país un buen neutro.

Me asomé al sueco esta semana, para orientarme un poco, y hallé la ayuda del traductor de Vargas Llosa y de García Márquez, Peter Landelius, que fue embajador en Argentina y diplomático en España. Me dijo: "En Suecia no hubiera pasado nada. Allí El Hombre, en genérico, es La Hombra". Människa. "Miembro es neutro, como debe ser. Pero el hombre es genérico, y es femenino. Y, fíjate, Muerte es masculino".

El hombre propiamente dicho se dice Man, como en inglés, y es masculino. Pero el hombre, ese representante abstracto del género humano, tenga miembro o esté desmembrado, o tenga su propio miembro, porque aquí han decidido que los únicos que tienen miembro son los hombres, se dice La Hombra.

A Bibiana Aído no le hubieran sacado por ahí los colores; los ingleses son indiferentes al género, o casi, y los suecos dicen La Hombra para referirse al hombre sin atributos, esa cara desdibujada que representa la humanidad propiamente dicha.

¿Se imaginan hace cuatro décadas que alguien dijera ministra entre nosotros? Pues no se decía ministra, porque no había de ese género, y casi no se decía Igualdad. De hecho, y esto me lo ha contado también Landelius, Ministro en sueco es neutro, como en inglés, Minister, vale tanto para un roto como un cosido, e Igualdad es neutro tanto para la igualdad de género como para la igualdad social, esa que figura en los recuerdos sentimentales de la Revolución Francesa.

Cuando me dijo Landelius que hombre es hombra, algo que a los cimientos del sexo español le pone los vellos como escarpias, me encontré con Víctor García de la Concha, el director de la Academia, y se lo dije. Se me quedó mirando, como si acabara de darle una idea. Pero no dijo nada. Entonces alguien de alrededor comentó, ante el pensativo líder de los académicos: "A ver si siguen diciendo Miembra y un día los académicos, dentro de veinte años, o un mes, se encuentran considerando que ese vocablo puede salir ya del infierno de las palabras que aún suenan mal".

A Bibiana no le darán los suecos el Nobel, pero le darían una palmadita de consuelo.

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