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OPINIÓN
Columna
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Cuanto peor, mejor

La llegada a tiempo de la invitación para que el presidente del Gobierno español pudiera acudir este fin de semana a Washington impidió a la oposición celebrar la jarana que estaba preparando con el objeto de festejar el portazo propinado a Zapatero en las narices. A veces, la política española parece una réplica de la malvada estampa de pasiones preadolescentes dominadas por la crueldad y la complacencia ante el mal ajeno novelada por William Golding en El señor de las moscas. Los deseos de que Zapatero se viese desairado en sus pretensiones eran tan fuertes, que hasta la capacidad de predicción de los más prestigiosos astrólogos de los medios de comunicación quedó embotada.

La tendencia a opinar sobre los reveses o los logros de la acción exterior del Gobierno desde el exclusivo punto de vista de las repercusiones sobre la política interior viene de muy lejos. Pese al compromiso atlantista de los populares y las imprevisibles consecuencias de un triunfo del no en el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN de marzo de 1986, la instrucción de abstenerse impartida a sus votantes por Alianza Popular -la marca del PP entre 1976 y 1989- mostró que los conservadores estaban alegremente dispuestos a sacrificar sus sacrosantos principios en el ámbito internacional, con tal de arrojar a los socialistas del poder y ocupar su puesto. En diciembre de 1992, el presidente González consiguió que la cumbre de Edimburgo del Consejo Europeo crease los fondos de cohesión, una figura que resultaría altamente beneficiosa para la economía española; la respuesta de Aznar, entonces jefe de la oposición, fue criticar a Felipe González ante 400 alcaldes y concejales del PP por haberse comportado "como un pedigüeño".

La muerte de dos soldados en Afganistán recuerda el alto riesgo del mantenimiento internacional de la paz

En cualquier caso, la estrategia del cuanto peor, mejor, a la que la oposición tiene tendencia a recurrir, debe marcarse límites infranqueables: los asesinatos perpetrados por las organizaciones terroristas y las muertes de soldados (cerca de 3.000) destinados a misiones de mantenimiento de la paz o humanitarias repartidas por el mundo. Aunque las reacciones ante la mortal emboscada tendida hace ocho días en Afganistán a dos militares españoles hayan respetado esas fronteras, tampoco faltan desgraciados precedentes.

Así, la bellaca conjetura según la cual la oposición se alegraría secretamente de las muertes de los soldados destinados a esas misiones por el daño hecho al Gobierno fue expresada el 5 de agosto de 2003 con escalofriante gelidez por Aznar a la salida de un despacho con el Rey en Palma de Mallorca: "Hay gente que lo único que espera es que tengamos la desgracia de ver a nuestros soldados que vuelven [de Irak] en féretro". Aunque ese miserable juicio de intenciones sobre los ruines sentimientos de sus adversarios políticos resultase inverificable, no es del todo improbable, en cambio, que el presidente Aznar estuviese proyectando entonces sobre la oposición su propia configuración emocional.

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