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Crónica:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

El príncipe de Nápoles

Enric González

Nápoles debe de ser la ciudad más aristocrática del mundo. Cosas de la historia. Cada vez que cambiaba la dinastía o la potencia dominante en el reino, y eso ocurría con frecuencia, los recién llegados ennoblecían a un montón de súbditos; esos títulos, luego, se compraban y se vendían libremente. La proliferación de supuestos aristócratas llegó a tal punto que el título de barón dejó de tener valor: ya lo era prácticamente todo el mundo.

Tiene su lógica, pues, que el hombre que simbolizó la ciudad, el napolitano más grande del siglo XX junto a Enrico Caruso, estuviera obsesionado por los títulos de nobleza. Nació con el nombre de Antonio Clemente, porque Clemente se apellidaba su madre, y fue un hijo ilegítimo en uno de los barrios más pobres, el de Sanità. De mayor se convirtió en otra cosa. Era, atención, Antonio Griffo Focas Flavio Dicas Commeno Porfirogenito Gagliardi De Curtis de Bizancio, alteza imperial, conde palatino, caballero del Sacro Romano Imperio, exarca de Rávena, duque de Macedonia y de Iliria, príncipe de Constantinopla, de Sicilia, de Tessaglia, de Ponte de Moldavia, de Dardania y del Peloponeso, conde de Chipre y de Epiro, y conde-duque de Drivasto y de Durazzo.

Antonio Clemente, 'Totó', famoso actor italiano de los años cuarenta, sentía una auténtica obsesión por los títulos nobiliarios

Todo eso, acompañado de los correspondientes escudos de armas, venía en sus tarjetas de visita. Para la gente, sin embargo, era sólo Totó, cómico de profesión.

Siempre sostuvo que era hijo natural del arruinado marqués Giuseppe de Curtis. Es posible, pero no es seguro. El caso es que nació en 1898 y el presunto padre le reconoció como hijo en 1928, cuando el niño tenía ya 30 años y podía pagarse un origen noble. Por si acaso, se compró también otro padre: en 1933, a cambio de una renta vitalicia, el marqués Francesco Gagliardi le adoptó y le cedió el uso de sus títulos.

En los años treinta, Totó era ya una celebridad del teatro romano. Su rostro imposible (resultado de un puñetazo), su físico de contorsionista y su talento para la improvisación le hacían único e inconfundible. A principios de la Segunda Guerra Mundial formó pareja artística con Anna Magnani, y luego, desde 1945, se convirtió en el actor más rentable y prolífico del cine italiano. Rodó en total 97 películas. Muchas de ellas, sin guión: era el propio Totó quien improvisaba. Todavía hoy no existe un italiano que no conozca el sketch de la carta dictada, o frases como "¿qué somos, hombres o cabos?", o canciones como Malafemmena (fue compositor y llegó a competir en San Remo), o poesías como A livella (era un buen escritor).

Su vida era un continuo ir y venir de mujeres. Hacia 1928 conoció a Liliana Castagnola, una mujer fatal que había arruinado las vidas de varios hombres y que decidió arruinar la suya por Totó: cuando éste, harto de escenas de celos, se largó sin avisar, Liliana se suicidó. El actor quedó apesadumbrado, pero tardó semanas en inaugurar otra relación con una joven florentina, Diana Bandini, de 16 años. Él tenía 33. Tuvieron una niña en 1933 y se casaron en 1935.

En 1952, ya divorciado y con 54 años, se unió a Franca Faldini, de 20. Totó explicó en una carta los motivos para no casarse, y dejó asomar la esquizofrenia de sus dos personalidades: "Tengo el sentido de la medida y el sentido del ridículo, Franca es mucho más joven que yo y no habría soportado los comentarios malignos del prójimo; el actor Totó debe hacer reír, pero el hombre Totó, o más bien el príncipe de Curtis, nunca. El príncipe de Curtis es, lo sabemos, una persona seria". Hacia esa época exigía a sus compañeros de rodaje que se dirigieran a él con el tratamiento de "alteza".

En los años sesenta fue perdiendo la vista hasta quedar casi ciego. Vivía como un aristócrata, en el barrio más caro de Roma, y mantenía un gran refugio para perros abandonados. Con excepción de los críticos, Italia entera le adoraba. Quiso cerrar su carrera, sin embargo, con un testamento cinematográfico digno de su nobleza. Se puso en manos de Pier Paolo Pasolini y, sin saber qué hacía, sin guión y sin ver nada a su alrededor, rodó Pajarracos y pajaritos, una extraña metáfora marxista que le reportó una Palma de Oro especial en Cannes (1966) y un premio al mejor actor. Esa película fue sólo un ensayo del cortometraje ¿Qué son las nubes?, la obra más poética, hermosa y duradera en la filmografía de Totó y de Pasolini.

Murió en 1967, aún con pleitos en marcha para acumular más títulos. El último, el de conde de Ferrazzano, se lo sacó en 1960 a la República de San Marino. A su entierro, el 17 de abril de 1967, acudieron más de 200.000 personas. Que volvieron a acudir, el 22 de mayo, al funeral organizado por Nasó e Cane, jefe camorrista del barrio de Sanità.

La semana pasada, alguien robó de su tumba el escudo heráldico. Era la peor ofensa que podía hacérsele a Totó. Por fortuna, ya ha sido recuperado.

Totó, en una escena de la película <i>Pajaritos y pajarracos</i>, de Pier Paolo Pasolini.
Totó, en una escena de la película Pajaritos y pajarracos, de Pier Paolo Pasolini.

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