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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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La refundación del capitalismo

Josep Ramoneda

El pasado miércoles escuché una breve disertación del premio Nobel J. M. Coetzee que podría sintetizarse en dos órdenes de preguntas. Primero: todos sabemos lo que habría que hacer para salvar el planeta, pero ¿estamos dispuestos y preparados para poner en práctica lo que la razón nos dice? Segundo: ¿qué obligaciones tenemos con las futuras generaciones? ¿Qué obligaciones tenemos con el planeta? O dicho de modo más filosófico: ¿quiénes somos nosotros?

La primera cuestión es la del doble lenguaje. La distancia entre lo que se dice -casi todos los gobernantes juran por la sostenibilidad en sus discursos- y lo que se hace -pocos países cumplen las normas que ellos mismos se han dado- es enorme. Pero Coetzee interpela también a los ciudadanos: ¿estamos de verdad dispuestos a hacer los sacrificios que la razón pide? Los gobiernos dicen, pero hacen poco; los ciudadanos exigen, pero, en su mayoría, ya se sienten cómodos ante la pasividad de sus gobiernos.

La segunda pregunta plantea la cuestión moral: ¿quiénes somos nosotros? Es decir, ¿hay un nosotros del que formamos parte que tengamos el deber de preservar? ¿Hasta dónde llega este deber? ¿Hasta qué punto debemos sacrificarnos por las generaciones futuras? Las dos preguntas de Coetzee tienen la ventaja de no dejar espacio a la demagogia. Simplemente son una invitación a reflexionar, sin trampas, sobre cuáles son nuestros deberes y hasta dónde alcanza la voluntad de cambio. Es la vía de respuesta tanto al ecologismo-espectáculo, que va camino de convertir esta preocupación en un negocio más de la sociedad de la imagen, como al negacionismo conservador, que vive toda propuesta de cambio equitativo como una amenaza.

La pregunta por el nosotros siempre es angustiante. En primer lugar, porque no se pasa nunca del yo al nosotros sin dejar por el camino algunos jirones de libertad. La experiencia moderna es, en este sentido, concluyente: la voluntad emancipatoria del individuo ha quedado demasiadas veces secuestrada por el nosotros totalitario. Y, sin embargo, la pregunta por el nosotros es ineludible en un momento en que se ciernen serias amenazas, incluso sobre la idea de una especie única: nosotros los hombres. No olvidemos que, aunque los derechos son individuales, siempre se han conquistado a través de luchas colectivas.

Estas reflexiones podrían parecer extemporáneas en un tiempo de crisis en el que prevalecen las urgencias. Sin embargo, nuestros líderes políticos, contaminados por las leyes mediáticas del campo televisivo, nos prometen todo tipo de refundaciones. Sin duda, entre ellos, destaca el presidente francés Nicolas Sarkozy, que lleva semanas anunciando la refundación del capitalismo, ante la indiferencia general. Algunos se preguntan si Sarkozy se ha convertido al socialismo. La respuesta es: no, simplemente es francés. Las refundaciones dan miedo porque, quizás por transferencia de lo teológico a lo político, los gobernantes tienen tendencia a reprimir más que a permitir; a limitar más que a potenciar; a enfatizar lo que no se puede hacer (prohibir) en vez de tratar de que se puedan hacer el máximo de cosas posibles, sin perjuicio del interés general. ¿Hay una respuesta a la pregunta sobre quién somos nosotros que permita pensar en aumentar la capacidad y la autonomía de los ciudadanos en vez de limitarla?

La crisis viene a confirmar que, durante esta larga transición que siguió a la caída del muro de Berlín, el poder económico ha sido el que ha ejercido la función normativa -y por tanto ha impuesto su moral y sus principios-, y el poder político se ha limitado a ir a remolque. La primera preocupación de nuestros gobernantes tendría que ser recuperar el maltrecho prestigio de las instituciones políticas, después de tantos años de descalificación de lo público, a la que han contribuido activamente. El dinero está globalizado, el poder político, no. Y así no hay quien regule sistema alguno. Refundar el capitalismo es un enunciado tan pretencioso como vacío. Por eso nadie lo ha tomado en serio. Sin embargo, lo que sí está en manos de los gobernantes es reconstruir la política: en un proceso paulatino de lo nacional a lo global. Porque si el casino global continúa, como en los últimos años, no sería extraño que, en el próximo fiasco, el modelo que se imponga sea el autoritario, y no para salvar a la Tierra, sino para salvar al sistema. Y, entonces, la pregunta por el nosotros perderá definitivamente el sentido. No es en vano que el modelo chino fascina tanto al dinero occidental.

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