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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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El silencio del PP

Soledad Gallego-Díaz

Quizá no se ha resaltado suficientemente lo increíble que resulta que vayan pasando las semanas, en la peor crisis económica mundial que se recuerda, sin que los dirigentes del Partido Popular (PP) hayan empleado ni media hora en analizar qué está pasando y en decir qué piensan del descalabro monumental de quienes fueron sus principales referentes ideológicos y aliados (Bush y, antes, Thatcher). La indiferencia del PP ante la destrucción de algunas de sus bases ideológicas es pasmosa. O bien cree que la crisis global va a pasar tan rápidamente como ha llegado y confía en poder unirse, en su momento, a esos defensores del viejo capitalismo que piensan que pueden convencer a los ciudadanos de que todo lo que ha ocurrido ha sido simplemente culpa de unos cuantos millonarios ladrones y estafadores, o bien está realmente muerto como organización política. Imposible que crea que los ciudadanos no se dan cuenta de ese silencio. Imposible que crea que puede mantenerse al margen del debate, como si el PP no fuera un partido político con ambición de gobernar, es decir, como si su primera obligación, la que justifica su existencia, no fuera, precisamente, el análisis de la realidad.

La indiferencia del PP ante la destrucción de algunas de sus bases ideológicas es pasmosa
Da la impresión de que el Gobierno español apuesta por los impulsores del nuevo capitalismo

Se crea lo que se crea el PP, las cosas están al rojo vivo y el debate es enorme. De momento, no están claras ni tan siquiera cuáles son las medidas más inmediatas que hay que seguir tomando para reducir los daños tanto como se pueda. Tampoco se han definido claramente, en ningún sitio, las prioridades en política económica. Y lo tercero, pero no menos importante, no se ha dado respuesta a la pregunta esencial: ¿se trata de definir un "nuevo capitalismo", de arreglar algunos problemas del viejo capitalismo o de pensar en un nuevo sistema, "un nuevo mundo", como algunos mencionaron en la reunión que organizó en enero pasado, en París, el presidente francés, Nicolas Sarkozy?

Tal y como están las cosas (se sugiere leer un reciente artículo del economista y premio Nobel Amartya Sen en The New York Review of Books, http://www.nybooks.com/articles/22490), parece que el debate se plantea cada vez más entre "quienes defienden que se está acusando demasiado al capitalismo" por problemas económicos de relativamente corto plazo, que, además, son atribuibles, en buena parte, a la mala conducta de determinados individuos y al fallo en el gobierno de algunas instituciones, y quienes creen que el viejo sistema tiene serios defectos que deben ser arreglados rápidamente con una aproximación alternativa. Es decir, mediante el nuevo capitalismo. Lo del nuevo mundo, la posibilidad de que aparezcan propuestas innovadoras, que organicen un sistema no monolítico, con nuevas instituciones y basado en valores sociales que se puedan defender éticamente, como le gustaría a Sen, parece que empieza a quedar bastante enterrado bajo la avalancha de profetas del nuevo capitalismo.

El segundo round entre la opción uno (se trata de mejorar las instituciones ya existentes) y la opción dos (hay fallos estructurales que exigen cambios mucho más profundos) se desarrollará en la Cumbre Internacional de Londres, prevista para el próximo 2 de abril. El primer encuentro, en Washington, el pasado mes de noviembre, tuvo un enfoque estrictamente financiero, destinado a "evitar lo peor". Ahora se quiere ir un poco más allá. Por supuesto, los líderes del llamado G-20, incluido el presidente del Gobierno español, a la vista del documento oficial enviado por La Moncloa, no tienen en la cabeza nada parecido a lo que piensa Sen (opción tres).

La reunión tiene un objetivo público, según los papeles distribuidos por sus organizadores. Se trata de que los dirigentes del G-20 "tomen las medidas necesarias para estabilizar los mercados; reformen el sistema financiero para reinstaurar la confianza, y vuelvan a encaminar la economía global hacia un crecimiento sostenible". La agenda oficial no permite saber cómo pretenden llegar a ese saludable punto ni hacia dónde se está inclinando la balanza. Da la impresión de que el Gobierno español, por ejemplo, apuesta por los impulsores del "nuevo capitalismo", y que sus propuestas se dirigen, a medio plazo, hacia la revisión y reforma del reparto de poder dentro de los organismos internacionales. Imposible saber qué piensa de todo esto el representante del capitalismo tradicional español, el Partido Popular, porque, enfrascado en su miserable pelea interna, permanece al margen de cualquiera de los importantes debates que se desarrollan en el mundo. -

solg@elpais.es

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