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Entrevista:"Quien deja su país para emigrar debe enorgullecerse, no avergonzarse" | ENTREVISTA

Anne Hidalgo

Jesús Ruiz Mantilla

La pequeña Ana era un lince con los estudios. Pero no olvida cómo una profesora, cuando tenía ocho o nueve años, les dijo a sus compañeras de colegio: "Vamos, niñas, no permitiréis que las españolas sean las primeras de la clase".

Entonces Francia no era un país exageradamente racista. Convivía con su lado oscuro oculto. Pero predominaba la apuesta por la integración. De hecho, aquella niña espabilada llegó lejos. Hizo oposiciones y se metió en política. Hoy es teniente de alcalde del Ayuntamiento de París y el más firme apoyo de Bertrand Delanoë, regidor de la capital francesa.

Pero Ana no olvida sus orígenes. Los que la hacen regresar al sur de España, a Antequera (Málaga), el pueblo de donde su padre salió dos veces. Ambas con billete de vuelta. La primera, con su abuelo, un republicano español que huyó de la guerra. La segunda, por motivos económicos. El trabajo en los astilleros de Cádiz no daba para mucho. Además había conocido en su primer exilio el sistema educativo laico y republicano francés. Muy diferente del de las monjas que le colgaron el cartel de hijo de rojo. No quería lo mismo para sus hijas. Así que ellas se criaron en Lyon y después Anne se trasladó a París, la ciudad de donde siempre quiso ser y que ahora, desde hace más de una década, ha ayudado a transformar con su trabajo municipal.

"Los emigrantes lo tienen mucho más difícil hoy que cuando llegué"
"Soy republicana, pero que no le corten la cabeza a Juan carlos, eh"

¿Anne o Ana? Los dos. Yo no escogí afrancesar mi nombre, lo hicieron en la escuela. Fuera de casa me llamaban Anne, sin consultarme, y así quedó en Francia. En casa, los amigos, los compañeros, me dicen Ana. Algunos me llaman Anne con todas las letras.

¿Y el apellido con acento en la o? Un poco lío, ¿no? Bueno, yo sé quién soy.

Es que la habrán puesto a elegir tantas veces, que si francesa, que si española. Pero uno se pregunta: ¿por qué hay que ser de ningún sitio? Por supuesto. Uno nace en un lugar y toma raíces donde la vida lo lleva. París para eso es una ciudad extraordinaria. Sacha Guitry decía: "Ser parisiense no es haber nacido en París, sino volver a nacer aquí".

Bonito. Yo me encuentro muy bien en esa definición.

Usted ¿cuándo volvió a nacer en París? Yo crecí en Lyon y llegué aquí con 24 años. Había terminado mi carrera de inspectora de trabajo y llegué a la región parisiense. Pero siempre soñé con vivir en París. Para mí era una ciudad mítica.

¿Para quién no lo es? Exacto, era lo que representaba la historia de Francia, la cultura. Cuando estudiaba, mis amigos me comentaban: ¡Deja ya de hablar de París! Cuando llegué, recuerdo que me dije: "¡Aquí estoy!". Era mi ciudad. Ya me considero antes que nada parisiense.

Más ahora, interviniendo directamente en su transformación. Llevo ya 10 años en el Ayuntamiento como vicealcaldesa. El cargo ha cambiado, ahora me ocupo de urbanismo y arquitectura. Recuerdo cuando no estaba metida en política y descubría París caminando, abriendo puertas, curioseando. La pasión por la ciudad la llevaba. Pero trabajar sobre sus transformaciones es un privilegio.

¿Y en qué ha cambiado desde que llegó? Creo que estamos dando desde el Ayuntamiento el papel activo que reclamaban los ciudadanos. Los parisienses eran reacios a la participación, poco conscientes de sus derechos y servicios. Era la plataforma política para conquistar el poder nacional.

Me suena eso. La ciudad se transformó, pero más por impulsos económicos que por decisiones políticas.

¿Así que hasta que no llegaron ustedes, no se movió...? No me lo creo. Había poca participación ciudadana. Apenas se tenían en cuenta las opiniones ajenas a la política. Llegamos con una voluntad de cambio de cultura política. Lo primero que establecimos fueron consejos de barrio, que no existían.

Pero eso habrá sido a lo largo de los años culpa de toda la clase política. Mitterrand utilizó la ciudad desde la presidencia como un símbolo de la 'grandeur...'. Eso pesa en su identidad. Cierto. Pero eso lo cambió con su actitud Bertrand Delanoë, el alcalde. Desde el poder nacional socialista se pensaba que nunca ganaríamos la alcaldía. Que era una ciudad de derechas y no cambiaría.

Me sigue sonando, veo a sus compañeros socialistas españoles con esa actitud en Madrid. Sí, es cuestión de intuiciones. Bertrand notó movimientos en las asociaciones, en líderes económicos y vecinales. Tenía que ver con un cambio sociológico también, un pálpito. En los distritos primero se ganaron 6 de 20. Un logro porque veníamos de 20 de 20. Así que empezó a trabajar sobre el lema "París se despierta". Siguió trabajando, poco a poco, desde la oposición, de manera nada visible y con comentarios condescendientes por parte de la prensa. Es poquita cosa, cómo se puede plantear ganar siendo lo que es...".

¿Lo que es? ¿En qué sentido? ¿Por su homosexualidad? No, eso no era ya un problema. Él lo dijo, nunca lo escondió, pensó que era mejor que lo conocieran desde el principio. Se referían más a su baja talla política al no ser ministro o no haber ostentado cargos importantes, lo veían más alguien de segunda fila. Incluso se postuló Jack Lang para el cargo en contra suyo y en primarias. Pero bueno, ganó y con ventaja. Ganamos con él.

O sea, que usted en sus comienzos políticos se montó a bordo del barco de un hipotético perdedor. Sí, sí. Pero yo pensaba que ganaría. Por fe y por intuición. Yo era una vecina con sus problemas normales, transporte, trabajo, vivienda.

Una ciudad ideal que también tiene su lado de infierno. Cierto. Puede serlo, aunque quería vivir en este infierno, más en aquella época, con hijos pequeños, guarderías, sin la ayuda de mis padres. Entonces vi que Bertrand hablaba de lo que nos afectaba a pequeña escala, mezclado con fuertes convicciones. Hablaba de cosas que yo vivía y de una modernidad a la que yo aspiraba. Pero además con una cultura política con la que yo me identificaba. Me apunté al carro en teoría de quien iba a perder, pero para ganar. Me ocurrió también con Jospin.

Bueno, es que él fue un gran primer ministro. Desde luego. Muy difícil encontrar esa talla ahora, con tan serias convicciones y con una cultura de relación con los ciudadanos que no maquille la verdad.

¿Incluso en su partido? Bueno, hay gente de ese nivel.

¿No lo dirá por Dominique Strauss-Kahn? Nadie podía pensar en algo tan horrible. Aunque debe ser probado. La batalla estaba preparada hace tiempo. Sabíamos que se le investigaba, incluso desde la derecha se había anunciado una catástrofe en ese sentido. Que él es un seductor lo conocíamos, pero entre ser eso y ser un agresor hay una gran diferencia. El destino lo ha definido todo de manera trágica. Ni te imaginabas que podía pasar algo así. Parece una broma.

Pero no lo es, en absoluto. No, se le acusa de delitos gravísimos. Solo esperamos que se esclarezcan los hechos.

Y mientras, ¿con quién nos quedamos? Todos entendíamos que si Dominique daba el paso, Martine Aubry no se presentaría. Yo me siento muy próxima a ella, política y culturalmente.

El caso es que en su partido andarán tensos antes de la batalla. Por cierto, mire que usted le dio caña a Ségolène Royal en su día. ¿Yo le di caña?

Mucha. No, no le di caña. Aquí se le dice lengua de madera a quienes no expresan lo que piensan. No creí que con ella fuéramos a ganar, pero, una vez designada, colaboré encantada en su campaña.

Antes tuvieron sus diferencias, serias. ¿Qué le molestaba? ¿Pensaba que, al contrario que Jospin, maquillaba las cosas?

Bueno, eso en parte, tampoco me parecía bien que a las mujeres socialistas, desde algunos sectores del partido, nos reprocharan el hecho de no apoyar a una mujer. Eso para mí no es una prueba de feminismo. ¿Por qué?

¿Cuál fue el origen de su enfrentamiento? Es un tema de cultura política. De Ségolène y de Sarkozy, lo mismo. Tendieron al populismo. Aquí lo llaman peoplelisation.

Mire que los franceses, tanto chovinismo para luego ser los reyes del anglicismo. Es difícil resistirse.

¡Se resiste! Bueno, estamos en una sociedad que desarrolla la comunicación política a velocidades muy grandes. Volviendo a esa práctica populista, los dos candidatos se vieron arrastrados a ello en una dinámica imparable. Sarkozy sacaba a su hijo en un vídeo diciéndole: Buena suerte, papá. Y Ségolène entró en ello abriendo puertas. Todas.

¿Cómo? Había temas que en su estrategia utilizó. La triangulación, por ejemplo, que no es más que un término aplicado al marketing. Pero ella lo incorporó a la política. Para vender un producto, la competencia utiliza las mismas propuestas del contrario y las hace suyas. Los dos hicieron eso. Uno, para parecer un poco más de izquierda, y ella, para hacer ver que se preocupaba de cosas ajenas a la izquierda. Lo que ocurrió es que a nosotros se nos notó más. No se centró el debate en temas sociales o económicos, sino en seguridad o emigración. Era difícil levantarse por la mañana, escuchar las propuestas y decirse: ¿cómo voy a defender yo esto?

De todas formas, tienen un sarao montado ahora entre ustedes. Después de Jospin...

¿El vacío? Había varias figuras. Más que vacío, se produjo un lleno. Jospin hizo una síntesis entre dos izquierdas. La clásica y la de Michel Rocard, más abierta. En el partido no se organizaron tanto los grupos en torno a las ideas como a las personas. La diferencia de idea política entre DSK, Aubry y François Hollande es muy ligerita. Había muchos para suceder, pero ninguno con el apoyo más claro. En el último congreso de 2008 fue un momento duro, crítico, difícil. Ganó Martine Aubry, aunque yo no la apoyaba, yo pertenecía al grupo de Bertrand Delanoë. No me convencía su estrategia. Una vez que ganó, me alegré. Mi marido es su director de gabinete.

Uy, qué lío. Sobre todo en casa. ¿Su marido apoyaba a Aubry, y usted, a Delanoë? Lo que sostenía Bertrand está más en consonancia con mi cultura política. Hemos sobrevivido, eh, sobre todo en la familia. Pero lo vivimos con pasión. Los socialistas franceses son complicados; cuando veo al resto, los de aquí son complicaditos.

Bueno, por España también tienen sus problemas. Pero menos. Ahora tenemos el partido en movimiento gracias al liderazgo de Aubry. Su proyecto ha conseguido unanimidad, incluso el mundo intelectual ha vuelto a colaborar con nosotros. Ella es el mejor camino. Pero no hay que fiarse de las encuestas; con respecto a nosotros siempre se equivocan, hasta cuando nos dan ganadores. Hay que tener cuidado, mucho cuidado.

Los temas de inmigración fueron utilizados con mucha habilidad en la última campaña de la derecha. Ustedes cayeron. Este país, con lo que es y con los principios que ha promovido herederos de la revolución, sigue teniendo ese lado oscuro. La sombra de Dreyfuss y Vichy. ¿Por qué? Es un país muy complejo. La gente tiene pasión por la política. No sabemos lo que es la despolitización. La historia ha tenido sus zonas oscuras. Hemos cortado la cabeza a los reyes.

Ya... Sí, bien, yo soy una republicana convencida, pero que no le corten la cabeza a Juan Carlos, eh.

Haberse librado, no digo que violentamente, de alguno de sus antepasados como Fernando VII no habría estado nada mal.

Cierto. Pero volviendo a Francia, este es un país cuya fuerza reside en la mezcla. La que le han dado sus inmigrantes en la historia, los que vinimos antes y los de ahora. Francia se formó con todas esas influencias y por eso hemos podido formular mensajes universales en la política y la filosofía.

Desde luego, eso es lo admirable. Pero debajo, cuidado, persisten los fantasmas. Y son fáciles de agitar por el populismo, además. Buscar la culpa fuera es lo más simple y lo que más tranquiliza, aunque nos resulte insoportable. Incluso los que proceden de una inmigración anterior y echan la culpa de los problemas a los que llegan ahora.

Usted vivió ambos exilios. El económico y el político. ¿Cómo se digiere eso? Bueno, antes que nada comprendiendo de dónde llegas porque eso es lo que te forma y te da identidad. Yo tengo una doble historia. La de mi abuelo paterno.

Condenado dos veces a muerte... Y que se salvó. Él era campesino en Antequera, republicano, socialista. Cuando cayeron los pueblos de Andalucía participó en los momentos de confusión y le identificaron como miembro de un grupo que mató a un señorito. Le avisaron y huyó. Salió con su familia; los hijos, entre ellos mi padre, vieron que lo mejor era irse con la retirada. Lograron salvarse. Llegaron a Andorra, mi abuelo trabajó una temporada por allí hasta la caída de Cataluña y luego salieron a Francia. Pasaron la frontera en tren y allí cayeron en un campo de refugiados que debía de estar en Villeneuve-sur-Lot. Mi padre estuvo en la escuela, lo que le marcó bastante, para bien. Mi abuelo no soportaba el exilio y escribió al alcalde de Antequera para que le asegurara que no le pasaría nada. Había trabajado para él. Le respondió que sí y que le protegería. Lo hizo, lo detuvieron y lo condenaron a muerte, pero no lo ejecutaron.

¿Ahí es donde se notó la protección? Seguramente. Pero eso dejó secuelas. Mi abuela y una hija murieron en el viaje de regreso y mi padre entró a un colegio de monjas donde no hacían más que recordarle que era hijo de rojos. Se convirtió en un rebelde y cuando pudo salió para Francia convencido de que nunca debían haber vuelto. Un hermano vivía en Lyon, yo tenía dos años y medio.

¿Qué recuerda? Pocas cosas, borrosas. Recuerdo un miedo latente. Luego lo he pensado. A su edad... Cuando yo cumplí la que ellos tenían al venir, me lo planteé: si yo tuviera que coger a los niños e irme de mi país, no sé qué habría hecho. Sin saber el idioma ni qué te vas a encontrar. Es un salto.

Pero constante y recurrente. Un salto que no para. Mire hoy. Por eso no entiendo ciertas actitudes, y mucho menos ciertas políticas. Las decisiones de Sarkozy de expulsar a familias con niños pequeños no la comprendo. Me he movilizado mucho contra eso. Hemos apadrinado niños sin papeles para protegerlos, aunque el Gobierno nos advirtió que era ilegal. Pero da lo mismo. Siempre les he dicho a esas familias que las decisiones que han tomado de salir de su país no son cuestiones voluntarias. Son decisiones muy valientes y arriesgadas que se hacen cuando al otro lado no encuentras salida. De eso deben enorgullecerse, no avergonzarse.

Quienes llegan hoy a Francia por los mismos motivos por los que se desplazó su familia hace años, ¿lo tienen más fácil? Muchísimo más difícil. Cuando nosotros llegamos, el país necesitaba mano de obra. Hoy hay un paro tremendo y condiciones de vida complicadas.

Más incluso para los niños. En mi época también había niños de todas partes: de Argelia, Marruecos, Rusia. Fue difícil para los maestros. Pero entonces se esmeraban más. Seguían muy de cerca caso por caso, niño por niño. La educación era una razón poderosa para venir. A mi hermana y a mí nos orientaron muy bien los profesores. Hoy es más difícil. Aunque hay profesores muy concienciados en que su labor es fundamental para sacar a los chicos adelante.

Qué triste, ¿no? Eso es constatar que vamos a peor. Es triste porque significa que no hemos prestado atención suficiente al modelo republicano de integración. Yo no sé si hoy, mi hermana y yo podríamos haber salido en las mismas condiciones de la escuela pública. Nosotros estábamos muy integrados. Y lo sé por comparación con otros países donde emigraron miembros de nuestra familia, como Alemania o Suiza. No teníamos la misma vida, en nada. Ellos iban a escuelas especiales para hijos de inmigrantes donde se guardaba el lazo con el país de origen, pero para que se fueran cuando ya no eran necesarios. Era más marginal. Nosotros estábamos integrados. Casi todos nos casamos con franceses mientras que ninguno de los otros se casó fuera de la comunidad de origen. Casi todos han vuelto.

Sus padres regresaron también. A otra España, obviamente. Sí, necesitaban volver para vivir en un país distinto al que dejaron. Un país libre, acabar su vida con felicidad, después de tantas penurias. Un premio. Lo merecían.

¿Por qué estas nuevas generaciones no se sienten tan francesas, según cuentan los medios? Porque han vivido el racismo de una manera mucho más dura. Nosotros lo vivimos. Algunos profesores supieron aconsejar a mis padres qué era lo mejor para nosotros, pero había otras que decían a las demás alumnas: no dejaréis que las españolas sean las primeras de la clase

Qué majas. Quién sabe. Puede que fuera una manera de alentarlas porque al final ustedes eran las primeras. No creo. A mí me gustaba estudiar, pero la primera era mi hermana. Hoy se vive más ese racismo cotidiano. Además influye el aspecto colonial, sobre todo con magrebíes, se les niega ser franceses.

Ahora se examina. Menudo ambiente. Ytanto. Se fomentan los guetos. Hay mucha gente que se siente francesa, pero se le niega el derecho básico a serlo. Las tensiones son graves. Cuando ocurren altercados o asesinatos, nos toca ir a los barrios a pedir calma, a fomentar la convivencia, pero luego llegan otros políticos y saltan: esos jóvenes que vienen de fuera. ¡No, hombre! ¡No vienen de fuera! ¡Han nacido aquí! Estábamos adelantando, resolviendo el problema, y hemos dado un paso atrás tremendo en los últimos cinco años con este Gobierno.

Pero a ese Gobierno le han apoyado unos electores a los que les convencen ciertas posiciones. Yo no creo que los franceses, en general, sean racistas.

Dios nos libre. Hay una gran solidaridad. Los niños que quería expulsar Sarkozy levantaron mucha solidaridad, incluso en las escuelas. Tenemos una red que funciona, aunque haya veces que te desalientan comentarios como el que me hizo una señora el otro día: "Señora Hidalgo, ya sabemos que a usted le viene bien que llegue gente de fuera para votarla, pero nosotros lo que queremos son franceses. Eso hoy se dice sin rubor en público. Es el lado oscuro. La derecha ha planteado sus campañas tremendas. A mí me han llegado a hacer algunas de este tipo. Preguntando: ¿es francesa? Complicado el género humano.

De la inspección al Ayuntamiento

Anne Hidalgo (San Fernando, Cádiz, 1959) entró en el Partido Socialista Francés en 1994 tras una carrera como inspectora de Trabajo. En el partido ha sido secretaria de cultura y medios, y en la Administración ha trabajado como asesora de Martine Aubry cuando esta desempeñaba la labor de ministra de Empleo y Solidaridad.

También asesoró a Nicole Péry y a Marylise Lebranchu en la Secretaría de Estado de la Mujer y en el Ministerio de Justicia entre 1997 y 2002. Ha desarrollado un trabajo intenso sobre las sectas en Francia y en 2010 recibió por orden del rey Juan Carlos la Gran Orden de Isabel la Católica que luce orgullosa en su despacho de la alcaldía parisiense. Actualmente es teniente de alcalde con Bertrand Delanoë. (En la foto, en un partido de fútbol en apoyo de Ingrid Betancourt, en París, en 2006).

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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