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LECTURAS COMPARTIDAS
Columna
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Antropología alienígena

Rosa Montero

Debo decir que lo que me hizo hociquear en La niña verde de Herbert Read (y luego ya sentarme a leer el libro de arriba abajo) fue el hecho de que se trata de la única novela escrita por este autor, celebérrimo filósofo anarquista y ensayista de arte del que leí, siendo muy joven, unos cuantos libros que me dejaron bisoja, como Anarquía y orden o Al diablo con la cultura... Hace casi cuarenta años de aquellas lecturas, me acuerdo de muy poco (aunque sin duda andarán por ahí abajo, hechas carne) y no sé si hoy se mantendría mi fascinación por ellas; pero entonces fueron fundamentales para mi formación. Y el caso es que ignoraba que Read (1893-1968) hubiera publicado ficción, de modo que este libro, recién reeditado en España, me llenó de curiosidad.

Read creó dos mundos felices que iban totalmente en contra de todas sus ideas y de toda su vida

Y curiosa es la novela, vive Dios. Este libro inclasificable está compuesto por dos historias en apariencia divergentes. Una es el relato, en primera persona, de cómo Oliver, un muchacho procedente de un pequeño pueblo británico, pasa por diversos avatares (que incluyen la cárcel) hasta terminar convertido, por un malentendido, en un agente revolucionario dentro de un pequeño país latinoamericano, luego en golpista contra la tiranía y, por último, en Olivero, presidente de ese país durante 25 años. Así contado parece la típica historia de aventuras vitales, una novela casi picaresca sobre un destino singular, y de hecho es cierto que esta parte del libro contiene las páginas más convencionales. Pero en cuanto llegamos a Roncador, que es el nombre del pequeño Estado hispano, el libro se convierte claramente en otra cosa: en una suerte de ensayo novelado sobre la construcción de una sociedad ideal. El paraíso en la Tierra. Esto es sin duda lo que deseaba contar Read; y lo hace tan bien que realmente parece que el narrador está haciendo un informe burocrático, una detallada exposición que resultaría tediosa si no fuera por la rareza de lo que describe. El mundo que construye en Roncador es muy distinto de cuanto conocemos, y al mismo tiempo perfectamente lógico. Eso es lo que resulta tan interesante.

Pero más rara y más hipnotizante es la segunda historia, que está narrada en tercera persona y que, de golpe y porrazo, se transmuta en un relato de género fantástico. Olivero, cansado de la política, finge su propia muerte y regresa a la aldea inglesa de la que salió, en donde, por cierto, años atrás habían aparecido un buen día dos niños medio traslúcidos y de color verdoso que fueron criados por una viuda. Cuando vuelve Olivero, sólo queda viva la niña, que ahora es una mujer adulta (y muy verde). Aquí también hay un cierto prólogo de aventuras y luego la novela entra en materia, a saber: la niña verde conduce a Oliver a través del lecho de un río a otra realidad, un mundo subterráneo habitado por un pueblo de seres verdosos. Y el resto del texto no es más que la descripción pormenorizada de esa realidad tremendamente alienígena, de una cultura que no tiene nada que ver con la nuestra, pero que mantiene una coherencia absoluta. Hay otros mundos, pero están en éste.

Lo más interesante del libro, en fin, es la formidable capacidad intelectual de Read para imaginar unas existencias alternativas que expone con finura estilística pero con cierta frialdad de antropólogo en Marte. En Roncador crea una sociedad nueva que respeta los límites de nuestro mundo; mientras que en las grutas de los seres verdes se permite fantasear más allá de los parámetros conocidos. Y lo más divertido es que la sociedad ideal de Roncador, que supuestamente es una comunidad más o menos ácrata, se asienta en la ignorancia de sus ciudadanos. Para ser felices, explica Olivero, las gentes del pueblo no deben ser educadas, no deben saber leer ni escribir: "Antes morir que destruir su paz (...) creando una sociedad de intelectuales", dice el narrador. En cuanto a los seres verdes, su mundo, hermoso y plácido, es una realidad estática que abomina del cambio, de la diferencia y, por consiguiente, del arte.

De manera que este finísimo intelectual que fue Herbert Read creó dos mundos felices que iban totalmente en contra de todas sus ideas y de toda su vida: del anarquismo, de la cultura, de la lectura y del arte. Y los creó con total seriedad, aunque la paradoja resulte desternillante; quién sabe, tal vez una parte de Read ansiara rozar esa suprema libertad que consiste en no ser quien uno es. No creo que este extraño libro fuera muy comprendido en su momento; la edición tiene un epílogo de 1948 del escritor contracultural Kenneth Rexroth que es uno de los textos más ridículos que he leído en mi vida. Declara, en tono muy pomposo, que no va a explicar "el sentido de la alegoría de Read", y el lector intuye que el hombre está patidifuso, que no ha entendido nada, esto es, que no ha entendido que no hay nada que entender; para protegerse de su desconcierto, en fin, se refugia en la pedantería, haciendo un epílogo tan pretencioso e inane que parece dar la razón a Olivero cuando dice que es preferible morir a crear una sociedad de intelectuales.

Pero si hablamos de autores capaces de inventar civilizaciones desconocidas, realidades ajenas pero redondas y verosímiles, tenemos que citar una obra maravillosa: El testimonio de Yarfoz, de Rafael Sánchez Ferlosio, que narra la historia del príncipe Nébride, del fabuloso pueblo de los Grágidos, que están separados por el río Barcial de sus vecinos y eternos enemigos, los Atánidas, con quienes mantienen desde tiempo inmemorial las guerras barcialeas. Esta hermosa novela fantástica, que para mí es lo mejor de Ferlosio aunque termina de sopetón (cuentan que el editor le arrancó casi a la fuerza un fragmento de una obra mucho más larga e inacabada), tiene todo el brío intelectual de Read, toda su capacidad de constructor de sociedades, pero además posee una grandeza épica incomparable. Escritores demiurgos, hacedores de mundos. -

La niña verde. Herbert Read. Traducción de Enrique Pezzoni. Duomo. Barcelona, 2010. 144 páginas, 15,50 euros. El testimonio de Yarfoz. Rafael Sánchez Ferlosio. Colección Áncora y Delfín, Destino, 2002. 336 páginas, 16,65 euros.

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