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Reportaje:PERSONAJE

Aritz camina sobre las aguas

Álvaro Corcuera

Con dos años robaba el paipo a sus vecinos de toldo en la playa de Zarautz (Guipúzcoa). A esa edad tan temprana, Aritz Aranburu (1985), hoy en la máxima élite del surf mundial, ya empezaba a demostrar que le gustaba dejarse llevar por las olas del Cantábrico. Cuando cumplió tres años, cuenta su madre, Karmele Azpiazu, le regalaron el mejor juguete posible: "Le compramos un paipo tan pequeñito que parecía casi un supositorio". Sólo así paró de cogerlo prestado. Verano tras verano, su infancia transcurría más en el agua que jugando a lo más típico, el fútbol playero, que no le interesaba. "Ya con siete años le veíamos una habilidad especial por ponerse de pie en el paipo. No había entonces prácticamente críos de la edad de Aritz que cogieran con gusto el tema del surf", recuerda Rafa Aranburu, su padre. A los siete años le llevó por primera vez a la escuela de surf de Zarautz, creada poco antes por Aitor Francesena, conocido como Gallo. "A los diez años empezó a meterse en el agua en invierno. Le compramos un traje de neopreno adecuado. A la mayoría de padres les parecía una locura, pero vimos que era lo que él deseaba y que lo agradecía muchísimo", subraya el padre. Obviamente, esas pequeñas decisiones de los padres marcaron el futuro de Aritz. Pero la labor de Gallo fue fundamental. Desde 1998 se convirtió en entrenador de Aranburu. "Él ha creído en mí. Ha entrenado conmigo durante mucho tiempo, cada día, muchas horas, desde hace muchos años", reconoce el surfista.

"Por suerte no ha habido momentos de flaqueza. Día a día ha ido ocurriendo lo que queríamos"
"Habiendo conseguido entrar en la élite mundial del surf, a Aritz no lo conoce nadie en España. Sabe que tiene que seguir abriendo camino"
"Sólo en la manera que tenía de mirar al mar se le veía diferente. Para empezar, tenía ganas e ilusión"

Así, cuando Aritz tenía 12 años, aconsejado por su entrenador y actuando como un equipo, se marcaron un objetivo superambicioso: llevar al surfista hasta la categoría más elevada del surf en el mundo, la WCT. Allí se congregan los 45 mejores hombres del planeta (antes eran 44). Se trata de una lista donde las banderas australianas y hawaianas son mayoría, un territorio casi vetado a los europeos. "Sólo en la manera que tenía de mirar de niño al mar se le veía que tenía algo diferente. Para empezar, muchas ganas e ilusión", asegura Gallo a mediados de agosto en la playa de Zarautz. En ese arenal de dos kilómetros y medio de largo, pero también en otros como los de Mundaka (Vizcaya) o Las Landas (Francia), Aritz empezó a observar a los mejores surfistas. "Cuando se hizo el campeonato del mundo de Pukas en Zarautz, me acuerdo que él era el primer chavalín sentado en las gradas con 11 y 12 años, esperando que empezasen los competidores", asegura Gallo.

Ese interés y esas ganas, combinadas con el esfuerzo durante años, son la única receta del éxito, cree el propio surfista. Según dice, hay profesionales que tienen, sobre todo, talento. Él opina que no lo derrocha tanto, y que ha sido el trabajo duro y constante el que le ha llevado, paso a paso, a la élite. Así, Aritz fue escalando posiciones, logrando pequeños objetivos.

Habla su entrenador: "Por suerte no ha habido momentos de flaqueza. Día a día, semana a semana, mes a mes, año a año, ha ido ocurriendo lo que queríamos". Así, Aritz fue ganando campeonatos primero locales, y luego fue dando pasos importantes, como el subcampeonato júnior europeo en 2004 y 2005 o el quinto puesto júnior mundial en los mismos años. En 2004, a los 18 años, se coló en el circuito profesional, en el WQS o la segunda división del surf (aunque previamente ya había participado en alguna prueba de esa categoría), un grupo de unos 300 surfistas que luchan cada año por quedar entre los 15 mejores y ascender de categoría.

En la casa de Aritz, la suya propia, un precioso chalé en Aginaga (Guipúzcoa), el surfista enseña quizá los dos trofeos de los que más orgullo siente. Salvo un gran retrato suyo en plan surfero, los dos galardones son lo único relacionado con su deporte que se ve a simple vista en su casa (aparte de unas 60 tablas que guarda en el garaje). Dice que no le gusta decorarla muy surfera. Los enseña: "Éste es el del campeonato que gané en mi playa [el Zarautz Pro WQS 3 estrellas], del circuito mundial, así que tengo superbuenos recuerdos". Fue en 2007. Supuso para él un importante hito, sentimentalmente hablando, ganar en casa, ya que Aritz sí es profeta en su tierra (los aficionados le paran constantemente para fotografiarse con él o pedirle autógrafos). "Y este otro [el Hangloose Pro WQS 5 estrellas] es el primer campeonato del circuito mundial que gané, en Brasil, de segunda división. Fue el que me dio acceso a la élite mundial", enseña feliz.

Así fue. El año 2007 fue redondo para Aritz. Campeón profesional de Europa, se convirtió en uno de los poquitos surfistas del continente que alcanzaban el sueño de competir en la WCT o primera división. Con él entraron otros dos europeos. Antes que ellos, sólo tres surfistas del Viejo Continente lo habían conseguido, desde que se fundara el campeonato mundial en 1976. Se cumplía, diez años después de soñarlo, el anhelo marcado por él mismo y su entrenador. Tras lograrlo, hay nuevos retos por delante. ¿A por el campeonato del mundo quizá? "Eso no lo voy a decir yo. Lo bonito es hablarlo entre nosotros, ponernos los objetivos que sean y luego sentirte orgulloso de lo que has conseguido. Prefiero no decir las cosas antes de tiempo", zanja Gallo. Para Aranburu, un tipo al que le pone "como una moto" la competición, tal y como asegura Christian Haro, uno de sus amigos, es seguramente la próxima meta en su mente: "Lo que hay que trabajar para lograr un mundial es desmesurado, una burrada. Pero también veía una burrada lo que tenía que hacer para llegar al Top45 y al final lo conseguí...".

Adur Letamendia es, como Christian, otro de los buenos amigos de Aritz de toda la vida. Con él lleva surfeando desde pequeñito y habla con pasión de su colega. Adur, cuyo padre es uno de los pioneros del surf vasco, también vive de las olas, pero de otra manera. Trabaja para la empresa familiar, Pukas, mítica dentro del mundillo. Recuerda los principios de su amigo: "De pequeño le llamaban Power Txiki. Era un renacuajo, pero tenía muchísima potencia. Hay gente que es más radical, que hace muchos aéreos, salta en el agua... El fuerte de Aritz siempre ha sido la velocidad y meterle unos giros de fuerza muy potentes", destaca. Pero como buen amigo, también incide en los fallos: "Tiene cojones que está destacando mucho en olas grandes y fallando en las pequeñas. Ahí está flaqueando y debe mejorar". Aritz asiente con la cabeza mientras ambos cenan en una sidrería.

"Este año", sigue Adur, "se juega el doble tras la lesión del año pasado. Tiene que apretar". En 2008, el primer año de Aritz en lo más alto, tuvo la mala suerte de lesionarse la rodilla y el tobillo. Cuando parecía curarse, tuvo un par de recaídas. Con la tontería, al final estuvo cuatro meses parado y otros tantos renqueante. "Perdí mogollón de campeonatos, en otros no estaba ni al 50%...", recuerda. Al final compitió en las tres últimas pruebas del mundial, y tras un noveno puesto en Hawai, la ASP o Asociación de Surfistas Profesionales le premió con una invitación para el siguiente año, a pesar de que en teoría debía haber bajado de categoría por la falta de resultados.

Cuando quedamos con Aritz, a mediados de agosto, el campeonato mundial 2009 se encontraba en su ecuador, con cinco pruebas disputadas y otras tantas pendientes. Hasta entonces había cosechado resultados algo discretos en cuatro de esos campeonatos. Pero en mayo, en el Billabong Pro Tahití, Aranburu rozó la final y empezó a mostrar destellos de que quizá, como ha ocurrido hasta ahora en su carrera, su futuro sólo pueda contemplarse como un ascenso hacia la mejora. Tan sólo en semifinales, el estadounidense Bobby Martínez (actualmente, el sexto del mundo) pudo con el zarauztarra. "Ha sido el mejor resultado de mi carrera deportiva", asegura. No sólo por alcanzar las semis, sino porque batió a Kelly Slater, nueve veces campeón del mundo, en una de las mangas: "Es mi ídolo, yo tenía sus pósteres en mi habitación", reconoce orgulloso.

Lo sucedido en su duelo tahitiano contra Slater representa el enorme salto que un chaval de Zarautz ha conseguido dar. Su deporte, minoritario, apenas se sigue en los medios de comunicación. Esto no lo ve bien su familia, que cree que el deportista merecería mucho más por tantos años de dedicación. Habla su madre: "Habiendo conseguido entrar en la élite mundial del surf, a Aritz no lo conoce nadie en España". Él, que pasa más de media vida dentro de aguas tan lejanas como Australia o Hawai y que tuvo que dejar los estudios al acabar el bachillerato, dentro de poco surfeará cerquita de casa, en Mundaka, donde el mundial celebra, del 5 al 17 de octubre, la antepenúltima prueba del campeonato. Allí, quizá con más motivo, sacará a relucir su espíritu luchador y soñará con que un día el surf tenga el nivel mediático de deportes como el tenis. Para lograrlo, Aritz sabe y reconoce que no le queda más remedio que seguir abriendo camino. Y sueña cada día, paso a paso, que si un día se hace con el mundial, entonces este país, quizá sí, mire hacia el mar del mismo modo que ha ido mirando hacia otros escenarios donde los españoles han ido rompiendo barreras.

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Sobre la firma

Álvaro Corcuera
En EL PAÍS desde 2004. Hoy, jefe de sección de Deportes. Anteriormente en Última Hora, El País Semanal, Madrid y Cataluña. Licenciado en Periodismo por la Universitat Ramon Llull y Máster de Periodismo de la Escuela UAM / EL PAÍS, donde es profesor desde 2020. Dirigió 'The Resurrection Club', corto nominado al Premio Goya en 2017.

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