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Reportaje:

B. Una puerta abierta a la arquitectura del futuro

Anatxu Zabalbeascoa

Cartagena es la ciudad más metafísica de España". La opinión es de Juan Manuel Bonet. Y es el cruce entre naturaleza, historia y topografía lo que hace que el autor del Diccionario de las vanguardias vea en esa urbe de muelles, cuarteles y murallas algo que excede el propio lugar para convertirlo en enigma. La ciudad lleva años redefiniéndose, y ahora lo anuncia al mundo con un edificio que corona lustros de transformación urbana.

Su alcaldesa, la popular Pilar Barreiro, fue en 2008 el político más votado de cualquier jurisdicción española, y en 16 años al frente del Consistorio cartagenero ha visto cambiar su ciudad tanto como crecer su proyecto de transformación. Está convencida de que un turismo de calidad debe ser la principal industria de su ciudad, sobre todo ahora que los barcos han abandonado los astilleros de uno de los principales puertos de la Península. "Al final, Cartagena es el puerto", explica el arquitecto local Martín Lejárraga. "Eso es lo que hace que la ciudad sea la bomba y que cualquier proyecto instalado aquí tenga la responsabilidad de ser muy bueno". Es cierto que, bañando el foso y los pies de las murallas, el puerto llega hasta la puerta de la ciudad de una manera directa y monumental que recuerda a Nápoles. Huele a imperio. Y Lejárraga vive justo allí, frente al agua y junto a la muralla. Por eso ha visto crecer la obra de El Batel, El B, el revolucionario nuevo auditorio inaugurado en noviembre.

La ciudad ha sobrevivido a base de reinventarse. Lo lleva en su naturaleza
La mezcla entre industria y artesanía construye un escenario inesperado

Más allá de despertarse con sus vistas, Lejárraga conoce el edificio desde las primeras ecografías: formó parte del jurado que eligió la propuesta del estudio madrileño Selgascano para transformar el antiguo puerto militar. "Es muy difícil que un proyecto aquí salga mal", opina. A pesar de eso, la ubicación fue polémica. "Advertimos que el emplazamiento encarecería la obra e hicimos propuestas alternativas que el PP no contempló", explica Caridad Rives, portavoz del grupo socialista en el Ayuntamiento. Sin embargo, la alcaldesa insiste en que el sitio era vital: "Tuvimos claro que no queríamos cualquier cosa en cualquier lugar". Lo cierto es que con la reputación de Barcelona como ciudad de congresos o la espectacularidad de las instalaciones de Calatrava para acogerlos en Valencia, la competencia se presentaba dura. "No había más opción que apostar fuerte. Por eso elegimos el mejor emplazamiento y buscamos el mejor proyecto convocando un concurso nacional", subraya. La idea era sumar arquitectura contemporánea al legado histórico de la ciudad. Y, por el momento, no les ha ido mal. Los resultados electorales avalan que los ciudadanos aprecian el esfuerzo; también los especialistas lo han valorado. En 2010, el premio Europa Nostra, que defiende el patrimonio cultural europeo, fue para la recuperación del Teatro Romano de esta ciudad. Rescatado el patrimonio, en los últimos años ha sido el futuro de Cartagena lo que se ha estado dibujando.

Han pasado casi tres lustros desde que Bilbao anunció a bombo y platillo la inauguración de su Guggenheim, con amplísimas medidas de seguridad, millares de invitados, la presencia de los Reyes y el telediario emitido desde la margen izquierda de la ría. El Batel no tuvo una inauguración sonada, simplemente se empezó a usar. Sucedió este otoño, y de nuevo, a diferencia del Guggenheim, el edificio más importante de Cartagena ha llegado el último a la transformación de la ciudad. El orden no es baladí. Además de indicar prioridades, descubre un proceso de actuación: el nuevo auditorio y palacio de congresos cartagenero no es el motor de la transformación de la localidad murciana. Es su corona. Es el inmueble elegido para comunicar el cambio, pero también el icono que busca acercar la gente a la cultura y los turistas a la ciudad. El Batel informa de una metamorfosis, pero también deja claro cuál es su idea de urbe mediterránea para el siglo XXI. La explicación es rotunda: cercanía.

En Cartagena, la voluntad de transformar la economía de la ciudad está escrita en su propia historia. De minas de plomo y zinc a plantaciones de cítricos y campos de olivos, de la reparación naval a la construcción, el nuevo objetivo comercial es un turismo cívico de congresos y cruceros, más protector que explotador. Se trata de una localidad que, por su naturaleza urbana, ha vivido y sobrevivido a base de reinventarse. Lo sabe la alcaldesa, que inició aquí su carrera como juez sustituta. Ella vio claro que no se podía perder la oportunidad de diversificar la economía. Con 218.000 habitantes y 20.000 inmigrantes (14.000 marroquíes, 3.500 ingleses), Cartagena es un lugar de contrastes. Y son esos contrastes los que han querido explotar las obras que los ciudadanos soportan desde hace años: del Teatro Romano, que remodeló Rafael Moneo, a El Batel, El B, el teatro de vanguardia que lleva el nombre de la playa que hizo desaparecer la construcción del puerto militar en los años sesenta y ahora quiere hablarle al mundo de una nueva época.

Más allá de los brillos, una transformación urbana que pretende asentarse y durar no puede ser un disfraz. Quien busque cambiar de rostro debe hacerlo saneando el esqueleto. Y en Cartagena han seguido esa máxima a pies juntillas. En tres lustros "hemos pasado de llevar alumbrado y agua corriente a barrios como Perín a inaugurar en ellos piscinas climatizadas", explica Barreiro. El Batel se convierte en el icono cartagenero del siglo XXI. Es un edificio cercano, también festivo, solo que, lejos de potenciar el espectáculo del más difícil todavía o el nuevo riquismo de las artes que llevó a inaugurar museos vacíos por media España, presenta la cultura como un factor dinamizador para fomentar la relación entre las personas. Es un escenario que busca aproximar cultura y vida cotidiana. A diferencia de los hitos arquitectónicos de hace una década, El B prefiere acercar que impresionar. Se trata de un inmueble cuyo uso, cuya definición y cuyo futuro quedan en manos de los usuarios. Eso es lo que piden los arquitectos: que el espacio no se cierre, que permanezca abierto, que se convierta en lugar de ensayo para bandas y grupos de teatro, que al final sea eso, un monumento a la vida cívica. El cambio es sobresaliente, pero no es el propio edificio lo que impresiona, es la atmósfera que crea lo que convence. E invita a creerse el cambio, no ya de la ciudad, sino de la propia arquitectura.

Realizado con una mezcla de industria y artesanía que combina texturas insólitas en el hormigón, tabiques de plástico hinchable y piezas de aluminio y metacrilato, el edificio evoca los contenedores apilados de un puerto industrial. Pero a la vez construye un escenario inesperado y liviano. Y es que la mezcla entre artesanía e industria, uno los grandes logros del edificio, es también marca de la casa del estudio Selgascano. Ese equipo, capitaneado por José Selgas y Lucía Cano (ambos de 46 años), cuenta con un historial de edificios renovadores que incluye el Palacio de Congresos de Badajoz, el de Plasencia y la Factoría Joven de Mérida, un inmueble levantado a partir de conversaciones con los colectivos urbanos. Lo económico -metacrilato frente a vidrio-, lo seriado -farolas de catálogo inclinadas como si las empujase el viento- y lo industrial -los tubos de aluminio de sección triangular que se mezclan con las piezas de metacrilato para construir la fachada- tejen un edificio imaginativo en el que no se maquillan los pocos medios. Al revés, se exhiben como una prueba de ingenio. Así, de la misma manera que hace 30 años los edificios alardeaban de sus tripas y la tecnología se mostraba en fachadas como la del Pompidou de París, hoy El Batel muestra la verdad de los materiales como una prueba de ingenio y frescura.

"Es un edificio que ha nacido popular", corrobora Lejárraga. Aunque todavía colea "el hecho de que el proyecto pasara de 20 a 60 millones de euros, algo que, teniendo en cuenta que la financiación ha sido casi al 100% municipal, es muy importante para un Ayuntamiento como el de Cartagena", explica la portavoz socialista. La alcaldesa admite que el esfuerzo económico ha sido importante, pero a la vez asegura que este auditorio tiene uno de los costes más bajos de España en relación con su capacidad. Con todo, Barreiro insiste en que se trata de una inversión en industria turística, una línea económica básica para el crecimiento de la ciudad.

¿Cómo se hace desaparecer un edificio de 19.000 metros cuadrados? Llenándolo de gente, forzando la actuación del tiempo, envolviéndolo con árboles (el presupuesto de ajardinamiento lleva devorados cinco millones de euros; han plantado 400 árboles: muchas palmeras, pero también ficus) y haciendo que en sus paredes hable el idioma de la calle, el de los graffiti. El Batel tiende un puente entre vegetación y spray de colores, entre pasado y futuro, sin disfrazarse de lo uno ni de lo otro.

La fachada principal, por ejemplo, es como una gran pintada. Está dibujada para interactuar con los paseantes sin necesidad de emplear tecnología punta. ¿Qué significa que un grafitero ponga cara a un edificio de vanguardia? Spy, de 36 años, habla de sí mismo como de un artista urbano. Es el autor de la fachada junto al acceso, la que oculta las puertas y la que permite leer El B de dos colores distintos según se mire desde el mar o desde tierra firme. El artista madrileño está convencido de que el graffiti lleva luz a los edificios grises o a los espacios degradados. Lucía Cano y José Selgas, también. Ellos llevaron a Spy a Cartagena en uno de los viajes semanales que han realizado en su Citroën Tiburón durante el lustro que ha durado la obra. Allí, el grafitero estudió el edificio e hizo su propuesta interactiva aprovechando una hilera de barras de aluminio con forma triangular para crear un juego cinético. Hoy El Batel tiene dos fachadas; una es naranja, en contraste con el azul del mar, y la otra azul, en contraste con el sol. Quien pasee por el muelle puede recorrer la parte frontal descubriendo dos obras distintas en una misma fachada. El edificio habla, se mueve, cambia. Desde su presencia mastodóntica, pero a la vez segmentada y ligera, El Batel asegura un paseo distinto por el mismo recorrido.

La vanguardia corona un trabajo de recuperación histórica. En 15 años se han abierto una decena de centros de interpretación en lugares históricos, desde una muralla cartaginesa hasta un refugio antiaéreo de la Guerra Civil. Se trata de una recuperación patrimonial, pero también de una reconquista cívica.

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