Brañaganda
Narrativa. David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962) se reveló en octubre de 2009 con la aparición de Fin, una novela sorprendente y apasionante cuyo éxito llevó a la publicación de una obra anterior, Marcos Montes, una fábula menor pero muy correcta. La nueva obra, Brañaganda, es más ambiciosa. No es, desde luego, una obra intachable. Por ejemplo, cuesta aceptar una voz narrativa que emplea algunos términos imposibles al comentar hechos que sucedieron cuando el protagonista era un niño, y algunos aspectos secundarios de la narración no acaban de encajar debidamente; sin embargo, ello no impide que las virtudes que atesora la novela sean de categoría. Monteagudo sabe delimitar con gran brillantez un territorio físico y mental, la inmediata posguerra y un lugar primitivo habitado por siervos y señores, pero otorgándole un aire intemporal que resalta el valor antropológico del fenómeno del hombre lobo. Es un dibujo detallista en el estilo propio del autor. Los primeros párrafos que sirven para acotar el escenario recuerdan poderosamente el principio de El Jarama, de Sánchez Ferlosio, y enseguida entramos en materia. Monteagudo considera tanto las posiciones racionalistas como las supersticiosas ante la existencia de los monstruos y construye con ellas una tensa narración. El horror es palpable y opresivo sin que sea visible directamente. Predominan alusiones y visiones lejanas que, sin embargo, afectan profundamente a la realidad narrada, pues "en cualquier momento pudiera ocurrir algo prodigioso y horrible". Y en la espera el narrador se ocupa también de otras cosas, como la relación rodeada de sospechas y silencios entre un padre y un hijo resuelta magistralmente cuando en medio de una gran nevada el padre se propone resolver sus asuntos mediante un ingenioso invento mecánico mientras el hijo manifiesta su miedo profundo. Igualmente, queda tiempo para proponer una parábola de la creación artística: el pintor que triunfa al ejecutar un retrato querido y fracasa cuando se trata únicamente de un encargo. Hacia el final, el paisaje nevado se erige en una bella metáfora y en un escenario impecable donde se manifiesta "la furia del lobishome". La escena decisiva presenta aspectos contradictorios y sin duda no complacerá a todo el mundo. Es posible que lleve a tajantes y excesivas conclusiones morales y dé paso a prolijas explicaciones sobre las vivencias posteriores de los personajes, anticlimáticas y poco persuasivas. Pero es esta una de esas novelas en las que la calidad se muestra en los pasajes perfectamente narrados, en los pequeños detalles que sorprenden por su clarividencia y en el estilo que crea una tensión adictiva, aquello que pone tantas esperanzas en la obra futura del autor.
Brañaganda
David Monteagudo
Acantilado. Barcelona, 2011
282 páginas. 19 euros
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