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Leche derramada | LIBROS / Narrativa

Recuerdos de un centenario moribundo

"Cuando salga de aquí nos casaremos en la hacienda de mi feliz infancia, al pie de la montaña. Te pondrás el vestido y el velo de mi madre, y no lo digo porque me haya puesto sentimental, no es por la morfina". Desde la cama del hospital de Río de Janeiro en la que está postrado, Eulálio Montenegro d'Assumpção, cuyo tatarabuelo desembarcó en Brasil con la corte portuguesa, rememora su vida y la de sus antepasados.

En tiempos en que Francisco Buarque de Holanda se dedicaba sólo a componer y cantar canciones memorables se ganó la admiración de los brasileños. Basta su nombre, sin el apellido, para que todos sepan de quién se está hablando. Pero desde que le dio por escribir (y publicar) novelas algunos compatriotas le tratan con desdén. Esos conversos suelen tener intereses en el negocio literario y probablemente no soporten que un cantautor les birle el Jabutí, el premio literario de mayor prestigio en Brasil. En 1992 lo obtuvo con su primera novela, Estorbo; en 2004, con Budapest y, ahora, con Leche derramada. La primera vez, en más de cincuenta ediciones, que alguien gana tres veces en la misma categoría. No importa: nunca le considerarán un escritor.

Leche derramada

Chico Buarque

Traducción de Ana Rita da Costa García Salamandra. Barcelona, 2011

187 páginas. 12 euros

Leche derramada, que se lee de un tirón, es un soliloquio en el que el hijo de un senador de la República cuenta en sistemático desorden cronológico una vida centenaria. Entre quejas, arrebatos de furia y momentos en los que se ríe de sí mismo, se dirige a su hija octogenaria, al tataranieto metido en turbios negocios y su amiguita con barriga al aire y aro perforándole el ombligo que le ofrecen unas rayas el día que cumple cien años -"fue mucho más fácil aspirar la coca que soplar las velas del pastel"- y a las enfermeras rencorosas -"salvo esa chica, ahora mismo no recuerdo su nombre"- que le duermen con la jeringa. Cuenta lo mismo, una y otra vez, con digresiones, omisiones, dudas... Los ancianos repiten las historias vividas para contárselas a ellos mismos y a Chico le interesa esa memoria selectiva -"es como si algunos recuerdos todavía me llegaran en barco y otros ya por correo aéreo"-.

En una antigua canción suya un liberto deliraba en un asilo inventándose un pasado glorioso. Eulálio d'Assumpção enumera las pérdidas, materiales y afectivas, sin asumirlas del todo: la mansión neoclásica del barrio de Botafogo, el chalet en la playa de Copacabana o la hacienda de doscientas hectáreas al pie de la montaña vuelven a hacerse presentes, reales. Muchas son las letras de canciones de Chico en las que el sujeto es femenino y, en Leche derramada, está Matilde, vital y espontánea -"salía de la iglesia como quien sale del cine Pathé"-, vista por los ojos de un marido represor -"sentí que la ira ciega que me producía su alegría era anaranjada"-.

Sus palabras radiografían el derrumbe familiar -hasta de esa cama de hospital amenazan despojarle- desde los tiempos en que los Assumpção poseían fortuna y buen nombre. Decadencia de una élite económica, clasista y reaccionaria, que Chico conoce bien. "Aquí no gozo de privilegios, grito de dolor y no me dan mis opiáceos, todos dormimos en camas chirriantes, sería incluso cómico, yo aquí, con los pañales todos cagados, presumiendo de buena cuna".

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