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Crítica:El libro de los niños. A. S. Byatt | LIBROS / Narrativa
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuadro de costumbres

Esta es una novela perfecta para anglófilos por su escenario. Además, el rigor, la autoexigencia, la minuciosidad, la documentación e, incluso, la erudición de que hace gala Antonia Byatt es la que cabía esperar de esta autora tan meticulosa como tradicional. Al igual que en su ambiciosa tetralogía (de la que acaba de publicarse un nuevo volumen, Naturaleza muerta, Alfaguara, 2010), la autora aborda una vez más el tema del contraste entre la ambición de una vida activa, cultivada, ambiciosa y el deseo hogareño de permanecer en territorio protegido. Este conflictivo contraste, que en Naturaleza muerta personificarán su heroína Federica Potter y la hermana de ésta, Stephanie, se abre en El libro de los niños a una multitud de variantes de la mano de los numerosos personajes que viven y se entrecruzan en ella. Esta es otra característica de Byatt: la profusión de personajes y su notable soltura para manejarlos sin perder las riendas.

El libro de los niños

A. S. Byatt

Traducción de Miguel Temprano García

Lumen. Barcelona, 2010

958 páginas. 25,90 euros

En El libro de los niños aparecen tres grupos familiares: los Cain, los Wellwood (bifurcados en dos subgrupos) y los Fludd. Con ellos, la figura de Philip, el chico autodidacta y solitario recogido por Olive Wellwood, que se desplaza luego a la casa de los Fludd donde se convertirá en discípulo de Clemente Fludd, un prestigioso alfarero. Alrededor de ellos y de sus numerosos hijos pululan otros muchos personajes, todos ellos hijos de su tiempo, un tiempo que transcurre entre los últimos años del reinado de Victoria, el de Eduardo VII, la subida al trono del rey Jorge y que culmina con la I Guerra Mundial. Estamos, pues, en un momento crucial de la historia moderna: el del gigantesco cambio del Antiguo Régimen a la Nueva Europa que habrá de nacer para el siglo XX.

Aunque no haya un solo hilo conductor de la historia, la figura que enlaza es la de Olive Wellwood, autora de cuentos infantiles, verdadero timón de un hogar donde conviven su marido, Humphry, su hermana Violet, sus cinco hijos y otro que llegará, y la servidumbre. Su casa, Todefright, es una antigua granja de Kent con prados, río y bosque alrededor que había sido ampliada en estilo Arts and Crafts para solaz de su nutrido grupo de habitantes. Las relaciones entre los diversos grupos de personajes se enmarcan en un mundo cultivado, de orientación fabiana, en medio de las progresivas demandas del voto para la mujer y dentro del empuje de ideas socialistas y hasta radicales que fueron el caldo de cultivo del pensamiento que emerge al aire de los nuevos tiempos. Por la novela desfilan personalidades como Emma Goldmann, Oscar Panizza, un patético Wilde final, H. G. Wells, Bernard Shaw o James Barrie. El mundo de la época está admirablemente expuesto en toda su variedad de registros, como es marca de la casa en la señora Byatt. Con todo ello, cabe deducir que estamos ante una de esas novelas poderosas que suelen denominarse "fresco histórico", sí, pero en este caso con toda la panoplia de actitudes expresada en la multitud de personajes que la pueblan. Asistiremos al crecimiento de todos esos niños al ritmo del mundo y los dejaremos, de manera trágica y terrible, muertos o desaparecidos en las trincheras europeas de la guerra más devastadora e inútil. Toda una generación de jóvenes ingleses desapareció en aquella contienda y esta es la historia de sus vidas hasta que se enfrentaron al horror sin sentido; y las vidas de sus familias.

A tan extraordinario esfuerzo de escritura solo cabe oponer un reparo de importancia que ha de parecer paradójico: su falta de dramatismo. El libro es un magnífico cuadro de costumbres que, como todos los cuadros de costumbres, tiende más hacia el retrato logrado que queda a la vista que hacia la profundidad e intensidad de las almas que lo habitan. Es muy difícil conjugar ambos aspectos y la prueba es el Guerra y paz de Tolstói. Todo el desarrollo externo, tanto de lo histórico como de lo personal, cumple a satisfacción del lector. En puridad, no puede decirse que haya falta de conflicto, pero sí que este es más horizontal que vertical, si se me permite la expresión; lo cual ralentiza e iguala la historia a sí misma sin lograr la vibración dramática que, por ejemplo, consiguió en su día, con un trabajo semejante en periodo semejante, Ford Madox Ford en El final del desfile. Con toda su eficacia y rigor, El libro de los niños no deja de dar la sensación de algo ya conocido, muy bien expuesto, pero conocido. Byatt es una escritora tradicional que domina su oficio como pocas, digna hija de la tradición novelística anglosajona, pero, por lo mismo, predecible. Eso significa que hay que disfrutar de su escritura como se saborea un buen coñac: no hay sorpresa, pero la calidad es la que se tiene merecida.

Imagen captada en Londres hacia 1900.
Imagen captada en Londres hacia 1900.F. J. MORTIMER / GETTY IMAGES

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