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Egocasting y neuronas espejo

Ojo al nuevo palabro que amenaza con animar la temporada mediática, egocasting. En contra de lo que pudiera parecer, egocasting no es la manera rápida y concisa de llamar a esas colas de posadolescentes ante las sedes de nuestras teles para entrar en un reality tipo Gran Hermano u Operación Triunfo. Este nuevo término de la globalización lo inventó Christine Rosen en la revista The New Atlantis (puntocom) para denunciar la tendencia actual de reutilizar esas cacharrerías de comunicación global del cuarto de estar digital para incomunicarnos con el mundo exterior, es decir, para reconvertirnos en tecnoburbujas de aislamiento casero, en plan cocooning. Desde entonces, el vocablo ha dado con éxito la vuelta al globo porque, en definitiva, todos hacemos egocasting aunque no lo sepamos.

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Éstos son algunos de los síntomas de la actual tendencia al egocasting, y con la mano en el corazón, en el centro-izquierda torácico, díganme si no han caído en la misma tentación egocéntrica y reaccionaria que yo cuando utilizamos los viejos y nuevos cacharros de comunicación para incomunicarnos, para estar aislados en nuestras burbujas inmunitarias, y no para buscar el reflejo del mundo exterior -"la ideología dominante"-, sino el reflejo de uno mismo. Porque egocasting es utilizar el iPod o el Zune para meter en las orejas nuestros propios sonidos íntimos sin necesidad de que los programen desde un centro emisor lejano; o zapear en el televisor plano y digital y con grabador DVR hacia los programas al margen de la tiranía del prime time; o rastrear por el método DVD o por el sistema legal o ilegal de Internet la película que en ese instante nos apetece; o, en fin, navegar por la Red hacia los blogs que nos reflejen o los post de nuestro propio blog. A eso mismo se le llama egocasting, y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra digital.

La primera vez que en España se pronunció ese vocablo fue en este periódico y por mi amigo el profesor Vidal-Beneyto, que lo empleó (sin definirlo) para ilustrar un capítulo más en su investigación sobre el descrédito de la democracia, y analogado al egovirus de la posmodernidad, o sea, para darle un palo progre. A los divulgadores no nos gusta nada que se nos adelanten, y esta vez me sentí muy jodido porque Vidal-Beneyto fue el primero en nombrar esa nueva burbuja global que consiste en hacer casting, o zapping, en busca de esos espejos digitales que sólo reflejan nuestro ego.

Si los comunicólogos únicamente severos, valga la redundancia, habían denunciado desde Adorno y la Escuela de Francfort el consumo pasivo de esos mismos media que "sólo vehiculaban la ideología dominante", ahora mismo sus discípulos denuncian con el mismo vigor ideológico esos media que reutilizamos para conectarnos con nuestro ego. Y aquí hay una contradicción como la copa de un pino analógico. Porque si consumimos los mass media en plan pasivo, como hasta ahora, estamos siendo reos de la célebre ideología dominante, pero si manipulamos los cacharros digitales en plan alternativo, para zapear hacia nuestro propio yo, para zafarnos por egocasting del diluvio neocapitalista, también somos unos reaccionarios encerrados en nuestras propias burbujas.

Sólo la comunidad científica, que diría el profesor Punset, puede resolver esta contradicción. Pues bien, los arquitectos del cerebro, los neurofisiólogos, han divulgado estos días una teoría que explica esta tendencia posmoderna hacia el egocasting dominante: la hipótesis de las neuronas espejo. Para simplificar, no sólo es que existen ahí arriba, en el interior de cráneo, unas neuronas espejo que funcionan por empatía social, que nos contagian las emociones que emiten las neuronas ajenas, sino que cuando falla el propio sistema inmunitario, y falla mucho, tienen la irrefrenable tendencia a buscar por ahí fuera las neuronas que mejor nos reflejan. Egocasting neuronal, o sea.

El problema ya no está en consumir en plan vegetal las imágenes y los sonidos que nos envían y programan desde un lejano centro emisor único, como en las utopías apocalípticas de Huxley, Orwell, Bradbury, Blade Runner o Matrix (donde, por cierto, no existían los móviles con pantalla ni mucho menos Internet o el iPod), ni siquiera en la posibilidad de reutilizar esos mismos artilugios para fabricarnos burbujas multimedia porque en mi casa mando yo y ya tengo las herramientas suficientes para emitir mis cortos por YouTube; producir y difundir mi propio blog o videoblog; elegir las músicas y pelis que me reflejan con el video-demande legal o ilegal de iTunes, Emule o BitTorrent; construir, recibir o distribuir play-lists, o montarme mis programas de radio por el método pod-cast. Nada de eso. El problema es que somos hijos de esas neuronas espejo de doble uso y por eso actuamos así, rebuscando en los media nuestra propia imagen y sonido.

En realidad es lo que desde el principio de la historia hicimos siempre. Rodearnos y conectarnos con los mundos (o pantallas) que nos reflejan como un espejo para conjurar el estrés exterior y defender nuestro sistema inmunitario.

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