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ESCALERA INTERIOR
Columna
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'¡Equilicuá!'

Almudena Grandes

Esa era la única palabra que aparecía en la portada del manuscrito.

Al leerla, la escritora sonrió y pensó que aquella expresión antigua y estrambótica, que le posaba en el paladar un sabor infantil, como un trozo de pan con una onza de chocolate incrustada en el centro, era un título muy raro para una novela. Los otros concursantes habían optado por expresiones más prestigiosas, pero la verdad es que ahora, ocho años después, no se acuerda de ninguna. Ni siquiera de la que ganó.

Recuerda muy bien, sin embargo, lo que sintió al leer aquel manuscrito, un placer entreverado de asombro, que se fue haciendo más sólido, más placer, a medida que avanzaba en su lectura, mientras la diversión que se desparramaba de un argumento tan loco se iba haciendo más compleja, más sutil, hasta desmarcarse por completo, sin piedad, de los modelos que dominan los premios literarios. Era un primer libro, y se notaba. Tenía errores, vacilaciones, excesos y defectos, pero al volver la última página, sólo pudo pensar una cosa. ¡Qué novela más buena!

"Un placer entreverado de asombro es lo que sintió a medida que avanzaba en su lectura"

Con esa sensación rara y espléndida se marchó a Badajoz. Con ella viajó Luis, ingeniero industrial, con un buen trabajo en el campo de las energías renovables, con una buena casa y espacio de sobra para sus cuatro hijos, con un buen amigo, médico de profesión y psicoanalista aficionado, con una mujer joven, perfectamente equilibrada, con una exmujer madura, carnal, fumadora, malhablada, y sobre todo, con una empanada descomunal a cuestas. Un hombre feliz, que cree que es feliz, que no se considera con derecho a sentir que no lo es, que sabe que es infeliz y que escribe un diario para intentar comprender algo de lo que le pasa. Un hombre bueno, que hiere a los demás sin pretenderlo, que se propone ser cariñoso, tierno, progresista, justo, buen amante, políticamente correcto, y casi ninguna noche logra acostarse sin que alguna mujer le llame machista, sin que alguno de sus hijos le reproche su falta de atención, sin que su única madre le haga sentir que es un hijo único defectuoso. Un hombre trivial, al que parece que no le pasa nada, y le pasa la vida, y la muerte le pasa y le parte por la mitad. Un hombre extraordinario, normal y corriente, como cualquiera.

Por eso, porque cuando se sentó alrededor de una mesa con el resto de los miembros del jurado estaba segura de que todos se habrían reído tanto, se habrían emocionado tanto, se habrían sorprendido tanto como ella, y dio por sentado que la reunión sería breve. Se equivocó. Ocho años después, también se acuerda de eso.

-Pero, no lo entiendo... ¿No os gusta? Pero, ¿cómo puede no gustaros? ¿No os ha parecido brillante, emocionante, no os habéis reído? Perdonadme, pero es que no me lo puedo creer...

Y ganó otro libro. Por mayoría, eso sí, porque unanimidad, ni por encima de su cadáver. Estaba tan enamorada de aquella novela que, después de la reunión, hizo algo que jamás había hecho hasta entonces, algo que no volvería a hacer. Cogió discretamente la plica, la abrió, apuntó el nombre y la dirección del autor en un papel y se lo guardó en un bolsillo. Así, cuando volvió a casa pudo seguir haciendo cosas que nunca había hecho. Lo primero fue escribir una carta al autor para contarle cuánto le había gustado su novela, para que lo siguiera intentando, para que no se desanimara, para que supiera que, al menos, ¡Equilicuá! había conquistado a una lectora para siempre en un país donde todos los días se publicaban, con faja y publicidad, libros incalculablemente peores que el suyo. Después llamó a Juan, su lector, su editor, su cómplice.

-Tienes que leerla, tienes que leerla, por favor, por favor, prométeme que la vas a leer...

Desde entonces han pasado ocho años largos y un montón de cosas. A Juan le gustó la novela, encargó un par de informes, los dos fueron buenos, todos propusieron la misma reescritura, el autor se lo pensó, declaró que estaba exhausto, que no podía volver a corregir un manuscrito en el que llevaba tantos años trabajando, que prefería escribir otro libro. Y eso hizo.

En 2009, cuando Tusquets acababa de publicar El club de los estrellados, la escritora y el escritor se encontraron por fin en la fiesta del 40º cumpleaños de su editorial. Aquel encuentro podría parecer un buen final para esta historia, pero, ¡equilicuá!, existe otro mejor.

Joaquín Berges acaba de publicar una novela titulada Vive como puedas y que cuenta la historia de Luis, ingeniero industrial, hombre feliz. No es exactamente el mismo libro que la escritora leyó cuando era miembro del jurado del Premio Ciudad de Badajoz de Novela 2003. Es mucho mejor. Sigue siendo tan raro, tan sorprendente, tan hilarante, y emocionante, y brillante, y tierno como aquel, pero la madurez le ha sentado tan bien como a la seductora exmujer de su protagonista. Lo demás, ya se lo pueden imaginar.

Tienen que leerlo, tienen que leerlo, por favor, por favor, prométanme que lo van a leer...

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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