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Escalera de color al delirio

Pablo Guimón

Esto podría ser el relato de cuatro días en la vida normal de Las Vegas, si no fuera porque la palabra normal es probablemente el adjetivo más desafortunado de cuantos ofrece el diccionario para describir la vida en esta ciudad del pecado levantada en un oasis del desierto de Mojave, Nevada, en el suroeste de Estados Unidos. En estos cuatro días normales en Las Vegas, el taxista de origen armenio Armenag Mazleman se estudió a conciencia la biografía de Julio Iglesias en la Wikipedia -incluida su etapa de portero en los juveniles del Real Madrid- antes de asistir solo, previo pago de 89 dólares, a uno de los dos recitales que ofreció el madrileño en el hotel Hilton. Algunos disfrutaron del fin de semana de sus vidas, otros gastaron ahorros que nunca debieron haber tocado. Alrededor de cuatro personas se suicidaron. Y un ciudadano oriental, comiendo solo en un restaurante chino barato de un hotel, lloró desconsoladamente justo después de hablar por teléfono fingiendo normalidad con su mujer y con su hijo, mientras alguien en la mesa de al lado abría una galleta de la fortuna con el mensaje: "Tu familia es joven, agraciada y atractiva".

El póquer profesional en el siglo XXI posee los ingredientes de un fenómeno pop
Las Vegas es la ciudad que más brilla de la tierra vista desde el espacio
"El perfil de jugador ha cambiado. no son señores con un 'whisky' y la mujer en la mesa como parte de la apuesta"
Tres millones de personas se alojan al mes en las 140.000 habitaciones de hotel de Las Vegas, el doble que en Nueva York
En la bacanal diurna rehab, 'croupiers' en biquini atienden mesas de 'blackjack' en el agua

Decenas de estadounidenses obesos recorrieron en silenciosos carricoches eléctricos kilómetros de pasillos cubiertos de moqueta ignífuga de algunas de las más de 1.700 salas de juego que hay en la ciudad. Cientos de turistas en bermudas preguntaron a otros turistas en bermudas, en las inmediaciones del Bellagio, a qué hora se podía ver el famoso espectáculo de las fuentes del hotel, inmortalizado en la película Ocean's eleven, y obtuvieron decenas de respuestas diferentes. Empresas que se anuncian en enormes letreros en la calle despacharon un número indeterminado de prostitutas a domicilio "en menos de 20 minutos".

Hablamos de cuatro días de un mes, junio de 2009, en el que más de tres millones de personas pagaron una media de 97 dólares la noche por ocupar alguna de las 140.000 habitaciones de hotel de que dispone esta ciudad de poco más de medio millón de habitantes. Casi el doble de las plazas hoteleras de la ciudad de Nueva York, que tiene 8,4 millones de habitantes. Un mes en el que se facturaron unos 750 millones de dólares por juegos de azar en el condado de Clark, al que pertenece Las Vegas.

Una mañana de esos cuatro días, un ejército de comerciales del negocio de las máquinas de bronceado, procedentes de todos los rincones de la costa Oeste, llegaron al hotel Río para vivir una noche infinita con la excusa de asistir a la 2009 West Coast Tanning Expo, una de las 22.000 convenciones que acoge cada año la ciudad.

Y unos cientos de metros de pasillos enmoquetados más adelante, en los mismos bajos del mismo mastodóntico hotel, repartidos por una sala de convenciones del tamaño de un campo de fútbol y medio, cientos de jugadores, agrupados en mesas de 10, disputan la 40ª edición de las series mundiales de póquer.

Las World Series Of Poker (WSOP), que se celebran cada año en Las Vegas, son algo así como la Superbowl de este juego. Empezaron en 1970, cuando Lester Ben Benny Binion, propietario de casinos y entusiasta del póquer con un extenso historial delictivo, juntó en una mesa a siete de los más reputados jugadores para coronar a uno de ellos como el campeón mundial de póquer. Eran jugadores tejanos que se ganaban la vida en timbas celebradas en las ahumadas trastiendas de las polvorientas carreteras secundarias del circuito sureño. Aquello fue el embrión de una competición que en la actualidad dura dos meses y consta de 57 eventos. Un torneo en el que el año pasado se inscribieron 58.720 jugadores de 124 países y se repartieron más de 180 millones de dólares en premios.

Su crecimiento es el reflejo del sorprendente resurgir que está viviendo el póquer en los últimos años. En los casinos de Las Vegas, el póquer es el único juego entre los clásicos que ha subido en volumen de juego entre 2004 y 2008, según un estudio del Center for Gaming Research de la Universidad de Nevada. Las tragaperras han bajado un 4%; el blackjack, un 6,6%; los dados, un 5,9%. Y el póquer ha subido nada menos que un 89%.

El boom se debe, fundamentalmente, a dos factores: Internet y la televisión. Desde que el canal de deportes estadounidense ESPN retransmite las series mundiales, la popularidad del póquer se ha disparado. Según un artículo de The Economist de diciembre de 2007, el póquer es el tercer espectáculo más visto en la televisión por cable en Estados Unidos, después de la liga de fútbol americano y las carreras automovilísticas del NASCAR. "Las WSOP son ya una de las marcas más admiradas del mundo del deporte", explica Jeffrey N. Pollack, de 45 años, comisionado de las WSOP. "Un total de 75 millones de estadounidenses lo ven cada año en televisión, y 150 millones en todo el mundo". En España, Antena 3, Tele 5, La Sexta y Canal + Deportes han incluido en su parrilla distintos programas de póquer.

Y luego está la Red. El póquer online con dinero real nació en 1998. En 2004, los ingresos de la industria del póquer en Internet alcanzaban los 1.400 millones de dólares. En 2008, la cifra fue de 5.900 millones, 1.000 más que el producto interior bruto de Somalia. Según datos de Global Betting and Gaming Consultants, los jugadores de póquer online de todo el mundo pueden gastar este año 3.870 millones de dólares, un 10,4% más que el año pasado. En España se calcula que el sector experimentará un aumento del 20% en 2009.

El negocio ha crecido más rápido que la ley. Las decenas de salas virtuales que operan hoy en España lo hacen en una especie de alegalidad. "La regulación del juego corresponde a las comunidades autónomas, así que hay 17 regulaciones", explica Laura Guillot, consultora de juego y portavoz de la Asociación Española de Apostadores por Internet (AEDAPI). "En Cataluña, por ejemplo, sólo se puede jugar al póquer en los casinos. Fuera de ellos es ilegal, aunque sea sin apostar dinero. En Madrid se puede jugar por entretenimiento en cualquier lado, pero por dinero sólo en los casinos. En cuanto al juego online en general, en España no existe regulación. Las salas que operan lo hacen con licencias europeas. Son alegales. Están sin regular. Desde diversos frentes estamos luchando por que se regule, y por que el póquer no sea considerado como un juego de azar, sino como un juego de habilidad, igual que el ajedrez. Algo que sucede en países como Rusia. En España, con la ley en la mano, las apuestas en Internet podrían ser delictivas".

Legales o no, las salas existen, patrocinan equipos de fútbol galácticos, y el póquer online generó el año pasado 45 millones de euros en España. "El mundo de Internet es gris", explica la jugadora Leo Margets. "Se necesita normalizar todo esto porque ya es una realidad. Éste es el año en que se pueden alcanzar en España los 200.000 jugadores de póquer online".

Leo Margets es una jugadora catalana de 26 años que acaba de hacer historia. El pasado 6 de julio se sentó en las mesas del evento principal de las WSOP. Convenció a sus patrocinadores, la casa de apuestas online 888.com, para que pagaran los 10.000 dólares de inscripción. Jugaban 6.500 personas. Y, tras ocho intensos días de juego, en sesiones de hasta 12 horas, quedó la número 27ª. Es lo más alto que ha llegado nunca un español (desde Juan Carlos Mortensen, que ganó en 2001, pero entonces sólo había 900 participantes). Fue la última chica en eliminarse. Y la mujer que más dinero se ha embolsado en la historia de las WSOP. Se fue de la sala con 352.832 dólares. Una hazaña que cientos de aficionados españoles siguieron casi a diario en su blog (www.leomargets.com) y en su página de Facebook.

Leo responde a la perfección al nuevo perfil de jugador de póquer. Estudió empresariales en Londres, se tomó un año sabático en Australia, donde se aficionó a correr maratones, y después hizo un máster de marketing en Barcelona. "Nunca había jugado a las cartas, y los casinos me siguen dando un mal rollo brutal", explica.

Empezó en esto por un hombre. O, más bien, por su propia cabezonería. Fue hace tres años y medio. "Conocí a un chico y, en la primera cita, después de cenar, le propuse ir a tomar una copa. Él me dijo que no, que tenía una partida de póquer. Y ahí me piqué. Me fui con él y me resultó un coñazo. Pero me empecé a informar, a leer. Y me aficioné. Jugaba con amigos, hasta que un día me apunté a un torneo universitario y lo gané".

Nada que ver con la leyenda de hampa que rodea a los jugadores de la vieja escuela. "Ya no se trata de señores con un whisky en una mano, un puro en la otra y la mujer en la mesa como parte de la apuesta", aclara Leo. "Somos universitarios que controlamos las matemáticas. Eso es lo básico".

Esta mañana de junio, en la sala de convenciones del hotel Río, Leo está sentada, con otras nueve mujeres y un veterano croupier de pelo blanco, en la mesa 37 del evento 17, el Ladies Event. Sólo chicas. Más de un millar, que han pagado 1.000 dólares de inscripción cada una. Las hay ancianas, jóvenes, presumidas, estrambóticas.

Leo lleva gafas de sol y un jersey que le tapa el cuello para que las demás jugadoras no vean la vena que se le hincha cuando tiene jugada.

Lo primero que llama la atención en un evento masivo de póquer como éste es el ruido de miles de fichas chocando unas contra otras en los dedos de cientos de jugadores. Un constante repiqueteo que ojalá no escuchen nunca los encargados de programar el hilo musical de la prisión de Guantánamo. Claclaclaclaclaclaclacla. Como miles de castañuelas sonando a la vez y al mismo ritmo.

El póquer profesional del siglo XXI en Estados Unidos posee todos los ingredientes de un fenómeno pop. Tiene sus códigos propios, sus leyendas, sus medios especializados y hasta su particular star system.

A él pertenece Daniel Negreanu. En Estados Unidos es una figura pública; en estos círculos, una deidad. Se monta una pequeña revolución cuando entra en las salas de la competición. Negreanu no va directo a su mesa, elige el camino largo. Se pasea por entre los otros centenares de mesas despertando aplausos y aullidos de cowboy. Se detiene, bromea, saluda a los conocidos; es un experto entertainer. Una mujer madura le aborda entre las mesas. Le tiembla ostensiblemente el pulso. No le salen las palabras. Apenas es capaz de hacerle comprender que desea que le firme una baraja de cartas.

Negreanu tiene una foto con Obama, y una casa con una mesa de billar, videojuegos arcade, una pantalla gigante conectada a todas las consolas del mercado, una mesa de póquer con sus fichas siempre dispuestas para jugar, y un putting green de golf en la parte de atrás. Algo así como la casa soñada por el adolescente medio americano.

En una pared tiene enmarcado un regalo de su madre, una carta (la reproducía la revista especializada Bluff) que ésta recibió de un tal J. K. McNaughton, director del colegio público Pineway: "Querida señora Negreanu, le escribo como continuación de mi conversación telefónica con usted el martes, 11 de septiembre de 1984. Quiero dejar claro que no voy a tolerar la mala educación y el mal comportamiento de Daniel. En vista de su propia posición de siempre apoyar y disculpar a Daniel, no tendré más opción que expulsarlo del colegio si continúa ignorando sus reglas".

Sus partidas, en las mesas importantes de las World Series, son seguidas en vivo por decenas de freaks silenciosos. Como Bill, un joven que ha venido desde Austin para ver el torneo, sin intención de incurrir en ninguno de los otros pecados que ofrece la ciudad, que observa alternativamente la mesa de Negreanu y la pantalla de leds donde se detallan los pormenores de la partida. La prensa especializada anota sus movimientos. A veces se escapa un emocionado "¡Negreanu manda!" entre la monotonía del repiquetear de las fichas.

Él es todo un personaje. Hace pequeños comentarios, habla de trivialidades con los jugadores (en estas mesas finales casi todos se conocen), se levanta a firmar un par de autógrafos. Es inquieto, pero respetuoso y simpático. Y eso que no está teniendo un gran día. Está en la ronda anterior a la mesa final y tiene veinte veces menos fichas que el que más tiene de la mesa. Nada de eso parece preocuparle. Hay 445.000 dólares en juego. Pero esto no es más que un calentamiento para el main event.

Las partidas se suceden constantemente entre las once de la mañana y la una de la madrugada. Pasean entre las mesas camareros con agua y Red Bull; y señoras, armadas con cojines, que ofrecen masajes in situ. En los torneos de póquer, cada jugador empieza con el mismo número de fichas y se juega hasta que todas acaben en manos de un solo jugador. No se puede recomprar fichas. Cuando las pierdes todas estás eliminado. A medida que los jugadores van cayendo, los restantes se van concentrando en menos mesas. Hasta que sólo queda la mesa final. Aquella donde se juega el prestigio y el dinero de verdad.

Existen muchas modalidades de póquer, pero la que se juega aquí, y la más popular en casinos e Internet, es la llamada Texas hold'em. Un póquer abierto en el que se descubren cinco cartas comunitarias y se reparten dos a cada jugador. Éste puede utilizar cualquier combinación de las cinco cartas comunes y las dos privativas para hacer una jugada. Ya que cada jugador empieza con dos cartas y las demás son comunes, es una modalidad de póquer especialmente buena para el análisis estratégico o matemático.

Flop, turn, river, under the gun. El argot del póquer es asombroso. Un profano puede creer estar ante un mensaje cifrado cuando lee, por ejemplo, una entrada en el perfil de Facebook de Leo Margets. Esto es lo que escribió cuando fue eliminada del Ladies Event: "Out del ladies: es todo tan absurdo… 75/150… utg2 raise a 425, paga una en el HJ, y yo en la BB hago squeeze a 1.200 (tengo 2.800 en total) con JJ. Utg2 call, la otra HJ fold. Flop Ts9s3h… hago all in de cara y me paga Ato. Turn 4h, river Ts". Y de ahí al infinito.

Leo está sentada ante su ordenador portátil, en la caótica suite que ocupa en el hotel Río. "Si mis padres vieran este desorden me matarían", bromea. Ellos ya se han acostumbrado a que su hija universitaria se gane la vida en mesas, reales y virtuales, de póquer. "Al principio alucinaban, pero es porque no conocían este mundo. Se creían que el póquer era como lo que habían visto en las películas de gánsteres".

Son más de las diez. Leo está agotada. Ha sido eliminada del Ladies Event antes de lo previsto. No ha habido suerte. No disimula su decepción tras este fracaso. Llegar aquí es el sueño de cualquier jugador, y Leo no quiere despertarse tan pronto. Ni se imagina que semanas después hará historia en esta misma competición. El póquer es así. Un día se puede perder en un torneo asequible, y otro, llegar mucho más alto en el torneo más exigente. Ella no ha jugado mal, dice. Repasa sus manos y cree que fueron las adecuadas. "A diferencia de un juego de azar, en el póquer existen jugadas matemáticamente correctas", explica. "Éste es un juego que se aprende toda la vida. Si alguien te dice que ha llegado a su nivel máximo de póquer es que es un idiota. Eso es lo que me motiva".

El enorme ventanal de su habitación ofrece una impresionante perspectiva de esta ciudad enloquecida. Un arbitrario apiñamiento de edificios en medio del desierto que es la ciudad que más brilla de la Tierra vista desde el espacio; 25.000 kilómetros de tubos de neón adornan sus calles. Algo difícil de imaginar cuando, el día de Navidad de 1829, el explorador mexicano Rafael Rivera puso el primer pie no indio en este oasis que acabó convirtiéndose en parada de comerciantes y buscadores de oro.

Hoy, en lo que fue aquel oasis se levantan descomunales hoteles casino, construidos en la década de los ochenta, pensados para que el visitante pueda dormir, comer, jugar, beber, cenar y volver a jugar, sin saber necesariamente si en el exterior es de día o de noche, si hace calor o frío, si llueve o brilla el sol. Hoteles con miles de habitaciones que albergan todos los delirios arquitectónicos que uno pueda concebir. Reproducciones a tamaño real de un canal de Venecia, de la Estatua de la Libertad, de la torre Eiffel, de una pirámide egipcia en cuyo interior cabrían nueve aviones Boeing 747.

Y un poco más allá, el desierto. Allí donde el 14 de junio de 1986 el jefe mafioso Frank Lefty Rosenthal enterró vivos a su antiguo socio Anthony The Ant Spilotro y a su hermano, después de destrozarlos a batazos de béisbol, tras descubrir que The Ant se entendía con su mujer. Una escena inolvidablemente llevada al cine por Martin Scorsese en Casino, con Robert De Niro, Joe Pesci y Sharon Stone.

Bajo la noche de Las Vegas hoy ya no está Elvis Presley consumiendo patéticamente sus últimos días, hinchado de anfetaminas, en un escenario del Hilton. Pero tiene algún orgulloso sucesor como Ron de Car, propietario de Viva Las Vegas Wedding Chapel desde hace 10 años. Ron celebra decenas de bodas al año (300 parejas se casan cada día en Las Vegas) vestido de Elvis, con su Cadillac rosa de 1964, a cambio de 777 dólares por enlace, 100 más si se añade algún otro personaje.

Tampoco está el mafioso Bugsy Siegel en su oficina blindada con paredes de acero del Flamingo. Pero está Bryan C. Keith, con dos hijos en el Ejército y un hogar en el que "se adoran las armas", ejerciendo impecablemente su trabajo de instructor de tiro en The Gun Store, en el 2.900 Este de la avenida Tropicana. Un lugar donde cualquier persona puede disparar cualquier arma (en condiciones de seguridad) contra una diana a elegir entre varios pósteres (el más solicitado es el de Bin Laden); descargar un cargador de 25 balas con una AK 47 cuesta 50 dólares.

Ya no están Frank Sinatra y sus amigos del rat pack haciendo de las suyas, rodeados de mujeres y de alcohol, dirigiendo su coche contra el hotel Sands y su portero, que unos minutos antes no les había dejado entrar. Pero toneladas de carne de cuerpos esculturales se tuestan al sol cada domingo a ritmo de música electrónica, mientras bailan, se restriegan y beben biberones de litro de vodka con Red Bull en la bacanal diurna Rehab, que se celebra en las espectaculares piscinas del Hard Rock Hotel. Una fiesta en la que bellas croupiers en biquini atienden mesas de blackjack dentro del agua.

Y 35 millones de personas siguieron visitando Las Vegas este año. Un 15%, extranjeros. Pasaron una media de 3,5 noches. El 85% reconoció haber jugado. Se gastó cada uno 532 dólares en las mesas. El 93% reportó sentirse "muy satisfecho" de su viaje. Algunos jugaron al póquer. Y entre todos construyeron la vida normal en la ciudad del pecado.

Cae la noche y se encienden las luces en los alrededores de la calle de Fremont en Las Vegas.
Cae la noche y se encienden las luces en los alrededores de la calle de Fremont en Las Vegas.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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