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Reportaje:EN PORTADA / Reportaje

Europa late en el corazón de la música

En Lucerna no se andan con chiquitas. Ni siquiera la crisis imperante parece amenazar lo más mínimo una trayectoria musical sólida y coherente en la que se dan la mano, en buena armonía, tradición e innovación. El Festival de Lucerna, en su edición de verano, es, en una primera aproximación, el de las grandes orquestas. No suele faltar ninguna de las que juegan en primera división: Filarmónica de Berlín, Concertgebouw de Ámsterdam, Filarmónica de Viena, Orquesta de Cleveland, Sinfónica de Chicago, Staatskapelle de Dresde, Filarmónica de Nueva York... Pero el festival es mucho más que una pasarela de las mejores orquestas y directores. Atiende como pocos a la creación contemporánea, se ocupa de los artistas emergentes y hasta dedica un ciclo a la música étnica en las calles. En la última década Lucerna ha puesto en marcha a partir de 2003 la Orquesta del Festival, con solistas de las agrupaciones más prestigiosas del planeta alrededor de Claudio Abbado, y al año siguiente la Academia del Festival con Pierre Boulez al frente de la nave. No se conforman con eso. Ahora están obsesionados con la construcción de un auditorio modular que responda a las demandas estéticas y tecnológicas más avanzadas de los creadores de ópera y todo tipo de obras inclasificables. La hermosa sala de conciertos de Jean Nouvel, inaugurada en 1998 a orillas del lago de los Cuatro Cantones, ya no es suficiente. La ambición artística no parece tener límites en la ciudad que encarna el latir del corazón de Suiza, combinando con naturalidad las aspiraciones tan actuales de un retorno a la naturaleza con los desafíos musicales del siglo XXI.

El festival atiende como pocos a la creación contemporánea

Todo empezó el 25 de agosto de 1938, cuando Arturo Toscanini condujo un concierto de gala frente a la villa Tribschen, residencia en su día de Richard Wagner a las afueras de Lucerna, que fue retransmitido por 80 emisoras de radio de Europa y América. La resonancia internacional del acto fue de tal calibre que se considera el momento de arranque del festival, aunque habían tenido lugar en Lucerna otros conciertos impactantes como el dirigido por Ernest Ansermet un mes antes. La urgencia y necesidad del festival se mascaban desde un punto de vista político, con los veteranos festivales de Bayreuth y Salzburgo bajo la frustrante influencia del nacionalsocialismo. Lucerna era la plataforma neutral necesaria para una reconstrucción moral de la sociedad europea desde la música. Toscanini, destacado antifascista, volvió al año siguiente. De Sabata visitó Lucerna en 1941 y 1942 con la orquesta de La Scala, la primera de un largo desfile. En 1943 se estableció la Schweizerisches Festspielorchester o Swiss Festival Orchestra como una de las señas de identidad del festival. Fue dirigida por Furtwängler, Karajan, Klemperer o Kubelik, entre otros, que unían así sus nombres a los de "socios fundadores" como Toscanini, Bruno Walter o Carl Schuricht. Lo cierto es que las grandes orquestas empezaron a acudir a la cita de Lucerna con asiduidad a partir de la década de los cincuenta. La Filarmónica de Berlín, por ejemplo, lo hace desde 1958. El objetivo de normalización democrática a través de la música se había conseguido.

La orquesta del Festival de Lucerna dirigida por Claudio Abbado es, en cierto modo, una heredera de la Swiss Festival Orchestra, cuya vida artística se extinguió en 1993. Michael Haefliger -violinista, berlinés, de 49 años, con una formación empresarial en Estados Unidos a la altura de su bagaje musical, experto en temas organizativos, animador incansable de festivales como el de Davos- ha dado un gran impulso al Festival de Lucerna desde su nombramiento en 1999 como director. Ha mantenido la fidelidad de las principales orquestas como columna vertebral del festival, ha apostado por unos criterios de modernidad y también ha puesto en marcha dos proyectos tan brillantes y comprometidos socialmente como los comandados por Abbado y Boulez. El de verano es, en cualquier caso, el festival central, pero también existen en Lucerna un festival de Pascua (desde 1988) y otro en otoño dedicado al piano (desde 1998). La consigna es que haya música en todas las estaciones del año. Los festivales veraniegos, además de sus artistas y compositores invitados, ruedan cada año alrededor de un tema. En 2010 es Eros. En ediciones anteriores se han contemplado otros como Caminante, Fronteras, Espejo, Retrato, Yo, Melancolía, Naturaleza, Libertad, Nuevas fronteras, Lenguaje, etcétera. Desde 2005 la Orquesta del Festival de Lucerna ha conseguido alargar su limitada convivencia veraniega por sus compromisos profesionales habituales -es, por decirlo de alguna manera, una orquesta de solistas amigos de Abbado, con la base de la Mahler Chamber Orchestra- y ha visitado, con uno o dos conciertos, ciudades como Roma (2005), Tokio (2006), Nueva York (2007), Viena (2008) y Pekín (2009). Este año es el turno de España, donde Claudio Abbado dirigirá la Novena sinfonía de Gustav Mahler, los días 17 y 18 de octubre en el Auditorio Nacional de Madrid dentro de los ciclos de Ibermúsica en su cuarenta aniversario. Dos días después darán un único concierto en París.

La edición de 2010 del Festival de Lucerna se extiende entre el 12 de agosto y el 18 de septiembre. No es fácil establecer una lista de recomendaciones, pero los grandes nombres -Abbado, Boulez, Jansons, Chailly, Salonen, Harnoncourt, Rattle, Dudamel, Welser Möst y otros- nos pueden servir de guía. No se acaba con el mundo sinfónico en el Festival de Lucerna. Imagínense, hay programados 27 estrenos. Uno de ellos es Woven Dreams de Toshio Hosokawa, una partitura distinguida con el Premio Roche Comission. El compositor en residencia este año es Dieter Ammann, lo que lleva asociado una dedicación notable a la música suiza, y la artista estrella es la pianista Hélène Grimaud. Maurizio Pollini presenta su tradicional recital como un homenaje a Boulez, y la violinista Anne Sophie Mutter dedica el suyo a Brahms, mientras la pareja Quasthoff-Grimaud distribuye su tiempo entre Schumann y Brahms. Hay también un rincón para los niños y una colorista manifestación de música en las calles durante cinco días.

El elevado número de conciertos no debe impedir al visitante disfrutar de los numerosos atractivos que posee una ciudad donde, gracias a sus dimensiones, todo está a mano. De entrada, la casa-museo Tribschen de Wagner alberga hasta el 30 de noviembre una exposición sobre los lugares favoritos y los viajes de Wagner en Suiza, con su fascinación por los mitos alpinos. Es una muestra que se presentó el verano pasado en la casa-museo Wahnfried de Bayreuth, en cuyo jardín posterior se encuentra la tumba del compositor, y antes en la Galerie am Leewasser de Brunnen. Wagner terminó Tristan e Isolda en Lucerna y tuvo en este rincón suizo momentos de gran inspiración, con lo que algunos detalles de la exposición pueden contribuir a dar pistas sobre sus motivaciones. El catálogo editado con motivo de la itinerante muestra es asimismo interesante. En el terreno artístico Lucerna posee un Museo Picasso y la Fundación Rosengart, con una colección más que notable de obras de Paul Klee. Ello, además de las exposiciones temporales en el KKL. En los paseos por la naturaleza se pueden combinar recorridos en barco con teleféricos, funiculares o trenes de montaña. De particular interés es la ascensión al monte Pilatus y no menos atractivas son las excursiones a Bürgenstock o Rigi. En el apartado gastronómico sobresale la variedad. Hay restaurantes tradicionales suizos caseros como Galliker o refinados como Old Swiss House con su mítico escalope, italianos como El Padrino -el favorito de Abbado-, franceses bohemios como Bodu y hasta orientales como el Thai-Gardens. Todos ellos de calidad suficiente y precios accesibles. La alta cocina, con su correspondiente reconocimiento en la Guía Michelin, se limita al Jasper, en el hotel Palace, y la de fusión al restaurante Bamboo en la planta baja de The Hotel, otro establecimiento diseñado por Jean Nouvel.

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