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Reportaje:El destape

Fantasías sexuales de una generación

Ángel S. Harguindey

La historia del destape del cine español, incluso la historia del cine español sin más, es la historia de los supervivientes de una industria acosada desde diversos frentes y poco apreciada por la intelligentsia nacional. Dos décadas antes, en 1955, las gentes del oficio con mayor conciencia crítica habían señalado en Salamanca: "El cine español actual es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico", conclusión que, al menos en parte, podría aplicarse al tiempo que recrea y recuerda Los años desnudos, de Dunia Ayaso y Félix Sabroso, con Goya Toledo, Candela Peña y Mar Flores como protagonistas: la época del cine español que, tras la muerte de Franco, inundó las pantallas de damas en ropa interior, de damas sin ropa y de machos ibéricos de mediana estatura, pelo en pecho y en calzoncillos: profesionales del onanismo.

HACE POCO MÁS DE 50 AÑOS ocupaba la cartera ministerial de Información y Turismo Gabriel Arias Salgado, guardián de las esencias morales y patrióticas más reaccionarias del momento. Estaba convencido de que la implacable censura que se aplicaba a la información en general y a las disciplinas artísticas en particular había elevado el número de españoles que iban directamente al cielo. Un par de décadas después, muerto el jefe del Estado, la censura saltó por los aires, y con ella, la salvación de una buena parte de la ciudadanía. El cine fue uno de los grandes precursores de este descenso a los infiernos o, cuando menos, al purgatorio. Títulos como No desearás al vecino del quinto (1970), de Tito Fernández; Lo verde empieza en los Pirineos (1973) o Zorrita Martínez (1975), las dos de Vicente Escrivá, comenzaron a resquebrajar lo establecido. Patxi Andión enseñó el primer culo masculino, o uno de los primeros, en El libro del Buen Amor, de Tomás Aznar (1975). Mariano Ozores y sus docenas de filmes (El liguero mágico, El erótico enmascarado y muchas más) le convirtieron en una factoría cinematográfica unipersonal con un sistema de rodaje inigualable: "Yo sabía que cinco páginas del guión equivalían a un día de trabajo; por tanto, todas las secuencias que tenían más de cinco páginas no las rodaba. Si tenían ocho páginas, por ejemplo, eso era un día y medio de trabajo y perdía dinero", explicó en su día. Y si el cine rompía esquemas, la canción popular no se quedaba atrás. El malogrado y profético Nino Bravo cantaba en 1969: "Libre / como el viento que recoge / mi lamento y mi pesar, / camino sin cesar / detrás de la verdad / y sabré lo que es al fin la libertad".

PERO COMO LA VIDA, al igual que el fútbol, no es justa, una película tan espléndida como Último tango en París, de Bernardo Bertolucci (1972), se transformó en una leyenda del erotismo cinematográfico al margen de sus cualidades específicamente fílmicas. Las excursiones a Perpiñán o Biarritz se convirtieron en clásicas. Incluso Vázquez Montalbán, con su habitual talento, escribió que desde su estreno al otro lado de la frontera había aumentado el consumo de mantequilla en España. Claro que todo lo dicho hasta aquí se queda pequeño al lado del estreno -en pantallas nacionales de arte y ensayo- de Helga. El milagro de la vida, de Erich F. Bender, una película alemana de 1967 que fue el éxito cinematográfico del año. La censura se mostró más permisiva, pues la consideró un filme didáctico sobre la concepción del ser humano, desde el coito hasta el parto. Las ansias de perdición de los españoles hicieron todo lo demás. Y si, efectivamente, la vida no es justa, sí es reiterativa: en 2008, con un sistema democrático y una Constitución que declara al Estado no confesional, el jefe del Gobierno, el socialista Rodríguez Zapatero, ha puesto al frente del poder judicial a un beato que, si no llega a las cotas absurdas de pretender salvar a los españoles, sí decidió mostrar en su primer gesto público una reverencial inclinación de la cerviz ante el cardenal Rouco en la recién bautizada Misa de Apertura de los Tribunales. No sabemos si tras ella llegarán la Misa de Apertura del Curso Escolar, la de la Rentrée Literaria o la de la Campaña de la Anchoa. Tiempo al tiempo.

En el año de 1975, María José Goyanes protagonizó el primer desnudo en una obra de teatro, Equus, de Peter Shaffer. La actriz explicaría en una entrevista que la obra había sido vista por cinco censores que, en un principio, habían dado la aprobación de ese desnudo integral. La sorpresa fue que, al parecer, los cinco censores fueron despedidos por la autoridad pertinente, y la protagonista, obligada a llevar ropa interior. La trastienda, de Jorge Grau (1976), por su parte, situó en todas las cabinas de los camioneros a María José Cantudo y su desnudo completo de tres segundos de duración. La sinopsis, o una de ellas (www.laguiatv.com), es inolvidable: "Jaime tiene graves problemas de conciencia, es médico y miembro del Opus Dei, y se siente cada vez más atraído por Juana, joven enfermera recién llegada a su equipo. Juana, enamorada de él, no le está poniendo las cosas fáciles. Jaime sufre también por Lourdes, su esposa, aunque ella se entretiene con Fernando, su amante y marido de su mejor amiga". Pocos años más tarde, lo explícito se hizo el rey de la casa: Deseo carnal, La orgía, Susana quiere perder eso, Aberraciones sexuales de una mujer casada o La caliente niña Julieta dejaban poco espacio para la sutileza. Y el poco espacio que quedaba lo cerró Carlos Aured en 1981 con El fontanero, su mujer... y otras cosas de meter. No hay salvación posible.

NATURALMENTE, EL CINE no lo era todo en la vida. También estaban las revistas. Y si gracias al celo de los censores el infierno andaba escaso de españoles, en septiembre de 1976, 10 meses después de la muerte de nuestro salvador nacional, la revista Interviú rompía todos los esquemas con un estupendo reportaje gráfico de César Lucas: Marisol, uno de los iconos cinematográficos del franquismo, nuestro rayo de luz favorito, posaba desnuda. La revista superó el millón de ejemplares vendidos y abrió las puertas al mar. Papillón, El Papus, Playlady, Lib, Party, Mata Ratos... los quioscos rivalizaban con la pantalla, y si en esta última podíamos ver en movimiento a Nadiuska, Ágata Lys, Mirta Miller, Bárbara Rey, María José Cantudo, Sara Mora, Paca Gabaldón, Blanca y Susana Estrada o Rosa Valenty, entre otras muchas, en los quioscos las podíamos ver estáticas, pero con el mismo talante anti-Arias Salgado. En honor a la verdad, habrá que señalar que el muestrario de bellezas nacionales tampoco dejó una profunda huella en los coleccionistas: los fascículos que publicó Interviú, recopilados en el tomo Todas las reinas del destape del cine español, se vendieron recientemente en la Red por 60 euros.

En 1976 desaparece la censura y se crea la calificación S para las películas softcore o porno blando. De ello dejaba estupenda constancia Luis García Berlanga en su Nacional III (1982), cuando López Vázquez y Luis Ciges, con el menú Naranjito en sus manos (la paella era la estrella), deciden desviarse de la Oficina de Patentes para entrar en una sala S de donde serían expulsados a boinazos por el cura de los Leguineche (Agustín González). Siempre la madre Iglesia ayudada por los ex ministros y algún presidente del Consejo General del Poder Judicial velando por nuestras almas.

La pornografía se legaliza en 1986 y surgen las salas y filmes X. El destape llegaba a su fin. ¿Para qué mostrar en una película a una dama en ropa interior si se podía comenzar con una felación? La mayoría de los forofos del cine porno o del de acción no quieren preámbulos, directamente al grano: dobles penetraciones sin más o avance rápido en el vídeo en los escasos diálogos de Rambo. Por supuesto que esta transición del cielo al infierno no se hizo sin que buena parte de los biempensantes y próceres de la patria y de los medios de comunicación no se rasgaran las vestiduras. Basta con dar un repaso a las hemerotecas o videotecas de los informativos de hace 20 años, cuando Canal + comenzó a programar su cine X en las madrugadas de los viernes, y compararlos con la programación actual de la TDT para comprender el magistral resumen que realizó en su día Sara Montiel de la teoría de Einstein: "Todo es relativo".

PEDRO ALMODÓVAR EXPLICÓ en cierta ocasión que en el cine español había una serie de subgéneros ocultos que alguna vez se deberían desvelar: por ejemplo, el plano general de la plaza de la Cibeles, en Madrid, en la que los coches daban vueltas. Se podría hacer un montaje con una selección de planos del mismo lugar a lo largo de los años y comprobar la evolución de la sociedad española por los distintos modelos de coches que la rodeaban y las correspondientes bandas sonoras y voces en off alabando las virtudes y defectos de la sencilla ciudadanía. Algo similar se podría hacer con los distintos calzoncillos que exhibían en sus películas Alfredo Landa, Andrés Pajares, Fernando Esteso, Sacristán, Saza o Gómez Bur: España a través de las carreras por los pasillos o por los salones con tresillos de escay de sus emblemáticos machos en calzoncillos. Desde el austero calzón blanco y calcetines con ligas hasta los slips con corazones o conejitos estampados.

El cine de destape fue denostado por las minorías cultas, vinculado a tantos años de represión sexual, acusado de machismo y con frecuencia de misoginia, y probablemente era así, pero también fue una época dorada para las taquillas por el enorme éxito popular y, sin duda, un material indispensable para conocer y estudiar los hábitos sociales de un país que dejaba atrás una larga dictadura que con el palo en la mano encumbraba la mediocridad, fomentaba la corrupción y velaba sin pedírselo por nuestra salvación eterna.

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